sábado, 29 de diciembre de 2007

Un nuevo y mejor año

Las doce campanadas serán el augurio que este año se haya extinguido y con él se llevará todas nuestras vivencias, algunas alegres, pero también de las otras.
Quizás la efervescencia y el desenfreno sea el común denominador para recibir el nuevo año, pero talvez, no se repare en que cuando la resaca del fin de fiesta, nos dé un cachetazo en el nuevo día, tendremos que echar andar nuevamente toda la ilusión para buscar en el horizonte de la esperanza, que el nuevo año que se avecina, depare mejores cosas que las vividas, pero sin recapacitar, que solo es la continuación de nuestros pasos en el largo camino de la vida.

Por ello en el epílogo de este ciclo, solo nos queda voltear la mirada al pasado y dibujar una mueca de melancolía, para recorrer con el pensamiento todos nuestros rastros dejados en cada día y cada segundo en que apretujamos al corazón, para darle vida a cada vivencia compartida con la familia, los amigos y los compañeros de trabajo.

En el final de este año he podido confirmar:

*Que ser bondadoso es más importante que tener la razón
*Que la vida es como un rollo de papel, mientras más se acerca su fin, mas rápido se acaba
*Que las pequeñas cosas de todos los días hacen la vida tan espectacular
*Que Dios no lo hizo todo en un día ¿Que me hace pensar que yo puedo?
*Que la mejor forma de crecer es rodearme de gente más capaz que yo
*Que las oportunidades no se pierden, alguien tomará las que dejamos pasar
*Que mientras menos tiempo tengo disponible, mas cosas termino
*Que no puedo decidir como me siento, pero si puedo decidir que voy hacer al respecto y
*La amistad, es una virtud de los mortales de corazón noble y el sentimiento sincero.













martes, 18 de diciembre de 2007

La última Navidad de Gabriel

Gabriel tiene la sonrisa retorcida y los ojos chinitos de color caramelo. Su mirada tiende a ser esquiva, y a veces lejana. El lunar que lleva cerca de la boca, le da un aire tierno, a su rostro pálido y adusto cuando anda de mal genio. Usa la cabeza rapada, mas por una cuestión de rebeldía, que por razones de estética. Gabriel no es muy alto, siempre fue flacucho y enclenque, pero conserva esa facha de niño travieso, irreverente para con su vestimenta y su comportamiento, carente a veces de límites. Cada vez que se mira al espejo, suele juguetear con su lengua, deslizándola por su lunar, acostumbra soplar su aliento y empañar el vidrio para escribir los nombres de sus amigos. Le encanta tenderse en el piso, desinhibido y sin perder la mirada en el firmamento, se pasa las horas contando las nubes al pasar, siempre dice, que cuando sea grande, será aviador, porque le gustaría tocarlas con sus propias manos y porque quiere saber como se ve todo desde arriba, además que podría conocer al mismísimo Dios y hacerle saber de sus muchas preguntas pendientes.

Gabriel vive en un albergue, no conoce otro hogar, tampoco otra familia. Sus amigos son los mismos y ha crecido con ellos. Con frecuencia solía mirar por la ventana, que tiene vista a la calle y retozando su ánimo siempre alborozado, lanzaba un grito desaforado a manera de saludo o burla, a personas que ni siquiera conocía. De cuando en vez les lanzaba algún objeto y su carcajada, contagiaba de un regocijo cómplice a sus compañeros, los cuales recientemente han aumentado considerablemente, sin que él haya reparado al respecto. Las travesuras que hacía, son cada vez menos frecuentes y aunque no le encuentra lógica a esa actitud, no le procura dar demasiada importancia y tampoco sintió algún tipo de remordimiento por ello.

Hoy, se dio cuenta que la Navidad estaba cerca, “falta poco para el 24” -se dijo en voz alta- conteniendo una tos media rara y mirando con ilusión el calendario, que tiene enmarcada la foto del Alianza Lima -el equipo de sus amores- al cual siempre le regala un beso, cuando sale de su cuarto. Un póster gigante de Reimond Manco –su ídolo juvenil- está pegada en la cabecera de su cama y guarda con cariño un recorte periodístico, cuando “Ñol” Solano, visitó el año pasado, el lugar donde hoy vive junto a otros niños como él. Acomodando sus recuerdos, meditaba en lo significativo era para con sus emociones estar a puertas de una nueva Nochebuena. Sus ojitos le brillaron de pícara ilusión, quizás porque involuntariamente preparaba su infantil regazo para albergar regalos, porque es lo que siempre ha conocido desde muy pequeño, el sentir el cariño de gente extraña y disfrutar aunque de manera esporádica, el calor de la Navidad y de paso sentirse un poquito feliz.

Gabriel va cumplir 10 años, aunque pareciera que tiene más, nunca entendió bien, porqué la vida le jugó tan mala pasada. En silencio percibe aquel sinsabor que le ha dejado conocer de cerca a la soledad, de vivir hoy en un lugar que no es su hogar, sin padres, sin hermanos y con una familia que no es la suya. Alguna lágrima traviesa le surcó el rostro cuando miró aquella gastada foto donde aparecía –aún pequeñuelo él- cogido de las manos de un hombre y una mujer, que aunque ya no recuerda bien como eran sus rostros, alguien le dijo alguna vez que eran sus padres, que Diosito se los llevó porque estaban muy enfermos y sufrían demasiado aquí en la tierra, eso le hace llevar a cuestas un vació que nunca pudo llenar, porque jamás concibió como pudieron dejarlo indefenso a tan temprana edad, sin ninguna explicación, para sus atribulados y extraños sentimientos.

Últimamente, cada vez que se agita demasiado se siente desfallecer, ha dejado de jugar el fútbol que tanto le gusta y hace varias noches que no ha podido conciliar el sueño, a veces intenta juguetear con la lengua por el lunar de su boca, pero un extraño escozor le produce una rara sensación de dolor. El otro día, mirándose al espejo, descubrió que cerca a la frente tiene una extraña marca roja que no entiende como, ni porqué apareció y anda preguntándose porque siente tanto frió y anda resfriado todo el tiempo. Mas tiempo se la pasa durmiendo, que jugueteando con sus compañeros y las respuestas que obtiene no lo han reconfortado. Guarda en el alma una extraña inquietud, que a menudo intenta desahogar aparentando una rebeldía escondida. Acostumbra tenderse al suelo, boca arriba, para mirar pasar las nubes, en ellas suele dibujar con el pensamiento y sin darse cuenta, ya van varias ocasiones, que se ha quedado dormido y cuando despierta, está más cansado que de costumbre.

Nadie le supo explicar, como sus padres contrajeron el SIDA y porque la muerte se los llevó temprano, cuando él recién llegaba a este mundo y no tuvieron oportunidad de siquiera enseñarle a dar sus primeros pasos o de compartir sus primeros años de vida. Nunca le pudieron explicar, porqué él también es seropositivo y porqué vive en una casa especial, donde hay madres e hijos juntos, donde las demostraciones de afecto y cariño a veces le resultan demasiado predecibles y reiterativas. Un lugar donde aprendió que la vida es muy corta, que la vejez no existe y que la muerte, es una perversa visitadora vestida de negro, aquella que se llevó hace un año a su entrañable amigo Pablito, de quien guarda con orgullo una medalla que le dejó como recuerdo y que carga a todos lados colgada al cuello.

Para Gabriel, quizás esta sea su última Navidad y como cada fin de año, el estruendo de la nochebuena será una nueva oportunidad de reflejar sus ilusiones perdidas en aquellas luces que se pierden en el firmamento, esta vez quizás no le alcancen las fuerzas para tenderse en el piso a mirar las estrellas y pasar las nubes. Cuando pase el desenfreno aprisionará a su cansado pecho, la medalla que le dejó Pablito y sus ojitos color caramelo le harán un guiño a la desventura cuando se cierren para siempre. Talvez ésa misma noche, los sueños de hacerse aviador se hagan realidad y pueda surcar los aires tomando la forma de un ángel y esa utopía que resultaba conocer a Dios, se haga realidad en un sublime instante.

Gabriel desde muy chico, dejó volar su imaginación y sus sueños, aquellos solo le alcanzaron para refugiar sus lamentos en la ingrata, como injusta resignación a sucumbir ante lo inverosímil que resulta heredar las aventuras atolondradas de sus progenitores. Jamás pidió venir a éste mundo, ni quiso irse tan rápido, pero acaso si algún culpable de su destino existiera, sea la vida misma, que se vistió de infortunio y no le dio la oportunidad de disfrutar de una noche buena, en el calor de un hogar y alcanzar su más caro anhelo, que era seguir viviendo.




miércoles, 5 de diciembre de 2007

Diario de una tortura llamada fiesta brava

Hoy me he despertado cansado y muy adolorido. Anoche unos hombres vinieron hasta donde estaba encerrado y me cosieron a palos. No entiendo cual ha sido la razón, solo los vi llegar, apurados y enfervorizados. Se colocaron tras la reja y amarraron mis cuernos y mis patas, no tuve ninguna escapatoria, me dieron de alma. Han saciado un odio enfermizo, que no concibo la causa o razón para lastimarme sin compasión. He visto mucha ira en sus ojos, no pude gritar de dolor porque tenía el hocico atado y todo lo que me salía de entre las entrañas, era una indignación atribulada por tanta violencia injusta.

En esta celda que me tiene cautivo, no pude conciliar el sueño y lo poco que pude dormir lo hice intranquilo. He recordado con melancolía esas lindas y extensas praderas verdes, donde podía perder la mirada en el horizonte limpio y sereno, para retozar feliz y libre a mi antojo. Sentir la brisa de la tarde que me tocaba el hocico como una caricia y pasear orgulloso de mi casta, de mi estampa y mi bravura para la lidia. Ayer cuando me trajeron, mis pequeños becerros, estaban recién adormitados, los he visto alejarse y mi instinto me dijo que ellos aprenderán a cuidarse solos. Los hombres que nos atendían en el prado, intercambiaron monedas con gente extraña y me embarcaron en un desgastado camión, en un viaje que nos ha traído a este lugar que no conozco, tan sombrío y tan insólito.

Hay un bullicio extraño allá afuera, han abierto la puerta y los mismos hombres que me golpearon, han venido otra vez. Muestro mi enojo con bramidos e intento alejarlos, pero esta celda no me deja moverme, estoy atrapado entre el dolor y la impotencia. Cuando he intentado recobrar mi energía, he sentido un pinchazo en el lomo que me ha lastimado, pero soy un toro de casta valiente y trato de arremeter con furia. Miro alrededor desorientado y solo alcanzo a oler mi sangre que rueda por mi lomo, mientras los hombres empiezan otra vez a molerme a palos, se ríen cuando perciben mis resoplidos y no sé porqué insisten en hacerme tanto daño.

Están pegando un cartel en mi celda, percibo que me han puesto un nombre, puedo escuchar que me llamarán “Negrito”. Siento dolor por todo el cuerpo y los hombres me están limpiando la herida. El chorro de agua me viene bien. El ruido allá afuera es cada vez mas fuerte, mis hermanos que vinieron conmigo han pasado por lo mismo y estamos con mucha furia, pero tenemos mermada la energía. Los bramidos se hacen eco y cada vez suenan mucho más fuerte, es señal que estamos enfadados. Los hombres se han acercado a mi celda y parece que la quieren abrir, tengo mucha furia en el alma y solo quiero salir a arremeter con violencia, a todo lo que mis ojos me dejen ver y mi instinto me pueda guiar.

La puerta se abrió y al sentir el golpe en mi trasero, he salido brioso a una plaza, hay unos hombres de trajes multicolores que abanican con destreza unas capas de color sangre que hace enfurecer mis arrebatos. El hombre a quien gritan torero, se ha dirigido hacia mí y me recibe mostrándome el color de la violencia. He cerrado los ojos y embestido con ímpetu, mi hocico se enterró en la arena. Aquel hombre es diestro porque no he podido acertar. Lo veo saludar a la gente que llena la plaza, lleva en sus manos una espada que los rayos del sol radiante enceguecen lo poco que pueden ver mis ojos. Nuevamente voy al embiste, esta vez cuando volteo, hay un hombre detrás que viene montando a caballo, con una larga espada amenazante en sus manos. Cierro los ojos y le voy encima, he sentido un pinchazo espantoso, que me ha partido el lomo en dos. Empiezo a sentir que mis impulsos se van minando, el hombre arremete con furia y mi fortaleza se ha visto minada sin remedio. Otro hombre ha aparecido con dos banderillas para distraerme, le voy encima y hábilmente me las ha clavado en mi cuerpo, así lo ha hecho otras dos veces y al moverme, me empiezan a desgarrar la piel. Empiezo a sangrar profusamente, estoy muy furioso, pero siento que me voy quedando sin fuerzas.

El torero, ha cambiado su capa, ahora es una totalmente de color sangre. Mi furia ha disminuido y mi arremetida es más lenta, el torero me lleva al centro y allí trato de embestirlo, la gente grita enervada y puedo sentir su furia hacia mí. Al torero lo aplauden en cada ataque, yo cada vez me siento peor, la sangre que estoy perdiendo a borbotones, me está haciendo desfallecer. Pareciera que cuanto mas me trastea este hombre, más se encienden los alaridos de esta gente que pareciera gozar con esta tortura que no termino de entender. He sentido una bocanada de sangre que me ha llenado la garganta y me hizo trastabillar hasta doblar mis patas en la arena. El torero se ha alejado y la gente se ha puesto de pie para aplaudirlo, yo he querido salir de la plaza, pero otros hombres, han llegado para mostrarme sus capas de color encendido que a pesar de querer embestirlas, solo atino a mover mi cornamenta, que ni siquiera logra intimidarlos.

El torero se acerca y ya no puedo ver muy bien. Mi embiste es solo por defensa y empiezo a ver sombras oscuras que me acechan. El torero se ha parado frente a mis ojos, mi instinto me dice que hay peligro cerca, pero mis fuerzas ya no responden. Me he quedado quieto y veo que el torero se está perfilando con su espada. Cuando recupero el aliento cansado y he juntado mis patas, el torero se me vino encima, he tratado de defenderme, he sentido un dolor agudo y profundo que me ha desgarrado las entrañas. Las sombras que me acechan, me marean con sus capas, el torero se pone a pie juntillas, me mira con orgullo, viendo como me desangro por dentro, mientras arriba la gente, grita enardecida, pareciera que celebra mi tortura con retorcido frenesí. Se que me estoy muriendo pero nadie llega en mi ayuda, parece que todos desean que agonice rápido, que muera de súbito, pero no quiero hacerlo y saco fuerzas para no dejarme vencer, pero es en vano, mis patas se doblan y mi cuerpo cae sin remedio sobre la arena.

En mi agonía puedo ver como otros hombres han llegado con implementos medio extraños, me han atado las patas, me han cortado las orejas y también mi rabo, me han ligado a un carruaje y me jalan como una bestia exterminada por toda la plaza, quiero bramar para hacerles sentir que aún estoy vivo, pero es en vano, ya no tengo impulsos, me siento abandonado. En la plaza, se ha quedado el torero que lo llevan en hombros y pasea por entre la muchedumbre, la gente eleva pañuelos blancos, saludando éste tormento, tan inverosímil como injusto. Mientras yo, con lo poco de respiración que me queda, solo puedo percibir que los hombres, me han llevado presurosos hacia un lugar que huele a sangre y a muerte extrema. En mi expiración encuentro el rostro de un hombre que me mira con desidia y pierdo la mirada en la profundidad de sus ojos. Ya no recuerdo mas, solo he visto una sombra negra aparecerse frente a mis ojos, no se quien sea, pero ya no siento dolor alguno, ya no veo nada, ya no siento nada.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

La madre del futbolista

Aún era un pequeñuelo, cuando sin permiso, me salí de casa para ir a jugar fútbol con mis amigos; Era lo que me encantaba, lo que me hacía feliz. No interesaba si los que jugaban eran mucho más grandes que yo, me importaban dos centavos, que el líder del grupo -que andaba por los 17 años-, me mandara al arco, total, con mis nueve años a cuestas, no era mucho lo que aportaba, pero el estar allí, era un logro importante, era mi triunfo, mi total satisfacción.

Aquel día, el pequeño e improvisado arquero, había impedido con su frágil cuerpo que su equipo perdiera por una goleada calamitosa. Hasta que vino el instante fatal, inesperado. La última jugada del partido, cuando el delantero rival se aprestaba a convertir el gol del triunfo, cual gato felino, detrás de su preciada presa, me lancé sobre sus pies y agarré la pelota, pero también su pierna. Allí me quedé tendido, aprisionando el balón, satisfecho de la hazaña. Solo pude reaccionar cuando la sangre que manaba abundantemente de mi boca empezaba por ahogarme. Aquella proeza me había costado un corte significativo que dejaría una huella indeleble hasta el día de hoy.

Lo peor vendría después, como decírselo a mi madre. Entre todos me auxiliaron y pudieron llevarme a casa. Confabulado con mi hermano menor, debíamos fingir que me había caído de la escalera. Así lo hicimos y ella, llorosa, preocupada, me atendió con devoción infinita. En mi interior sentía que era la peor mentira que le inventaba y aunque mi conciencia me golpeaba la espalda, mi raciocinio infantil, me decía que era lo mejor, para que no sufra. Pero en el fondo fue una perversa forma de esconder una mentira, como una de las tantas travesuras que hice, tratando de ocultar mi pasión excesiva por el fútbol.

Cuando mi adolescencia, le jugaba bromas a la madurez, cada vez que salía a jugar fútbol, para mi madre era un tormento. Su instinto sobre protector me llenaba de consejos y limitaciones, como todo adolescente, rebelde y presuntuoso, siempre le hacía oídos sordos. Pero cada vez que salía de casa, raudo y sin escucharla, regresaba con alguna magulladura en la pierna, un moretón en la cara y más de una vez, alguna lesión que me postraba en la cama, confinado a estar con toda la torpeza que desfogaba mi flemático carácter; Pero ella con dedicación y su amor incomparable, apaciguaba mi dolor, sin un solo desdén. Siempre estaba presta para atenderme, traerme el agua caliente, curarme las heridas y a veces darme la comida en la cama. Mas de una vez tuvo que castigarme sin dejarme salir de casa, incluso escondiéndome la ropa y las zapatillas, según ella para evitar me envicie en el fútbol. Lo cierto es que eso ya estaba en mi piel y muchas veces tuve que escapar y jugarme un partido descalzo, regresando a casa con los pies destrozados, recibiendo la reprimenda de rigor y algún azote que ella desfogaba por la impotencia de reprender a este pelotero callejero e incorregible.

Cuando mi sueño inverosímil de ser futbolista empezaba a ser real y el destino me regalaba un periplo en aquella recordada cancha del Cristal, en la Florida, mi madre me repetía que allí no había futuro, siempre estaba preocupada que me vaya a exponer a una lesión grave. Aunque recibía tratos diferentes, a ella nunca le hizo gracia que su hijo mayor se dedicara a patear un balón y tampoco creía que de eso se podía vivir o hacer un porvenir diferente. Quizá, era su forma de brindarme protección o simplemente era su amor generoso, lo que la hacía temerosa y a veces insegura en su proceder. Talvez, el haber perdido su primer hijo a los dos meses de nacido, le cambió su forma de ser y yo me convertí –sin quererlo- en alguien que suplió ese inmenso vacío.

Recuerdo que una sola vez en su vida, mi madre -convencida por mi padre y unos tíos-, accedió a ir a verme jugar un partido de fútbol. Aquella vez, estaba nervioso. La vi allí sentada, con su carita de ángel y sus manos entrelazadas, en cada jugada disputada con un rival, se acurrucaba con mi hermano, evitando ver el desenlace final. Aquella vez me toco hacer un gol y corrí a su lado, la abracé eufórico, la sentí sollozar, quizá contenta, quizá complacida, talvez solo melancólica de ver que su hijo, era inmensamente feliz en una cancha de fútbol y eso para ella era suficiente. Cuando llegamos a casa, no pude ocultar mi alegría y entre bromas, pude recién confesarle que la huella que tengo debajo de la boca, no me la hice en la escalera, sino jugando fútbol, ella lejos de molestarse, sonrió embelesada y me abrazó emocionada. Lloramos juntos. Esa era una de las tantas formas que tenía de mostrame su perdón, en una clara forma de enseñarme, que por más injusto que era mi proceder, ella siempre estaba allí presta, a brindarme su indulgencia.

Pero el destino quiso que ella tenga razón en algo, y no seguir el sueño de ser futbolista, pero igual continuaba dándole al balón, como un vicio, una religión, un credo. En casa se vivía y respiraba fútbol, si no estaba en una cancha de fútbol, estaba en el estadio, allí vinieron los amigos y las grandes jornadas deportivas, que con el tiempo se fueron haciendo rutinas insalvables. A mi madre siempre le disgustaba la tertulia posterior a un encuentro de fútbol y jamás entendió que mis amigos y yo igual celebráramos los partidos, sin importar si el resultado fuera favorable o negativo, tampoco entendió que algunos regalos que le brindaba, era por haberme ganado algún dinero extra, “solo por correr detrás de una pelota”, como ella me decía a menudo.

Hoy quise recordar a mi madre y su paciencia imperturbable, su compresión infinita y su amor imperecedero, para este su hijo, que tuvo de niño el sueño alocado de vivir tras de un balón, haciéndole pasar momentos amargos, tristes pero también inolvidables. El destino travieso, a veces injusto, en el momento más inoportuno lo devolvió a la realidad y hoy es uno mas de aquellos románticos futbolistas frustrados, que para no perder la costumbre, de cuando en vez intenta seguir divirtiéndose en una cancha de fútbol. Ella sigue allí vigilante y tan amorosa, a veces me dice que felizmente sus nietos, no han heredado aquella obsesión desmedida por el fútbol, pero yo brindándole un beso en la frente, me despido diciéndole en el oído:

-Mamita linda, en esos tiempos no existía, el bendito vicio del Play Statión.

miércoles, 31 de octubre de 2007

En Octubre si existen los milagros

Es lunes por la mañana y el cielo limeño ha amanecido como tantas veces con nubarrones. Manuel tiene 30 años y anda sin trabajo, ha visto un aviso clasificado y camina deprisa por el Jirón de la Unión, de pronto se detiene en una tienda de ropa de niños, aunque está cerrada, puede divisar por el cristal de la vitrina, un roponcito de color amarillo intenso, el gorrito casi tapa la carita del maniquí, que asemeja a un recién nacido. Un extraño retortijón en el estómago, le avisa que no ha tomado desayuno –como tantas otras veces- pero lo desatiende, cuando piensa en el rostro de su esposa Martha, que lleva casi ocho meses de gestación y con el favor de Dios –piensa él- le ofrecerá la bendición de hacerlo padre, por primera vez. Aunque espera con ansias ese día, tiene una angustia en el alma, que lo hace sentirse impotente ante la adversidad de su presente, pues a pesar de su esfuerzo, no ha podido encontrar un trabajo, que solvente su futuro inmediato.

Manuel ha llegado a la dirección buscada. Sube unos escalones y percibe un penetrante olor a barniz. En el segundo piso se encuentra con varios jóvenes, todos tienen una misma reacción al verlo, una mezcla de descontento e intranquilidad, como dándole a entender que ya están completos. Una chica de semblante agraciado, lo hace pasar. Se encuentra con un hombre de rostro amigable, de abdomen prominente, pelo entrecano y hablar pausado.

-Quieres ganar dinero? -Le dice socarronamente- Manuel responde afirmativamente, sorprendido.
-Acá vas a ganar el dinero que tu quieras, claro, dependerá exclusivamente de tus ambiciones-
-Dígame a que se refiere el trabajo
-No digamos que sea un trabajo, es una inversión, de tiempo, de esfuerzo, un pequeño aporte y muchas ganas, amigo eso es todo- afirma el hombre que no deja de fumar
-Sigo sin entender- le dice Manuel extrañado
-Te lo explico, tu dejas 50 soles, es digamos, la inversión, gastos administrativos, nosotros te preparamos, te damos el equipo y tu empiezas cuando quieras

Manuel ya ha oído la misma historia antes, otra mas de esas empresas, que inducen a jóvenes para que dejen su dinero y les dan unos perfumes caros que nunca logran vender. Percibe una vez mas, que ha llegado al lugar equivocado. Decepcionado, transita lamentando haber perdido otro día. Se percata que la procesión del Señor de los Milagros está terminando su homenaje, frente al Palacio de Gobierno, decide acompañarla. Camina lentamente junto a ella, con religiosidad y apego consentido. Mirando la imagen del Cristo crucificado, reza en silencio y pide por su hijo y su familia. Alguna lágrima que se le escurre, pasa inadvertida por entre la muchedumbre. Allí entre el olor a incienso y fervor religioso de los fieles, refugia su presente duro, difícil y triste. Los cánticos y plegarias de la gente, de alguna forma lo hacen más vulnerable ante su sensibilidad endeble. Después de un largo trecho decide retirarse, se persigna como despedida. De alguna manera se siente un poco liberado de su angustia.

A la mañana siguiente, Manuel acompaña a Martha al control médico de rigor. Tomaron su movilidad acostumbrada que los llevaría a uno de aquellos hospitales de la solidaridad, que se han implementado en la ciudad. Ella había conseguido un dinero prestado que solventaría el itinerario de ese día. Caminaban lentamente, tomados de la mano, cuando les llamó la atención, una vendedora ambulante que tenía en sus manos, unos roponcitos –muy parecidos al que vio Manuel el día anterior- que ambos empezaron a examinar con emoción. A su lado la gente caminaba aprisa y el ruido de las combis y autos avivaban el tugurio de aquella esquina, a unas cuadras cercanas al hospital.

Manuel miraba la prenda y regodeaba su vibración, ante la sonrisa complaciente de Martha. Solo fue un segundo, cuando ella al intentar buscar otros modelos de la ropa, dio la vuelta a la vendedora y sin darse cuenta dejó la vereda. Manuel miró impotente, como un ómnibus cerraba el paso a un auto que venía a mucha velocidad. No tuvo tiempo de gritar, tampoco de ponerse a buen recaudo con Martha. La fatalidad vestida de infortunio, se vino encima como una avalancha mortal, el auto no pudo esquivar la predestinación y fue colisionado, el impacto hizo que fuera a empotrarse contra la berma, llevándose de encuentro, la humanidad de los infortunados esposos.

Manuel solo sintió el golpe seco, que lo sacó de la realidad. Cuando pudo reaccionar, estaba tirado en la vereda y a unos metros lejos de él, yacía tendido el cuerpo de Martha, a su lado, un hilillo de sangre empezaba a manar de su cabeza.

-Nooo... Martita, no, no puede ser!! –gritó desaforado y abrazando a su esposa, que desfallecía
- Mi hijo, mi hijo, Dios mío, no puede ser, por favor ayúdenme- pedía a la gente que empezaban a arremolinarse, algunos impávidos, otros asustados y buscando ayuda.
Manuel está sentado, en la sala de espera de la clínica a donde fueron trasladados. Aferrado a su pecho, tiene una estampita del Señor de los Milagros, ha rezado mucho junto a su familia. La noche anterior ha sido pesada, no pudo dormir y le han suturado una herida en la frente, tiene magullado el rostro, pero ello no es lo peor, a Martha la tuvieron que operar de emergencia y han podido rescatar milagrosamente con vida a su hijo. Aunque el bebé se encuentra en cuidados intensivos, su esposa, su compañera idolatrada, yace en coma y con pronóstico reservado. Los médicos le han dicho que solo queda esperar. Manuel piensa que esa espera será eterna y solloza en silencio. Hay una vida nueva –la de su hijo- que se aferra y lucha por quedarse y otra, una alma buena, la de su madre, que de a pocos se va extinguiendo sin remedio y solo esperanzados a un milagro divino. El médico ha llegado, todos se ponen alertas, la enfermera trae una cara de desencanto, todos se acercan con desesperación. Manuel pregunta que ha pasado, el médico, lo toma del hombro y lo lleva a un costado.

-Amigo, se hizo todo lo posible – dice el doctor con tono adusto- Martha ha luchado hasta el final, pero su corazón no pudo más, lamento decirle que su esposa ha dejado de existir.

Manuel rompe en llanto, su madre amorosamente lo consuela, acariciando sus cabellos. El medico les dice que el bebé está luchando por su vida y esperan que se pueda recuperar, es muy difícil, pero no imposible, les asegura. Todos se miran incrédulos y se abrazan con fervor. Manuel se va con el médico para ver a su hijo. En el ascensor hay un hombre que están trasladando por emergencia, tiene el rostro desencajado por el dolor, al acercarse, descubre que es el mismo tipo que lo atendió días atrás, cuando fue en busca de trabajo.

-Es apendicitis crónica, muy grave, ha llegado con las justas –comenta el enfermero- casi no la cuenta, lo van a operar de urgencia.
Miguel sintió un escalofrío recorriendo su piel, se acercó al hombre y le preguntó si se acordaba de él. El hombre que mascullaba su dolor, le dijo que no, Manuel le dio un beso a la estampa y se la entregó en las manos.
-Ten mucha fe en él, te va ayudar, hoy ya hizo mucho por mí, tú la necesitas mas –le dijo, y siguió su camino junto al médico.

Manuel está sentado junto a la sala de cuidados intensivos de niños. Han pasado 5 días, de aquel fatídico accidente, el dueño del auto causante de la muerte de Martha, ha asumido los gastos y pudieron darle cristiana sepultura, ahora está rezándole a Dios, porque su hijo logre sobrevivir. El bebé anda mejor, hay posibilidades que supere su estado, el médico le ha dicho que todo es un milagro y ello ha tranquilizado el atribulado corazón de Manuel. De pronto se levanta sorprendido, el dueño del auto ha ingresado al hospital, lleva en sus manos unos juguetes de bebé, pero se da el encuentro con el hombre del trabajo frustrado, al cual le entregó su estampita y que lo recibe en una silla de ruedas. Ambos se acercan donde estaba Manuel, se abrazan con intensidad, Manuel aún incrédulo y sorprendido, no atina a decir nada.

-Amigo –le dice el hombre- he venido a ver como estabas y brindarte mi apoyo, a decirte también que desde hoy vas a trabajar en mi empresa, Jorge es mi hermano y me ha contado tu gesto, en realidad aún me siento mal, por todo lo que ha pasado, lo único que puedo hacer por ahora, es ayudarte.

Manuel ha recibido la noticia y Jorge –el hombre de la barriga prominente- le ha devuelto la estampita, con una sonrisa complaciente. Entre los tres se ha creado un triangulo circunstancial que Manuel lo asocia a su fe inquebrantable por el Cristo Morado, que justamente se encuentra a unas cuadras cerca de ellos, efectuando su recorrido. Aquella tarde, fue a la procesión y brindó oraciones de agradecimiento, aferrando en el pecho la estampita milagrosa y un detente con la foto de su esposa. Mirando al Cristo crucificado, llora en silencio y agradece por el milagro de haber salvado a su hijo, pero no encuentra explicación, para entender porqué tuvo que pagar un precio demasiado alto. Mirando el cielo, cree ver el rostro de Martha, con esa sonrisa dulce, que extraña ahora mas que nunca y que logra apaciguar su tristeza, con devoción infinita.

Manuel está parado frente a la tienda de niños, del jirón de la Unión, han pasado casi dos meses, de aquel día, en que estuvo en el mismo lugar. Esta vez ha comprado el roponcito que le llevará a Moisés, su hijo adorado, que lo espera en casa. Ya no está Martha, pero ha recibido ayuda de su madre, quien vela por el bebé, mientras él va a trabajar en la empresa del hombre, que sin desearlo siquiera, le arrancó de un cuajo la existencia a su esposa y que el destino, lo puso a prueba, para resarcir aquella realidad penosa que aquejaba Manuel, quien aunque ha conseguido un buen trabajo, aún sigue remendando su resignación, amparando su recuerdo en la sonrisa que cada día le regala su hijo al despertar.

Manuel está en la Iglesia de las Nazarenas, donde ha ido a rezar por el alma de su esposa, lleva adherida a su melancolía, como un estigma, el recuerdo ingrato, cuando el infortunio disfrazado de muerte, se ensaño con su desdicha. En la Iglesia, ha pensado en Martha, el hombre del auto y su hermano de mirada socarrona. Está convencido, que fue el Cristo morado, quien puso su mano, para que le haya pasado todo esto, y que ha sido su fe inquebrantable, la que lo hizo un privilegiado por el altísimo, para poder ver hoy con vida a su hijo. Asume con humildad que Dios lo escogió para brindarle una señal divina, y dejarle como mensaje celestial, que en octubre, si existen los milagros.

jueves, 4 de octubre de 2007

La dulce espera


Con aprecio para aquellos mortales que se encuentran a la espera que Dios les brinde la bendición de ser padres.


TE ESPERO
CONTANDO CADA DIA,CADA SEGUNDO, CADA INSTANTE
PENSANDO QUE SERA POCO TODO LO QUE PUEDA BRINDARTE
COMPARTIENDO CON EL TIEMPO, TODO MOMENTO PARA AMARTE
TEJIENDO MIL SUEÑOS DE ESPERANZA, QUE PUEDA ENTREGARTE

TE ESPERO
COMO ESPERA TU MADRE, PARA COBIJARTE BAJO SU REGAZO
COMO ESPERA TU PADRE, FELIZ DE BRINDARTE TODO EL CORAZON
COMO ESPERAMOS JUNTOS, EL TENERTE EN NUESTROS BRAZOS
COMO SOÑAMOS FELICES DE VERTE DANDO TUS PRIMEROS PASOS

TE ESPERO
COMO BENDICION DIVINA QUE ME REGALA EL ALTISIMO
COMO MILAGRO DE AMOR QUE RECONFORTA A MI ALMA
COMO LA ALEGRIA QUE ENCIENDE A MIS EMOCIONES
COMO LA ESPERANZA QUE SE AFERRA A MIS ILUSIONES

TE ESPERO
PORQUE MIS PENAS SERAN RECOMPENSADAS POR TU SONRISA
PORQUE MI REFUGIO ESTARA EN TU INOCENTE MIRADA
PORQUE MIS DESVELOS SERVIRAN PARA CALMAR TU LLANTO
PORQUE ANTES DE QUE LLEGUES YA APRENDI A QUERERTE TANTO

TE ESPERO
PORQUE SERAS EL LUCERO QUE ILUMINE MI SENDERO
PORQUE SERAS EL SOL QUE DE ALEGRIA A MI AMANECER
PORQUE ERES LA ESTRELLA MAS BRILLANTE DEL CIELO ENTERO
PORQUE ERES LO MAS HERMOZO QUE ME HA PODIDO SUCEDER

TE ESPERO
PORQUE SERAS LA ALEGRIA DE MI VIDA ENTERA
PORQUE LLENARAS MI VIDA, CON TU VIDA MISMA
PORQUE A MI VIDA YA LA HAS CAMBIADO POR COMPLETO
PORQUE YO TE ESTUVE ESPERANDO TODA LA VIDA

viernes, 21 de septiembre de 2007

Una experiencia de vida

Siempre pensé que el único lugar donde flaquea hasta el más valiente de los hombres es frente a un quirófano. Será por esa rara sensación que nos queda en el cuerpo cuando asistimos al nacimiento de nuestros hijos por cesárea, de sentirnos tan insignificantes ante la valentía y la fuerza que acompaña a nuestras esposas para soportar tanto dolor y sufrimiento. Será por eso que después de esas experiencias, aprendemos a valorarlas en demasía, mucho más por todo lo vivido, una vivencia inolvidable que creo alguno de nosotros como padres hemos pasado alguna vez.

Jamás estuvo en mis planes que por aquellos azares del destino, cierto día un médico me diagnostique que debía ser intervenido quirúrgicamente, de la manera más inesperada y sorprendente, (también en el lugar que menos pensaba). Un sobreesfuerzo físico había roto vasos sanguíneos que habían formado un coágulo hemorroidal y era inevitable la operación.
-A menudo uno cree estar demasiado sano, como para tomar sus precauciones en los excesos- me comentó el Doctor
-No tenemos cuidado con nuestros hábitos alimenticios o físicos que pueden dañar o hacer trabajar en exceso algún órgano y lamentablemente a veces nos damos cuenta de ello, cuando es demasiado tarde- me dijo sin quitarme la mirada, que denotaba fastidio.

Allí estaba yo una tarde de Abril. Postrado en una cama, a la espera que me tomaran el tan conocido ‘riesgo quirúrgico’, alimentando mis temores con fe y esperanza, mordiendo mi ansiedad de esperar la hora indicada para la operación. Aquellas luces de neón que recuerdo, solo las había visto en las películas o cuando estuve en el parto de mis hijos. No sé por qué ésta vez me resultaron tan familiares. La mano de mi esposa estuvo aferrada a la mía hasta el momento en que ya su presencia no era posible, una tímida sonrisa acompañó su mirada y su silueta se fue perdiendo cuando la camilla me llevaba hasta el quirófano.

-Tranquilo no pasa nada, todo es rapidito, le vamos a poner la anestesia epidural y luego dormirá tranquilito- me dijo el enfermero de sonrisa fácil y amable que ya pintaba canas, mientras me preparaba para el pinchazo.
-Seguramente boludo -me dije para mis adentros- como no es a ti a quien aguijonean.
-Tranquilo, campeón usted es un valiente- afirmo el cirujano acomodándose sus guantes de hule.
Pensaba tantas cosas y un temor asolaba mi cuerpo. Cuando de pronto sentí un dolor agudo por la aguja que me partió la espalda en dos. Después solo recuerdo la frialdad de la mesa y la sonrisa socarrona del médico que lo escuchaba cada vez más lejos, cuando la anestesia me dejaba abandonar la realidad.

-Amigo, es una operación simple, lo que va a tomar tiempo es la recuperación- fue lo ultimo que alcance a escuchar de boca del galeno.

Desperté más tarde en la camilla de mi habitación con un sufrimiento inaguantable, un dolor que asimilé a soportar y a convivir con él, incluso hasta una semana después de la intervención. Aquellas tres noches en la clínica me las pasé casi sin dormir por el padecimiento, a pesar de los sedantes que la amable enfermera me aplicaba ante mi insistencia. Después tuve que ir a casa a la recuperación que fue lenta y muy dolorosa. Allí me pasaba horas pensando los momentos en la clínica, pude mitigar mi dolor con aquellos libros de Pablo Coello, Bryce y Jaime Bayly que pude devorar hasta la saciedad y el control remoto de la TV a mi total antojo, para ver fútbol hasta el cansancio. Hasta que un día tuve que volver a la rutina laboral, con la responsabilidad de cumplir con las obligaciones, pero, con la nostalgia sentida de aquellas horas vividas.

Si algo aprendí de esa experiencia, es a mirar diferente la vida, por todas las cosas que se vienen a la mente, cuando por más simple que sea una operación, se tenga que pasar por el quirófano. Por la abnegación y la comprensión de mi familia, mi esposa y sobre todo mis hijos que sufrieron junto a mí, aquellos momentos de espantoso dolor que me llegaron a quebrar las fuerzas.

Aquellos rezagos de dolor, los valoro hoy, cuando miro a mi esposa y pienso que ella tuvo que vivir dos veces lo que bizantinamente me pasó a mí. Me inspira un eterno respeto a todas las mujeres que alguna vez decidieron dar parte de su vida misma, para darnos a nosotros padres, la dicha y la satisfacción de ver crecer a nuestros hijos, llevando presente, que para que ellos estén vivos, sus madres tuvieron que morir un poco y para cumplir con su papel, fueron mucho mas fuertes y valientes que cualquier pretencioso varón que se crea valeroso por el simple hecho de haber nacido hombre.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Mi niño juega a ser grande

Salgo del trabajo y apuro el acelerador para poder llegar a casa, es viernes y la tarde pinta en el horizonte una acuarela pálida, con nubes grises perdiéndose entre el cielo y el mar. Llego a casa y mi hijo menor me saluda animado, lo abrazo complacido. Franco -mi hijo mayor- viene a saludarme, pero lo siento desalentado, indiferente. Tiene once años y últimamente presenta unos cambios de conducta que han empezado a preocuparme.
Busco abrazarlo y me responde con desdén, le pregunto que le sucede y me dice que nada, a secas, despreocupado. Como si tuviera la mente en otro lugar. Lo noto esquivo y me cuesta disimular mi impaciencia. Tomo su brazo y reacciona nervioso, le digo que necesitamos dialogar y me mira con esos ojitos chinitos, y esa mirada profunda que solo él sabe brindar, esboza una mueca cómplice y desinhibida.

Lo miro y sonreímos sin hablar.
Cierro la puerta y me siento frente a él. Pienso que está molesto, pero no se lo digo.
-A ver fiera, ¿hay algo que me tengas que decir? – le pregunto sonriente, tratando de hacer amena la charla.
-No, nada papá, no pasa nada –me responde sin convencerme-
-Creo que tienes algo, te noto distinto, ¿quieres que hablemos? –Lo exhorto tomándolo del hombro- quizás te puedas sentir mejor, a veces es bueno soltar lo que tenemos dentro.
Él levanta la voz y con gesto adusto me reitera que no pasa nada, que todo estaba bien. No me convence. Esa no es manera que me contestes –le replico-
- ¿te parece que estás actuando correctamente? –le pregunto para hacerlo sentir un poco culpable por su actitud-
-Él me dice -ya medio acalorado- que le molesta que insista tanto y muestra su incomodidad. Por un instante pienso que la situación se me puede ir de las manos.

Me cuenta que Maria Fernanda –una compañera de su clase de sexto grado- le acarició el rostro. El otro día le robó un beso y él quedó perturbado. Se siente acosado. Un compañero le hizo una broma pesada y se sintió abrumado. Juzga que él, le gusta a su amiga Laura porque siempre le sonríe, pero cree que a él le gusta Claudia, una chica de primero de secundaria. Anda preocupado porque no entiende bien el extraño sentimiento cuando alguna compañera le brinda un abrazo, no distingue aquellas primeras sensaciones, mezcla de dulce satisfacción, pero de incipientes dudas, producto de su aumento hormonal, que también tienen que ver con su cambio de carácter y actitud.

Lo escucho con atención y percibo lo grande que está. Últimamente lo he visto preocuparse más de su aspecto físico. Ya dejó de usar sus polos del Hombre Araña y quiere aparentar una actitud de hombre rudo. Dice que quiere ser luchador de Smackdown. Le digo, que si ya se olvidó que quería ser como George Lucas -por su afición desmedida a Star Wars- y me responde con una sonrisa llena de picardía. Pero no me dice nada. Últimamente le incomoda que su hermano menor esté cerca de él y le haga sombra. No deja que su madre lo despida con un beso o una palabra cariñosa cuando va al colegio.
Está más pendiente de lo que opinen sus amigos de él, que de un buen consejo nuestro. Suele responder de mala manera cuando le hacen una pregunta que le resulte incómoda. A veces se le pasa la mano en sus gestos y actitudes que demuestran que aquel chiquillo sumiso, amable y cariñoso, a veces deja escapar esa rebeldía propia de aquellos niños que inician el espinoso camino de la pubertad, confundidos y atrapados en esa vorágine de sentimientos encontrados, que resultan tan difíciles de predecir.

Mi niño juega a ser grande. Lo miro a los ojos y no puedo evitar recordar que hace no muchos años, jugueteaba con sus deditos, cuando lo bañaba en su tina llena de espuma. Que no me importaba quebrarme la espalda, cuando lo ayudaba a dar sus primeros pasos. Que llegaba del trabajo y sin interesarme que tuviera el terno puesto, me despanzurraba en el piso para jugar fútbol en su cuarto. Que me quedaba hechizado cuando su prodigiosa manito izquierda, empezaba a dar sus primeros garabatos y hoy es un dibujante consumado que hasta se crea sus propias historietas.

-Papi, tengo que decirte algo –interrumpe mi letargo-
-Dime hijo, te escucho
-Cuándo tenga 18 años, puedes dejar que me vaya a EEUU a probar suerte?
-Que cosa? –le respondo sorprendido- de donde sacaste eso hijo?
-Lo vi en la TV, en un especial sobre la vida de ese luchador “Rey Misterio” que es Mexicano, se fue a EEUU, se hizo famoso en Smackdown y ahora es millonario.
-Mira hijo –trato de encontrar las palabras- esas son cosas que aún no estas en edad de planificar, aún eres un niño y tienes que vivir tus etapas, tu futuro se tiene que ir formando poco a poco, tienes que esforzarte, primero tienes que estudiar, nada será fácil... ese caso que viste no quiere decir que te puede suceder a ti –le digo creyendo haberlo convencido-
-Pero papi, si mis amigos dicen que es verdad.
-Tus amigos están igual que tu, en la misma edad y en las mismas dudas...
-Bueno papi –me interrumpe- pero no olvides lo que te he dicho
-Seguro hijo –le digo intrigado- de eso podemos hablarlo siempre, pero no debes dejarte llevar por todo lo que escuchas y ves en la TV. Hay otras cosas que son más importantes.
-Está bien pero algún día me gustaría intentarlo, cuando tenga 18 años –sonríe.
- Bueno cuando cumplas 18 ya serás un adulto y podrás decidir...
- Lo que yo quiera? –me vuelve a interrumpir-
- Eh? Si seguro, a esa edad, ya decidirás por ti mismo
Le respondí a sabiendas que no quedó muy convencido – yo tampoco- y que buscaría otras respuestas.

Mi niño juega a ser grande, y quiere ser mayor. No repara que en su camino está trastocando actitudes impropias para su edad y se deja llevar a veces por el torrente salvaje de los pensamientos infantiles aún frescos y que chocan con su realidad de mozuelo inexperto, un poco llevado por el entorno que encuentra en sus nuevos amigos.

Comparaba mi realidad con la de algunos amigos cercanos, todos pasan o han pasado por lo mismo, todos viven las mismas experiencias y cada uno asumiendo en su propia realidad el importante papel de padre responsable. Somos concientes, que no existe la seguridad que será la última vez que tengamos que sentarnos a charlar con nuestros hijos. Quizás mas adelante sean otros temas mucho más escabrosos, quizás sean temas vivenciales en los que ni siquiera pensarán contar con nosotros. Solo espero que Dios nos brinde a todos la sabiduría, para hacer siempre lo correcto. Quizás de pronto resulte bueno participar con ellos, de ese extraño juego, de querer ser grande. Aunque en el fondo nos cueste aceptar, que para ello, todo sea demasiado pronto.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Requiem por un amigo inolvidable

La última vez que nos vimos, tu salías por la puerta del colegio Inmaculada y yo llegaba a casa, me saludaste alborozado y respondí complacido, me comentaste que los amigos me extrañaban y te dije que yo también los echaba mucho de menos, te vi alejarte raudo y me quedé cavilando mi melancolía, talvez porque aceptaba que hoy los tengo lejos de los ojos, pero muy cerca del corazón, porque aunque el destino me llevó por otros rumbos siempre los llevo presente.

El último correo tuyo que se quedó en la computadora, hablaba de una convocatoria, para departir con los amigos, ese fútbol bienaventurado que nos había unido tanto. Tus últimas letras decían casi resignadas “No hay quórum”, lamentando que los buenos amigos -sabe Dios por que causas- no escucharon o no pudieron atender tu llamado. En una metáfora escondida, se me vino al pensamiento que aquel mensaje, fue una forma de pedir apoyo, pero también ayuda para ti mismo.

La última vez que te he podido ver, ha sido esta noche en que he venido a reunirme con los buenos amigos. He llegado y he visto caras tristes y afligidas, me he abrazado con ellos y no he podido contener unas lágrimas de desconsuelo, que se me han discurrido por el alma. Hoy he venido para acompañarte en esta hora crucial de sentimientos encontrados. Te he visto en tu lecho, con tu cara lozana y transparente, tus ojos cerrados me han parecido que estabas dormido, a la espera que una mano cómplice te pueda despertar. He tenido que hacerme fuerte, para aceptar que estabas allí inerte, sin vida y sin aliento.

Cuando abandoné ese lugar, donde hoy se velan tus restos, se me vinieron a la mente demasiados recuerdos compartidos, un suspiro fue acompañando el dolor agudo que suele causar una muerte, tan injusta, como desconcertante, quizás los que aún nos aferramos a la vida, nunca vamos a entender porqué tienen que partir de este mundo, los hombres buenos, porqué el destino se viste de muerte y se ensaña con las personas de corazón noble y afectivos sentimientos. El designio divino es el único que tiene la verdad, de porqué pasan estas cosas, pero aún sigo masticando el arrebato, por tan inverosímil trance que nos ha tocado compartir.

Amigo de siempre, amigo del alma, nos has dejado un gran vacío en el corazón, los que te consideramos en vida, sentimos tanto tu partida, allá desde el cielo y desde la misma eternidad, hoy estarás mirando como, tus amigos se sienten mas unidos que nunca en el dolor de estas horas de tristeza. El fútbol, deporte bendito, nos dio muchos momentos gratos, aquella banda izquierda, ha quedado desamparada y sin tu alegría, solo los años nos brindarán la sapiencia y entereza para poder digerir este trago amargo, que nos ha remendado el espíritu, pero mantiene inmaculado nuestro recuerdo y ese afecto que lograste eternizar, mas allá de la misma muerte.

Héctor, amigo inolvidable, cuando lleven tus restos a su última morada, para el descanso eterno, solo apelaré a recordar en silencio, que la última vez que pude verte con vida, me señalaste entusiasta que los amigos me extrañaban, amigo mío, te reitero que yo también los echo de menos en demasía, pero te debo de confesar, que a partir de hoy, tu presencia ya nos hace mucha falta.

Descansa en paz amigo, que Dios y la virgen Inmaculada te guarden en su gloria.
(Tus amigos del RUPERT MAYER colegio Inmaculada)

jueves, 6 de septiembre de 2007

Yo quiero ser un Jotita

Es de madrugada en el Aeropuerto, luchando con el frío limeño que congela los huesos, se ha conglomerado una multitud, que espera ansiosa que arriben sus nuevos ídolos, los chicos de la Sub-17 que llegan después de un papel histórico en el mundial de Corea. Apeado en los hombros de su padre, está Alex, un mocoso que no pasa los 7 años, tan fanático del fútbol como su progenitor, no les ha importado la inclemencia del clima y tampoco el estar despierto tan tarde, lo mas valioso para ellos es estar allí, junto a toda esa gente que tiene los ojos vivitos de emoción contenida, que esperan agitados, que el avión aterrice de una vez por todas, para brindarles su cariño infinito.

El vive en la ciudadela Pachacutec, un lugar donde impera la necesidad, se disemina la miseria y se lucha contra la adversidad desde que se nace. Allí donde los chicos desfogan su afición al fútbol, en un improvisado campo de arena, que cuando el sol calienta, son brasas ardientes que calcinan sus maltratados pies descalzos. Desde su hogar suelen vislumbrar el agitado mar de Ventanilla, aquel que una noche de Diciembre se tragó un fokker y con él al equipo completo del Alianza Lima, naufragio donde se perdieron muchas ilusiones futbolísticas, también una historia inadmisible que alguna vez su padre le contó, por ello llevaba puesta la camiseta de Alianza, pues sueña con llegar a ser alguna vez un destacado futbolista.

Como todos los peruanos, Alex sintió como propias las caras de tristeza de los jóvenes sub-17, cuando el pitazo final del partido contra Ghana, les señalaba que debían regresar a casa. Ha vivido a su manera las alegrías contenidas por tanto tiempo por su padre y desfogado su aún tierna alma de hincha, en cada gol y en cada alborada que vivió intensamente, refugiando su admiración en estos chicos que se han convertido en sus íconos mediáticos. Acaso y le importen dos centavos que los adultos, hoy agradezcan por las madrugadas felices, pero que fieles a su idiosincrasia, se han ilusionado mas de la cuenta, sin reparar en que así como sacaron resultados positivos -que han sido históricos- han podido regresarse mas temprano que tarde del mundial.

Quizás el no entienda, que aunque suene descarnado o sea la antípoda a tanta parafernalia, el fútbol es una cuestión de momentos y de circunstancias, a veces no se gana porque ser mejor, sino porque se actúa oportunamente. Algo de eso le pasó a la sub-17, en el sudamericano y también en el mundial. JJ Oré, peruano como todos, guía y orientador que esperó con paciencia su oportunidad, supo inyectarle ánimo y confianza a este grupo de jóvenes, pero él mismo ha sabido reconocer que Diosito se puso la camiseta en muchas oportunidades.

El avión ha llegado con sus ídolos y Alex tiene una vista privilegiada, se alegra cuando Duarte, Hermoza y Bazalar le obsequian una sonrisa y siente un escalofrío, cuando Reimond Manco -que ha pasado a su lado- le toca el rostro y bromea con su gorrito.
-Buena Manco- le grita el chiquilín entre la multitud, mostrando su camiseta de Alianza.
El joven futbolista, saluda cariñosamente a la gente enfervorizada que vitorea su nombre.
-Profe yo también quiero ser un jotita- grita desaforadamente el mozuelo, cuando ve aparecer a JJ Oré, que solo atina a levantar la mano y sonreír a los hinchas que aplauden ruidosamente.
Los jugadores van pasando y enrumbado a sus destinos, el gentío agita sus banderolas alusivas con frenesí.
-papi, me habrá escuchado el profe Oré? –pregunta Alex
-Si te ha escuchado hijo- lo consuela, sonriendo y a sabiendas que miente, para apaciguar la emoción de su hijo, la misma que él ha sentido, al estar junto a los chicos que le devolvieron la sonrisa.
-Bueno hay mucha bulla, pero lo importante es que viste a los “jotitas” y de cerca todavía- asiente el padre, tratando de minimizar la inquietud del niño, que ya tiene los ojos adormecidos por la trasnochada. Ante tanto barullo, un par de turistas argentinos, los miran socarronamente al pasar y al acercarse atinan a comentar en voz alta:
- Que pasó Che, ganaron la copa del mundo?-
El turista, sonríe y se encuentra con la mirada del pequeño que frunce el seño. El padre de Alex lo mira de pies a cabeza y le responde sin dejar de observarlo con arrebato:
-Tienes que ser peruano, para entenderlo-

Esa noche -o lo que quedaba de ella- el niño se durmió al calor de su nostalgia, abrazado al balón que le regalo su abuelo, se vio vestido de blanco y rojo, soñó que jugaba un mundial, y emulando a sus nuevos ídolos, adormitaba la visión de un gol convertido, que celebraba junto a sus amigos del barrio. Al día siguiente, después del colegio, iría nuevamente a su cancha de arena, a darle al balón, en todo lo que reste de la tarde, disfrutaría a sus anchas del fútbol, con pasión desmedida, fijaría su mirada al cielo para soltar sus fantasías al viento, querrá ser libre con júbilo, saciar por unos momentos esa amarga realidad que lo consume, pero que no puede amilanar sus sueños de niño travieso.
El tiempo pasará para Alex, quizás logre algún día ser un futbolista famoso y jugar en el Alianza Lima, junto a su ídolo Reimond Manco, o talvez el destino lo lleve por caminos equivocados y termine siendo uno mas de ese grupo de pequeños que empiezan pateando un balón a la falda de un cerro y que terminan matando sus ilusiones en una pandilla juvenil o en aquel portazo en la cara que reciben cuando acuden a un club grande.

Aquella mañana, el niño se levantó temprano y emprendió una loca carrera por el arenal, llegó hasta la cumbre del cerro, desde donde divisa el mar, también el aeropuerto, se sentó a mirar el horizonte y se puso a soñar despierto. JJ Oré estaba en el estadio, vestido con su ropa de faena, listo para seguir su encomiable trabajo. Al lado estaban sus ídolos juveniles, de nuevo en la cancha y listos para una nueva aventura. Alex se vio caminando por el centro del campo, con su balón bajo el brazo, lo dejó en el suelo, puso encima su pie izquierdo, sus manos a la cintura y frente al estratega le dijo:
-Profe, cuando sea grande, yo también quiero ser un “Jotita”.-

martes, 4 de septiembre de 2007

El balón manchado por el D10s

El balón, después de aquella triste despedida en el Monumental -un 10 de noviembre del 2001- se había quedado adormecido, tendido en su lecho, abrigando en su regazo el desconsuelo y palpitando su obligada resignación, porque el genio, el Dios vestido de barrilete cósmico, se había ido para siempre de los campos de fútbol, ya no acariciaría mas su esférico rostro, con ese botín mágico, inconmensurable y maravilloso, ahora no había mas razones para seguir existiendo, porque el placer de su propia subsistencia, solo había llegado a su clímax cuando el Diego, lo hizo rodar alegre por el césped, con esa autoridad divina que dominaba a su antojo su elíptica forma.

Ese balón que decidió quedarse dormido eternamente, estaba perdido en el olvido, hasta que la otra noche vinieron por él, el hombre lo tomo en sus manos y lo abrazó con nostalgia, le dio aire y pudo divisar una dedicatoria casi borrosa que parecía una mancha... “Diego (10)”. Recordó que aquel balón lo había recibido de las manos del propio Maradona, el día de la despedida, pero esta vez nadie iría a darle pataditas, jugarse un partido completo. Esta vez el balón y su dueño tenían un destino diferente.

El hombre se posó frente al Sanatorio Güemes, llevaba la camiseta Argentina, la de Maradona, con el N° 10 en la espalda, una estampita de la virgen María y el balón autografiado bajo el brazo, casi en silencio se unió al coro de plegarias de la gente allí apostada, con suavidad posó su mano por el balón y recordó con melancolía aquella frase de “la pelota no se mancha...”, él sentía diferente, su balón si estaba manchado, quizás con la firma del Diego que casi no se distinguía, pero ello era también una metáfora, para con ese intrépido actuar del ídolo y la desfachatada forma de perderse en el desenfreno, el abuso del alcohol, la adicción a la cocaína y su caso omiso al peligro, lo viene arrastrando a una inminente autoeliminación,

El hombre que ya pintaba canas rezaba en silencio, aprisionando la estampita y su balón manchado, trataba de esconder una traviesa lágrima que le surcaba el rostro y que le venía desde el alma :

Diego querido, no me hagas esto, no manches de ingratitud el recuerdo y tampoco juegues irresponsablemente con la muerte, porque el 86 -la vez del gol a los ingleses- casi me matas de alegría y en el 2004 me quebranté de hipertensión cuando la eludiste con suerte, hoy vives jugando con ella como si fuera un balón, vengo a pedirle al todopoderoso que te ayude en tu recuperación, pero te imploro por lo que mas quieras, no vuelvas a tenerme en esta angustia, porque un día, cuando aceche otra vez la muerte, quizás ya no te queden fuerzas para el regate final, cuando tu corazón no responda al llamado que le haga la tribuna y la fatalidad nos termine marcando a los dos el destino cruel del infortunio. Quisiera y que si algún día llegara la muerte, sea porque es parte de nuestro destino de vida y no porque le hayamos tocado la puerta.

Allí se quedó el hombre, aferrado al balón de fútbol, pensando que aunque toda esta devoción resulte a veces demasiada injusta, en el fondo no resulta siendo mas que un paradigma eterno por aquel fervor mezcla de demencia y obsesión, por alguien que es prisionero de un pueblo cuyo afecto es asfixiante y mortal, un genio que un día tocó el cielo con las manos y que de tanto escucharlo, hoy se sienta un Dios omnipotente y dueño de su propia existencia, quizás no entienda que por todo lo que hizo en una cancha, ha dejado un legado en todos los que amamos el fútbol y que de a pocos vamos perdiendo la esperanza, que su leyenda viva se está extinguiendo sin remedio.

viernes, 31 de agosto de 2007

La restauración de las almas

La catástrofe ha pasado, la mujer levanta el rostro y mira que sus ropas están aún polvorientas, sus manos sangrantes, aprisionan el pañuelo que aquella noche, en que la tierra sacudió sus entrañas, estaba limpiando el rostro de su niño. Cuando todo se hizo estremecimiento, lo perdió de vista, sus ojos se nublaron de terror, ya no pudo divisar nada, aquella vieja pared, de adobe y quincha, donde colgaban unos cuadros con su retrato, se desplomó como si fuera una fortaleza de cartón, solo le quedó en la memoria la voz de su hijo que con sus escasos 6 años a cuestas, clamaba ayuda, no pudo recordar nada más.

Ya es el tercer día, y en Pisco hay un olor a muerte y desolación, es de mañana y aún con la misma vestimenta con que la sorprendió el terremoto, la mujer abraza desconsolada el féretro de color marfil, donde se encuentra su niño, su adoración, su tesoro, su joya más preciada, se quedó sin existencia. Cuando intentó buscarla en la penumbra, la tierra se tragó sus pasos y doblegó su frágil cuerpecito, que no pudo resistir el embate, su casa, aquella donde pasó sus mejores momentos de su corta vida, se le vino encima, dejándolo inerte, sin vida y sin esperanza. Su madre llora desolada, bañando con sus lágrimas el ataúd, no hay nada que la consuele y solo pide a gritos al cielo que se lleve su espíritu, para estar cerca de su pequeño, para olvidar de un solo impulso aquel recuerdo maligno que desde aquella noche atormenta sus atribulados recuerdos.

Ya ha pasado la tragedia y los corazones del mundo se ha unido en el abrazo unido de la solidaridad, pero toda la ayuda material -que hace mucha falta- que va llegando de los lugares mas recónditos del mundo, va pareciendo pequeña, comparada con el dolor intenso que ha quedado en los corazones y las mentes de esas mujeres que han perdido a sus hijos, esos hijos que perdieron a sus padres o esos padres que jamás encontrarán a sus parientes. Quizás todo lo que buenamente se esté brindando, resulte siendo una mera forma de desfogar nuestras conciencias atribuladas, de liberar nuestras culpabilidades, con un alimento, un abrigo o una parte nuestra, que conforme pasan los días, se va convirtiendo en una escondida forma de indolencia que la estamos disfrazando con resignación. Acaso y nos hayamos puesto a pensar como van a superar estas familias su reinserción a lo que será a partir de ahora, su nueva vida después de de haber escapado de las garras de la misma muerte.

La reconstrucción está en camino, levantar una nueva ciudad desde las cenizas, quizás sea tan importante como la restauración de las esperanzas perdidas, de recomponer las ilusiones desde el repaso de los recuerdos amargos e imborrables. Hoy resulta importante el alimento espiritual, el trabajo de la mente aún perdida en la nostalgia por la vida pasada, que se rompió en mil pedazos. Hoy nuestros hermanos en desgracia, más que nuestra lastimera misericordia, requieren que nuestra solidaridad se haga extensa y permanente, porque lo material se irá perdiendo en el tiempo inmediato, pero el soporte místico resulta fundamental para el resurgimiento personal y humano. Porque aunque el tiempo pase y se vaya llevando sus vivencias nuevas, el dolor seguirá en sus almas por una eternidad y cada consuelo solo logrará retroceder el tiempo, para recoger sus lamentos como migajas de tristeza.

domingo, 19 de agosto de 2007

LEVANTATE PERÚ!!

Aquella tarde ensombrecida, de un día de miércoles, estaba escrito que la tierra te sorprendería con su estremecimiento. Te tomó de los pies y no te dejó escapatoria, su ondulación de terror y pánico sacudió tus propias entrañas con esmerada brutalidad. El mar que bañaba tus costas, se revolvió de entre sus umbrales para zarandear tu cuerpo a su antojo, tus hijos le vieron de cerca, los ojos a la muerte. En unos interminables segundos, la tierra tembló más fuerte que nunca y fue dejando un manto negro de destrucción, sufrimiento y tragedia.

Hoy te miro Perú, y te veo herido de muerte, magullado en tu nobleza, desgarrado en tus ropas y en tu piel, una parte tuya ha sido arrancada de cuajo, como tu propia esperanza por la vida. La tragedia se ha hecho hermana del desamparo y ha destruido tu ilusión y alegría. Hoy estas trémulo en tus emociones, mirando como tus hijos recogen a sus muertos, buscando entre los escombros señales inexistentes de vida, aferrados a la palpitante esperanza de que en algún sitio escondido, pueda estar, ese ser querido, que aquella terrible noche, desapareció de entre sus dedos, cuando el espanto les apagó la luz de sus confianzas y los dejó inertes, sin aliento, a merced del cataclismo.

Tu tierra, ha sido removida de entre sus raíces, aquella brisa que acariciaba tu rostro, hoy se ha hecho polvo que juega con el viento y enjuga tus lágrimas de dolor eterno. Tus manos están maltrechas, porque han lisonjeado el rostro lleno de sudor y sangre de tus hermanos. Hoy tienes rasgado el corazón al ver que todo lo que un día fue regocijo y esperanza, se ha convertido en un calvario de vivencias. En cada metro que alcanzan a ver tus ojos extenuados, solo divisan cuerpos sin vida y moradas destruidas, almas que caminan sin rumbo, cuerpos que prefieren estar muertos y rostros que solo reflejan dolor y desesperación.

¡Levántate Perú!, porque tus hijos se abrazan llorando juntos y buscan tu cobijo, cual niño perdido que encuentra el regazo de su madre. El cataclismo ha podido romper sus cuerpos y sus voluntades, pero resisten con vigor ennoblecido que la sombra de la muerte siga encarnizando su existencia. Dios ha brindado su señal, permitiendo que el sacerdote de su Iglesia resucite de entre los escombros, junto a un niño de siete meses y que una madre pueda alumbrar a su hijo, Rafael Jesús, que resulta siendo un destello de luz de esperanza y vida entre las tinieblas de la congoja.

¡Levántate Perú!, porque hoy en medio de la devastación, tus hijos se han unido para ayudarse como hermanos, un pueblo nacido desde el sufrimiento, se está haciendo fuerte y solidario en la desgracia. El momento fatídico va quedando en la memoria y se va haciendo hora que le aceptes la mano al amigo extranjero que viene en tu ayuda, para hacerte elevar, para decirte al oído que está contigo y para acompañarte en el desconsuelo y la resignación

¡Levántate Perú!, porque aún te quedan fuerzas para que vuelvas a renacer de entre las cenizas, con el pecho henchido, rasgado y sangrante, pero con la convicción que en estas horas amargas de aflicción, la unión de los peruanos se fusionará en un abrazo de sentimiento, para compartir un solo corazón, para curar tus heridas y hacer que dejes tu lecho de dolor, para tomar tu brazo y poder llevarte a caminar juntos por el sendero del porvenir y la nueva esperanza.

PERÚ, SOMOS FUERTES, SEAMOSLO SIEMPRE!!

domingo, 5 de agosto de 2007

En el nombre de la amistad

Recostando la cabeza en el sofá, le inventaba una caricia al sentimiento cuando la nostalgia se sentó a descansar sobre mis pies, despacio y en silencio, a pie juntillas, se fueron acercando mis recuerdos, se posaron detrás de mí y empezaron a susurrarme al oído un arrullo que me hicieron cerrar los ojos un instante, medio despierto y medio dormido, entablé un vínculo con la imaginación que me alcanzó a las manos el álbum irreal de las vivencias pasadas, que se tornan cual fotografías en imágenes paganas de aquellas experiencias que se fueron quedando con los años en el baúl de nuestra memoria y el corazón.

Pude pasar las hojas y mirar el retrato de mis buenos amigos, aquellos que fui haciendo con los años y con los cuales pude compartir muchas alegrías, muchas frustraciones, pero también muchas esperanzas e ilusiones, algunos desde la niñez, otros en el trabajo, algunos que se fueron del país y otros que tomaron la valija del viaje sin retorno hacia la eternidad, todos entrañables y consecuentes, algunos con los que hoy comparto la rutina laboral y que muchas veces tuvimos que separarnos, por razones ajenas a nuestro deseo, pero que siempre se conservó el cariño, la sinceridad y la estima a través de la distancia.

Siempre tuve claro que la verdadera amistad es la sincera y noble, también que es aquella que empieza donde se termina el interés o es aquella que llega cuando el silencio entre dos parece ameno, quizás porque en el fondo todos tenemos o creemos tener buenos amigos, aunque pocas veces hayamos tenido en suerte palpitar un sentimiento ajeno para compartir una alegría con alguien que no lleva nuestra sangre y que llegó sin siquiera haberlo citado, o quizás haber compartido un sollozo lastimero en un hombro forastero, aferrando la melancolía en una sola palabra que levantó nuestra grandeza y estrujó la soledad de nuestros días de angustia.

La vida me enseño que la verdadera amistad es como una planta de desarrollo lento, a la cual debemos cultivarla y abonarla con la sinceridad, regarla cada día con el agua del afecto y la consideración, cuidarla con el sentimiento del cariño y las emociones compartidas, a la cual jamás debemos dejarla abandonada a su suerte en el desierto del olvido, pues como una planta, puede crecer muy alto y florecer sus mejores colores, pero si la descuidamos, puede morir sin remedio y desaparecer sin dejar rastro en el recuerdo de nuestra indiferencia.

Reconozco que a veces he odiado a las circunstancias cuando me llevaron por rumbos lejanos y nos hicieron distantes de mis buenos amigos; A veces he odiado al tiempo, porque me hizo preso de mi propia nostalgia; A veces he odiado a la distancia porque me hizo sentirme lejos de mis recuerdos, mis vivencias; A veces he odiado a la realidad, que me fue pintando distintos paisajes, a veces simples, a veces alegres y a veces los que duelen y que nos dejan un agujero en el corazón.

Pero me he dado cuenta que no estoy hecho para el odio, soy de aquellos que definen a la amistad como el único sentimiento, mediante el cual los seres humanos pueden manifestarse afecto, cariño y sinceridad sin condiciones, soy de los que valoran el aprecio en demasía y un convencido que es más fácil encontrar un amor apasionado que una amistad perfecta y es que los buenos amigos son como la misma sangre que acude a la herida sin necesidad de llamarlos.

Cuando pude despertar, un extraño vacío me estremeció el alma, junté las manos y miré el espejo de la realidad, pude distinguir como se ha pasado el tiempo y sin darnos cuenta se fue llevando nuestros años, recordaba a mis buenos amigos, aquellos que siguen hasta hoy, a quienes siempre los tengo presente y que coincidimos en que el tiempo quizás solo nos cambió nuestros cuerpos, pues nuestra amistad sigue latente y fuerte, aunque la separación hoy nos mantenga oculto de los ojos, estamos cerca del corazón, porque cuando el afecto es sincero, rompe fronteras y hace que la distancia sea una mera forma de estar lejos.


LIBRANO

sábado, 14 de julio de 2007

Un adios sin despedida

(Dedicado a mi querido viejo que un día tomó su valija y decidió emprender su viaje sin retorno)

Aquella mano que bajó del cielo se iluminó con el firmamento y sin pedir permiso oprimió su espíritu, así como al nacer le permitió que diera su primer grito, esta vez aprisionó por un segundo su corazón y lo detuvo en su último latido de manera fulminante para dejarlo inerte, despojado, sin vida, llevándose a la gloria su alma y dejando regado por el suelo un olor a desconsuelo y aflicción.

No pude llegar a despedirme y solo lo encontré dormido en su descanso eterno, sin esa sonrisa retorcida y su mirada perdida con que me saludaba, sus ojitos chinitos habían dejado escapar su última lágrima que pude secar con un beso lastimero, confundiendo las mías propias en su rostro pálido y triste, reconciliando un sollozo en aquel abrazo intenso, desde el alma, aquel abrazo que apretujó mis entrañas y me quebró las fuerzas al mirar el sufrimiento de mis hermanos y mi adorada viejita.

Me ha quedado marcado en la memoria aquel momento en que cargando su féretro, se posó a despedir de aquella casa donde vivimos tantas cosas cuando niño, cuando no pude contener mis emociones y me quebré sintiendo flaquear mis piernas y abandoné mis fuerzas, cuando me abracé al cuerpo de madera desbordado en llanto que me hizo desfallecer por un instante, aquel momento en el que pasaron por mi mente tantos recuerdos vividos que terminaron por desgarrarme de dolor el alma.

Estoy elevando mi oración a Dios para que no abandone mis fuerzas y permita cobijar mi desahogo en la fortaleza de la esperanza, aquella que hoy se aferra al reloj del tiempo para que sea el juez de mis emociones perdidas, aquella que espera lograr que la resignación se apiade de mi desventura, porque tengo los ojos llenitos de dolor y aún marcado en los labios ese amargo sinsabor que deja la tristeza

Mirando al firmamento hoy descubrí una nueva estrella, en adelante cada día del Padre tendrá un matiz demasiado gris y entristecido, hubiera querido estar a su lado antes que expire su alma, pero el destino no me dio la oportunidad, hubiera querido decirle lo mucho que lo quería pero ya no me escuchaba, hubiera querido oír su voz por última vez pero el infortunio solo se encargó de permitirme encontrar sobre la cama, un simple adiós sin ninguna despedida.

LIBRANO

Pensamientos

EN ESTA VIDA TODO TIENE UN PRINCIPIO Y UN FINAL
TODO TIENE SU TIEMPO Y TODO TIENE SU LUGAR
LA VIDA SIEMPRE VA DE LA MANO CON EL TIEMPO
Y NOS HACE VER QUE NO EXISTE LA ETERNIDAD

NO SE DEBE PRESIONAR LAS COSAS NINGUN INSTANTE
CUANDO AUN NO LE TOQUE SU OPORTUNIDAD
PUES TODO LLEGA EN SU MOMENTO JUSTO
Y TAN SOLO HAY QUE SABERLO ESPERAR

NO PRETENDAMOS QUE TODO CAMBIE EN UN MINUTO
NI ACELERAR A QUE MAS TEMPRANO LLEGUE EL FINAL
PUES SOLO PASO A PASO IREMOS HALLANDO
AQUELLO QUE BUSCAMOS Y PRETENDEMOS ENCONTRAR

PARA TODO DEBEMOS SIEMPRE DARNOS UN TIEMPO
PUES SOLO AL TIEMPO NO SE LE PUEDE CONTROLAR
Y AUNQUE EL TIEMPO CONTROLA EL MUNDO
EL MUNDO SIEMPRE ESTARA EN SU LUGAR

EN ESTA VIDA TODO TIENE SIEMPRE UN PRECIO
QUE TARDE O TEMPRANO LO TENDREMOS QUE PAGAR
PORQUE A LA VIDA SIEMPRE TENDREMOS QUE VIVIRLA
AUNQUE EL TIEMPO PASE Y SE LLEVE NUESTRO CAMINAR

PUES MAS IMPORTANTE SERA TODO LO BUENO VIVIDO
QUE LOS MALOS RECUERDOS QUE INTENTEMOS OLVIDAR
PUES POR MUY CAROS QUE SEAN NUESTROS ERRORES
SIEMPRE LOS ERRORES SE TENDRAN QUE PAGAR

PORQUE A LA VIDA NO LE PODREMOS COBRAR NADA
Y SIEMPRE PAGAREMOS POR HABERLA DEJADO PASAR
PORQUE SOLO A DIOS LE DEBEMOS NUESTRAS VIDAS
Y SOLO A DIOS SE LA TENDREMOS QUE REGRESAR.


LIBRANO

El placer de escribir


Este humilde mortal se siente un privilegiado por Dios, al haberle brindado una virtud -quizás inmerecida- para plasmar al papel todo aquello que siente el pensamiento, aflorando aquella sensibilidad que guarda desde el fondo de su corazón.

Espero que sea de agrado a cuanta persona se digne visitar es blog, que ha sido hecho con mucho cariño y dedicación.

Librano