sábado, 18 de junio de 2016

Viejo, mi querido viejo

En estos tiempos de modernidad, ser padres resulta un tema muy complicado, por lo menos si lo comparamos con aquella época en que nos tocó el papel de hijos. Hoy al ver que los nuestros se manejan en un mundo virtual y nos obligan a  tener que adaptarnos a ese entorno de comunicación, nos vienen a menudo a la memoria, aquellos tiempos idos, adormitados en el recuerdo y la nostalgia de como sobrevivimos tranquilamente a no depender de un smarphone, a disfrutar de nuestra única prioridad que era ser felices, compartiendo con nuestros viejos o los abuelos. Tiempos sin tecnología, cuando nuestros juegos infantiles eran en la puerta de la casa, nuestros días de fútbol eran en los campos de tierra o en esas duras pistas de cemento donde rompíamos los zapatos. Recordamos los primeros amores, las primeras tristezas, los desamores y como extrañamos a los viejos que ya no están con nosotros pero que recordamos por siempre.
 
Será por eso que ahora que se avecina el día del padre, al reunimos con los buenos amigos del trabajo, con quienes suelo compartir la rutina laboral y mi pasión por el fútbol, recordábamos esos tiempos idos, trayendo tantas vivencias propias con nuestros viejos y nuestros abuelos, memorias que empezamos a soltar despacito, al compas de una buena música y un buen trago que hacía amena la charla.
 
Yo jugaba al poker con mi abuelo – comenta Enrique-
 
Era un tipo muy distinguido, de finos modales, pasaba lindos momentos a su lado, lo veía con mucha admiración porque me tenía mucha paciencia, yo era un pequeñín muy inquieto y el abuelo me daba siempre consejos y me contaba muchas cosas que a mi edad me llamaban mucho la atención. Yo lo buscaba en su cuarto y nunca tenía un gesto de desagrado cuando interrumpía su siesta. Hoy me siento orgulloso de llevar su nombre, lo recuerdo con mucha nostalgia, sobre todo cuando se acerca el día del Padre.
 
Los mejores recuerdos que tengo con mi papá son esos programas que veíamos juntos en la TV –Dice abriendo los ojos y moviendo la cabeza- Todos de actualidad política y económica cuando yo andaba recién por los 12 años. Con él discutía de todo un poco, me hablaba siempre con propiedad y yo lo entendía perfectamente, prácticamente él me convirtió en el economista que soy hoy y le agradezco de por vida.
 
–Suelta un suspiro hondo y sorbe de su copa para cerrar los ojos un instante-
 
-Ahhhh… Siempre elegante mi viejo lindo.
 
Rafael, se acerca a Enrique y posa la mano sobre su hombro.
 
-Mi abuelo siempre me hace recordar las tardes de fútbol –dice melancólicamente- Recuerdo que íbamos a los tripletes de antaño en el viejo Estadio Nacional, bien provistos con la merienda respectiva, eran casi 7 horas seguidas que pasábamos viendo futbol del bueno. Recuerdo que la última vez antes que el abuelo cayera en cama con sus dolencias (que sigue batallando) fue para la Copa América en Lima. Me acuerdo que ganaban los argentinos 1-0 y se pusieron a pichanguear en una esquina y Adriano los vacunó. –Dice mirando fijamente a Diego, afanoso hincha del fútbol argentino-
 
Con mi viejo, recuerdo los fines de semana en Chaclacayo, subíamos a Chosica para disfrutar de los juegos mecánicos, allí con mis hermanos nos trepábamos a la montaña rusa y mi viejita se asustaba mucho mientras mi viejo disfrutaba que sus críos sean tan avezados como él. El fútbol no fue ajeno para mi viejo, solía jugar de joven y la conocía, aunque guardaba un deseo de que sea futbolista, a mi me ganaron los números y hasta ahora él se siente orgulloso de mi decisión. Un grande mi viejito.
 
-César tú si tienes sangre pelotera, tu hermano fue futbolista profesional ¿no?- Le pregunta Rafael como pasándole la posta para que cuente su relato y afloren sus recuerdos.
 
Mi viejo era pelotero al mango (exagerado) –Dice César con la sonrisa que ilumina su rostro moreno- De chibolo recuerdo que siempre me jalaba a todo campeonato que había en los interbancarios, pero más me acuerdo de ese campeonato de Catalina Huanca en el Agustino que eran muy bravos, allí los chibolos abríamos jugando temprano y después jugaban los mayores. Había unos partidos que sacaban chispas y a veces la sangre nos salpicaba – Dice con sorna y todos sueltan la risotada-
 
-Todos hacen un silencio y escuchan con atención-
 
Con mi abuelo pasaba mis vacaciones en Ica, que en esa época eran de tres meses metido en la chacra, la pasábamos rico con mis hermanos madrugando para recoger el algodón o cosechar el maíz, se trabajaba hasta las 10 am porque después el sol te mataba. En la tarde nos íbamos al estadio del pueblo a jugar futbol al lado del rio, luego a perdernos en las cosechas de uvas y mangos. Eran unas vacaciones que recuerdo con mucho cariño. Por ese viejo me viene la afición a los gallos de pelea, era muy bravo pero no pudo con el cáncer que se lo llevó muy rápido –Dice nostálgico escondiendo una lagrima traviesa-
 
Hay una pausa silenciosa en la sala y Fernando toma la palabra con esa chispa tan particular que lo caracteriza
 
-Mi papá se llamaba Salvador- dice en voz alta- Creo no, estoy seguro –dice con énfasis-  que tuve el mejor papi lindo del mundo, le decían Don Salvador pero era un bravo. Ante cualquier injusticia se convertía en Rambo y quebraba harta mitra (cabeza) a los faltosos.
 
-Todos ríen con mucha complacencia y celebran los gestos que hace Fernando cuando hace su relato-
 
Fui el último de la fila de 12 hermanos, a mi viejo lo disfruté mucho, fui su bastón y compañero, leíamos la Prensa y el Última Hora juntos. Jugábamos ajedrez y me contaba cada anécdota de su Alianza de toda la vida, me paseaba en su camión un Ford Ingles amarillo y nos íbamos a la playa en una Land Rover toda la familia, incluyendo a Balan y Titina mis fieles perros. Mi viejo fue peloterazo, la más baja te la ponía por el cuello y tenía la imagen de un león indomable, pero era más bueno que un conejo cachorro. Me dejó muchas enseñanzas y recuerdos, su legado hoy se los trasmito a mis  amigos y sobre todos mis hijas, a las que adoro con devoción.
 
-Fernando se levanta a servirse un trago y en su camino le toca la barba a Ted, señalando su polo donde resaltaba el logo de su Banda de Rock. Todos fijan su mirada en él y el metalero asume la posta soltando la pregunta:
 
-De mi padre?-
 
-Me acuerdo que me enseño a ir al estadio… A ver aquel Universitario, del cual me hice hincha hasta el día de hoy. El me enseño a ir a la cancha a practicar futbol y ahí descubrí que solo servía para el arco. O cuando me enseño a manejar… En ese Fiat 600 que me regalo. O aquellas salidas de fin de semana con mi familia, sin decir nada, su única orden era “alístense” y teníamos que agarrar chompas casacas y ropa de baño, porque nunca sabíamos donde terminaríamos.
 
Mi viejo era de esos padres que te castigaban poniéndote a prueba tu razonamiento. Era muy deportista y a veces se metía a las pichangas que tenía con mis amigos Le gustaba la buena música, hace poco limpiando mi casa me encontré unos vinilos de música de los 70’s que nunca supimos que los tenía guardados. Confieso que he tenido momentos en los cuales lo he recordado tanto que he soñado con él y me he despertado angustiado creyendo que es verdad.
 
¿Qué recuerdo más de mi viejo? –Asoma Hernán, interrogándose a sí mismo-
 
Apenas terminé la secundaria mi viejo me obligó a trabajar en su fábrica de máquinas hidráulicas. En lugar de recibir propina semanal como mis demás amigos del barrio, mi hermano y yo recibíamos un salario de obrero que era mucho más dinero. Trabajábamos de 7:30 am a 6:00 pm y regresaba a casa molido. –Dice alzando la voz y con la cara llena de orgullo-
 
En ese tiempo pensaba que mi viejo era un explotador, pero con el tiempo entendí que fue por mi bien y se lo terminé agradeciendo, porque aprendí muchas cosas como operar maquinas, taladros y tornamesas, cepilladoras, soldadura eléctrica y autógena a operar montacargas.
 
Pero creo que lo más importante es que aprendí a valorar el dinero ganado con el sudor de tu frente y su mejor legado fue una buena educación en una de las mejores universidades del Perú: La Universidad de Lima. Estoy infinitamente agradecido a mi viejito. El sigue vivito y coleando y a sus 84 años es un sobreviviente del cáncer.
 
Luis, que hasta ese momento estaba ensimismado escuchando cada relato, interviene arreglándose los lentes.
 
A mi viejo aún lo puedo gozar y vaya de qué manera, también un gran pelotero, era un bravo de Breña y Barrios altos, tenía una guadaña de aquellas, pero muy elegante para meterte la pierna fuerte como pocos. Lo seguía en los interbancarios que jugaban en Lince o en Chorrillos. Hasta ahora, gracias a Dios nos juntamos para recordar esos tiempos que se fueron pero que Dios nos permite aún disfrutar cada vez que nos reunimos, contando sus anécdotas y los cachorros son sus hinchas.
 
Con mi abuelo tengo muchos recuerdos –Acota sonriendo-Con él era la lectura, la timba y sus cigarrillos LM. Lo máximo el viejo. Cuando nos juntamos, los nietos son los que más le sacan provecho a sus vivencias.
 
Daniel suspira hondo antes de efectuar su relato. Tiene en la cara una mueca de admirada jactancia.
 
A mi viejo no “le tocó” ser mi viejo sino que él eligió ser mi viejo.
 
–Interviene con esa solidez que tiene en sus palabras para soltar sus conceptos-
 
No nos unió la sangre sino nos unió el amor. Comenzó a enamorar a mi viejita cuando yo tenía 3 años y se casó con ella cuando yo aprendía a darle al balón a los 6. Mi corazón y mis ojos nunca conocieron a otro padre sino a él. Mi más remoto recuerdo con él, me tiene a mí durmiendo en sus hombros mientras él caminaba 20 cuadras acompañando a mi viejita para dejarla en la puerta de su casa.
 
La vida me negó un padre biológico pero Dios me regaló un padre en todo sentido: cómplice, amigo y aunque su amor inmenso por el balón no es correspondido porque la redonda no lo ama a él – todos sonríen con beneplácito-.nos une la pasión por este deporte, la devoción por la crema y el amor inmenso por mi vieja.
Miguel mi padre, me dio mucho; me dio hermanos, me dio una casa, me dio educación, me dio valores, pero sobretodo me dio amor incondicional. Mi papá me enseñó a ser papá.
 
Este domingo día del Padre tengo mil motivos para agasajarlo y darle gracias a Dios porque un día se cruzó en nuestro camino para completarnos, para alegrarnos, para amarnos…para hacernos felices.
 
-Todos me miran esperando que tome la palabra y me sonríen sin decir nada-
 
Yo tengo el mejor recuerdo de mi viejo, por esas tardes de fútbol en el estadio, me llevaba casi todas las semanas y me hice un apasionado enfermizo. Allí conocí mi primer y único amor: Mi Echa Muni, de toda la vida. Él me llevó a ver al Sporting Cristal y terminé subyugado por el juego del “Cholo” Sotil. El me acompañaba en mi sueño de ser futbolista, aunque el dinero escaseaba se las rebuscaba para que tenga siempre un buen par de chimpunes. De muy chico he podido ver a los grandes equipos y jugadores que llegaban a Lima, en las temporadas internacionales pues recalaban los grandes clubes de fútbol del mundo. Pude estar en ese épico partido del combinado Muni-Alianza que ganó 5-2 al Bayern Munich. Pude ir a las tres veces que Diego Maradona llegó a Lima y se inició mi eterna devoción por el D10s del fútbol.
 
Con mi viejo hablábamos de todo un poco, pero siempre terminábamos hablando de fútbol. Me contaba las anécdotas de Terry, de “Lolo” de la vez que vio a “Pelé” y que era un eterno admirador de Valeriano López. Me afectó mucho el día en que decidió partir, en un adiós sin despedida y no tanto por su muerte, sino por el dolor que la ausencia le provocó a mi madre, su eterna compañera. El viejo era tan caprichoso que incluso para su muerte, eligió un día antes del día del Padre, aún recuerdo que mientras todo el mundo celebraba, yo y mis hermanos estábamos en el camposanto dándole cristiana sepultura. De eso ya se han pasado casi 10 años, quien lo diría. Aún extrañamos esa extraña forma que tenía el viejo para hacer la vida simple, para sobrellevar esa maldita diabetes, que un día se lo llevó para siempre al viaje sin retorno.
 
El mundo globalizado que nos gobierna, ha logrado que la tecnología nos quite ese espacio que teníamos las personas para comunicarnos, para extrañarnos y reencontrarnos en ese abrazo que lograba transmitir todas las emociones juntas. Hoya, los tiempos han cambiado tanto, todo eso se ha variado por un simple emoticon, un saludo copiado del internet y mensajes de dos líneas acompañado de imágenes paganas, que son más un compromiso vencido, que palabras sinceras. La tecnología hoy ocupa nuestro lugar ante nuestros hijos, nuestros amigos y hasta con nuestra propia familia, vivimos atados a un Smartphone, el facebook es un libro abierto, sabemos la vida de los demás y publicamos la vida nuestra, sin siquiera vernos con aquellas personas que extrañamos, con aquellos seres queridos que no vemos y sin poder regresar a esos lugares que nos vieron crecer de niños
 
Será por eso que el fútbol y la vida misma estén atados a un sentimiento y aunque se hayan pasado los años, aquellas vivencias que tuvimos con nuestros padres y abuelos, sigan permaneciendo en el tiempo, a pesar de la modernidad y su obligada cesión de voluntades que nos arrastra sin medida. Valga esta oportunidad valiosa que tuvimos los buenos amigos de siempre, para juntar nuestros cuerpos y coincidir nuestros sentimientos, dejándonos llevar por la nostalgia y recordar un cachito en este día tan especial, aquellas vivencias que unieron el fútbol y la vida misma, como una película, con los protagonistas principales, nuestros padres y abuelos, nuestros queridos viejos.
 
 
 
 
 
 

lunes, 7 de marzo de 2016

LIKE A ROLLING STONE

Dicen que para los mortales de alma rockera y amantes de la buena música, los grandes momentos son esos que se disfrutan en buena compañía y que los mejores recuerdos musicales son los que se gestan compartiendo momentos gratos y que resultan inolvidables. Pero es bien cierto que los momentos clásicos e imperecederos, esos que marcan un episodio trascendental que se quedan en la retina y se guardan para siempre en el alma, solo pueden ser generados por músicos que mas que genios del rock representan una verdadera leyenda viviente y que uno al ser parte de su recital, solo puede sentirse un simple mortal privilegiado.
 
Estar frente a los Rolling Stones tiene ribetes mágicos, hechiceros y fascinantes, uno no termina de preguntarse como carajos un ser humano con más de 70 años puede moverse en el escenario como lo hace Mick Jagger. Es que resulta increíblemente real y sorprendente, pasa por la mente desde que su médico es un extraterrestre o que ha encontrado el elixir de la eterna juventud. Es realmente impresionante verlo en vivo y asemejar el mismo swing de sus años mozos. Cada paso nos hacen sentir que Jagger se ha quedado congelado en la eternidad y que de cuando en vez lo sacan de su sarcófago templado, para bajar al escenario y desparramar una energía envidiable y asombrosa vitalidad que te rompe los esquemas, cuando mueve su esquelética figura y hasta se anima a correr por la tarima con el mismo vértigo de antaño.
 
Su mejor soporte siguen siendo el eterno y menos estrambótico Charlie Watts y su seriedad para el golpeteo etéreo, espontáneo de la batería, pero que brinda el soporte esencial para la banda. Pero son Keith Richards y Ron Wood los que le dan esa hegemonía de superioridad tan viva, tan real, cuando sus guitarras afinadas al extremo, se convierten en afiladas cuchillas que te van desgarrando los sentidos despacito y despellejando el espíritu en cada acorde, lentamente vas sintiendo que la sangre caliente discurre por tu cuerpo como lava ardiente que te quema deliciosamente la piel y el alma, tu cuerpo se menea frenéticamente sin control a la voz eterna de Jagger que penetra tus sentidos y te vas convirtiendo plácidamente en un súbdito fiel y sumiso de estas satánicas majestades.
 
Esta vez mi mejor compañía fue mi hijo mayor, Franco, genio de nacimiento y músico por adopción, no había mejor inversión que estar juntos ante tamaña gesta del rock mundial. Desde que vimos el escenario en su inmensa majestuosidad, hasta que los primeros sonidos del “Start Me Up” estremecieron nuestros sentidos, una extraña y nostálgica sensación se fue apoderando de nuestra voluntad y el cuerpo se hizo una llamarada, que fue sucumbiendo en los acordes del nostálgico “Paint It Black” que fue una regresión a los años de la TV en blanco y negro, de las guerras insensibles y estúpidas que tomaron de estandarte su banda sonora. Cuantos recuerdos con “Angie”, ese himno romántico, lleno de nostálgico frenesí de nuestros años juveniles cuando el amor y el rock jugaban al gato y al ratón. Cuantas sensaciones en el corazón que se desperdigaron por el aire cuando no solo escuchamos, sino sentimos nuestra favorita y entrañable “Miss you” que fue como un golpecito nostálgico a nuestro romanticismo eterno. Que decir cuando en la pantalla se dibujaron letras extrañas, estrellas rojas, cruces invertidas y rostros satánicos, simbología unida por cascabeles y sonidos arabescos que precedieron a la hipnótica Sympathy for the Devil”, con Mick Jagger envuelto en un mórbido tapado de plumas color fuego, en un vestuario lleno de magnetismo que poseyó nuestras mentes. El diablo sabe jugar sus cartas.  Un apoteósico final con el clásico y mil veces disfrutado (I Can't Get No) Satisfaction en una versión Golden Premium que nos hizo rockear como antes, como hoy como siempre, dejándonos extasiados de tanta magia y grandeza espiritual que vi regocijada, cuando la mirada complaciente de mi fiera rockera, me decía GRACIAS TOTALES papá por todo esto.
 
 
Tuvieron que pasar 50 años nada menos, para que los Rolling Stones aterricen en tierras peruanas, es mucho tiempo como diría Jagger, para disfrutarlos a plenitud, gozando y bailando como perros locos, a pesar de la edad, del tiempo y de todas las atormentadas ideas y afiebrados comentarios de los que solo saben escuchar la música por la radio y nunca pisaron un recital de los verdaderos genios del rock. Esta noche la de anoche fue apoteósica y Mick Jagger me ha confirmado que la edad solo es una cuestión de look, que todo está en la cabeza, para sacar la energía que se lleva dentro y descubrir que mientras se vive y se siente la música o cualquier cosa que se haga con pasión, los años y el tiempo solo son simples pasos y huellas que se dejan en la vida.
 
Sigo extasiado y solo queda darle las gracias, a la vida y a estos genios inacabables que llevan sus arrugas y su recorrido musical con hidalguía, que nos han permitido rendirle culto al rock n’ roll, que han logrado que los que asistimos a este grandioso recital nos marchemos con la sensación de haber saciado nuestras expectativas y saber que las mismas piedras, indestructibles, siempre seguirán rodando con maestría, a pesar del tiempo mezquino que los ha convertido en leyendas vivientes del rock y que esta noche me hicieron sentir junto a mi hijo, mi fiera rockera ser LIKE A ROLLING STONE.
 

 

domingo, 14 de febrero de 2016

En el nombre de la amistad

Recostaba la cabeza en el sofá y le inventaba una caricia al sentimiento cuando la nostalgia se sentó a descansar sobre mis pies, despacito y en silencio, a pie juntillas, se fueron acercando mis recuerdos, se posaron detrás de mí y empezaron a susurrarme al oído un arrullo que me hicieron cerrar los ojos un instante. Medio despierto, medio dormido, entablé un vínculo con la imaginación y me alcanzó a las manos el álbum irreal de las vivencias pasadas, que se tornaron cual fotografías en imágenes paganas de aquellas experiencias que se fueron quedando con los años en el baúl de nuestra memoria y un rinconcito del corazón.
 
Pude pasar las hojas y mirar el retrato de mis buenos amigos, aquellos que fui haciendo con los años y con los cuales pude compartir muchas alegrías, tristezas, logros y frustraciones, pero también muchas esperanzas e ilusiones. Algunos desde la niñez, otros en el trabajo, algunos que se fueron del país y otros que tomaron la valija del viaje sin retorno hacia la eternidad, otros que fueron llegando a nuestras vidas para compartir vivencias de nuestros hijos navegando por aguas turbulentas, en ese barco del aprendizaje diario y eterno que significa ser padres. Todos entrañables y consecuentes, que te dejaron algo valioso para admirarlos y demostrarles cada día que el mejor de los afectos se entrega con un abrazo y una sonrisa sincera.
 
Siempre tuve claro que la verdadera amistad es la que empieza donde se termina el interés o es aquella que llega cuando el silencio entre dos parece ameno, quizás porque en el fondo todos tenemos o creemos tener buenos amigos, aunque pocas veces hayamos tenido en suerte palpitar un sentimiento ajeno para compartir una pena o alegría con alguien que no lleva nuestra sangre y que llegó sin siquiera haberlo citado, o quizás porque pudimos haber compartido un sollozo lastimero en un hombro forastero, aferrando la melancolía en una sola palabra que levantó nuestra grandeza y estrujó la soledad de nuestros días de angustia. De esos momentos en que aprendemos a valorar la amistad.
 
La vida me enseño que la verdadera amistad es como una planta de desarrollo lento, a la cual debemos cultivarla y abonarla con la sinceridad, regarla cada día con el agua del afecto y la consideración, cuidarla con el sentimiento del cariño y las emociones compartidas, a la cual jamás debemos dejarla abandonada a su suerte en el desierto del olvido, pues como una plantita, puede crecer muy alto y florecer con sus mejores colores, pero si la descuidamos, puede morir sin remedio y desaparecer sin dejar rastro en el recuerdo de nuestra indiferencia.
 
Reconozco que a veces y solo a veces, he odiado a las circunstancias cuando me llevaron por rumbos lejanos y me hicieron distante de mis buenos amigos. Al tiempo, porque me hizo preso de mi propia nostalgia, a la distancia porque me hizo sentirme lejos de mis vivencias y a la realidad, que me pintaba distintos paisajes, unos simples, alegres y otros tristes. A veces y solo a veces, he odiado esta maldita tecnología, por haberme envuelto en sus garras y me hizo esclavo del facilismo tirano, que me permite saber de mis amigos en tiempo real, pero que me privó la sublime sensación que produce brindar un abrazo real, de verdad, sobre todo cuando se requiere en los momentos difíciles, esos que duelen y que nos dejan un agujero en el corazón.
 
Pero me he dado cuenta que no estoy hecho para el odio, porque soy de aquellos que definen a la amistad como el único sentimiento, mediante el cual los seres humanos pueden manifestarse afecto, cariño y sinceridad sin condiciones, soy de los que valoran el aprecio en demasía y un convencido que es más fácil encontrar un amor apasionado que una amistad perfecta y es que los buenos amigos son como la misma sangre que acude a la herida sin necesidad de llamarlos y que los verdaderos amigos son aquellos que te dicen la verdad, mirándote a los ojos.
 
Cuando pude despertar, un extraño vacío me recorrió el alma, miré el espejo de la realidad y pude distinguir como se ha pasado el tiempo y sin darnos cuenta se ha ido llevando nuestros años, recordaba a mis buenos amigos, aquellos que siguen hasta hoy, a quienes siempre los tengo presente y que coincidimos en que el tiempo quizás solo nos cambió nuestros cuerpos, pues nuestra onda y nuestra amistad sigue latente, pues aunque a veces la separación nos haya mantenido oculto de los ojos, hemos estado cerca del corazón, porque cuando la amistad y el afecto son sentimientos sinceros, rompen fronteras y logra que la distancia sea una mera forma de estar lejos, pues los amigos son para siempre.
 
Para mis amigos y amigas que pude hacer en la vida solo quiero darle las gracias, por estar siempre allí cerca. Este mortal simplemente ha tratado siempre de brindar en reciprocidad, todo aquello que alguna vez recibió incondicionalmente y que lo quiere manifestar cada día de su vida en un agradecimiento eterno.
 

domingo, 10 de mayo de 2015

ASU MADRE


Tus manos blancas acarician mi cabeza y descanso mi pensamiento sobre tu falda, mis rodillas reposan el suelo, que rozo con mis dedos semejando pinceles imaginarios que van delineando nostalgias y rastros perdidos en el tiempo. Tu voz me suena a un arrullo y vuelvo a sentir ese cobijo de cuando niño. Arrullas mis sentidos y pareciera que estimularas la nostalgia, que me va adormitando, haciendo que cierre los ojos para retroceder en el tiempo.
 
Sonreímos al recordar aquellos días cuando mis primeras travesuras eran tus dolores de cabeza y mi vicio incontrolable por el fútbol ocasionaba las huidas de casa con los amigos, que terminaban en interminables búsquedas implacables por calles y plazas. Aquellas reprimendas que no tenían oídos, esos yerros de adolescente perturbado y la actitud de potro desbocado que nublaban mi raciocinio que tardé tanto en comprender y que solo tu obsesiva forma de cuidarme, logró enmendar mi rumbo. Repaso aquellos días cuando fui admirando tu fortaleza para sacudir los momentos amargos y cambiar la necesidad por un cachito de esperanza.
 
Sonríes cuando te digo que te adelantaste a estos tiempos de tecnología y mundo digital que vivimos, porque nunca necesitaste celular, ni usar facebook para saber con qué enamorada estaba saliendo, a que amigos frecuentaba y si eran buenos o malos. Tampoco requeriste el uso de un GPS para ubicarme donde estaba y sacarme de las orejas si era preciso, de una cancha de futbol, pararte en la puerta de alguna fiesta con tu palo de escoba hasta que salga o interrumpir las tertulias de medianoche con los amigos del barrio con un balde a agua sobre nuestros zapatos. Asu madre.
 
Tus mensajes de WhatsApp eran un chicote de tres hebras que dejaban sus huellas por cada malacrianza y unas ronchas que duraban una semana en desaparecer. Alguna vez me diste unos azotes sollozando y repitiendo culposamente que era por mi bien y que algún día lo entendería. Cuánta razón tuviste viejita. Hoy esas brechas fueron mi mejor enseñanza de vida. Asu madre pero GRACIAS de verdad.
 
Desde muy chico te vi sollozar tantas veces, cuando mi padre ya no quiso nuestra compañía y decidió no regresar a casa, hasta que le diera la gana. Recuerdo tus ojitos llenitos de amargura que cada noche intentaban decir que no pasaba nada y nos abrazabas junto a mis hermanos para calmar nuestros temores. Desde pequeño entendí lo triste que resulta llenar un vacío emocional. Después en mi adultez, cuando lo vimos partir en ese viaje sin retorno, entendimos juntos a valorar el dolor que produce una ausencia eterna.
 
A pesar de los años crueles que te cayeron encima, he sabido admirar tu fortaleza. En menos de un año fuiste operada tres veces, la peor fue aquella cita con el infortunio cuando tu cadera se quebró en dos y todos pensamos en una invalidez permanente, te recuperaste milagrosamente y hoy caminas solo con la dificultad que la fragilidad de tu cuerpo permite. La luz de tus ojos se fueron apagando por la edad y la oscuridad amenazaba tu vista. Gracias a tus hijos te operaste a regañadientes y hoy tienes mejor visión que nosotros tres juntos. Incluso me alardeas leyendo textos del diario que yo no alcanzo a ver salvo con anteojos y te digo que me siento un anciano a tu lado. Tu solo ríes a carcajadas y me acaricias la cabeza complacientemente.
 
Hoy tu rostro tiene las señales de los años pasados y tus cabellos tienen el color marcado del tiempo, pareces tan frágil pero tienes una energía sorprendente. Tu mente sigue tan lúcida y aunque las medicinas forman parte de tu rutina, te sobrepones al dolor para sorprenderme a menudo con alguna travesura prohibida para esa edad que se te viene encima. Te digo que te cuides y que no barras la calle, que lo hagan los vecinos y me respondes que no me preocupe que solo son un par de cuadras, que así te distraes y no te aburres. Te pregunto si no te interesa mi preocupación, me dices que me preocupe primero por mi familia.
 
Te miro a los ojos y vuelvo a perderme en la intensidad de tu mirada, compartiendo ese suspiro que dejas escapar y que acompañas con una sonrisa cómplice. Nos abrazamos y en silencio pareces recordarme que para ti no existen los tiempos ni las fechas especiales y que es más valioso aquello que se demuestra a diario y se considera toda una vida. Pones tu mano en mi frente para susurrarme aquello que aprendí desde niño: “En la vida existen cosas importantes, pero hay otras que son más importantes”.
 
Asu madre, creo que nada será suficiente lo que haga por ti, porque siempre existirá algo que se quedará pendiente, aunque esta admiración sea eterna y este amor sin fronteras, porque no hay forma para recompensar tanto que has brindado de tu vida misma, a pesar de tu sufrimiento, ofrendando un pedazo de tu alma y un retazo de tu corazón a cada uno de tus hijos.
 

 

martes, 9 de septiembre de 2014

De música ligera

Es mejor así Gus, ya está. Es mejor ahora, cuando todos duermen más tranquilos, cuando el cuerpo y la nostalgia se hayan reposados y el ánimo más sosegado. Es mejor ahora, cuando ya es de madrugada, ha pasado el temblor y tenemos los ojos más secos y el alma tranquila. Es más sereno caminar por estas calles azules intentando desaparecer entre la niebla, recordando las manos de la gente haciendo el último adiós, sintiendo el frio penetrar por entre la espalda, como un ventilador desgarrándote y dejándote excitar hasta dónde llegará esa extraña fuerza que te afloja las piernas. Es mejor así, ahora, cuando todos se han ido y dejan espacio para recorrer los lugares en la memoria y los momentos que se quedan en el corazón, dejando escapar un par de lágrimas traviesas. Y es que cuando ya no sirven las palabras, sollozar a veces es lo que nos sale mejor.
 
Dijiste alguna vez que la vida dura un salto y quedarse, una muerte segura. Será quizás porque conociste ese lugar donde revientan las estrellas y aquella escalera que te subía en espiral hasta la cúpula. Quizás porque veías las cosas reales como son, viendo de fuego en fuego, hipnotizándonos y sintiendo a cada paso sentir uno que otro Deja Vu. Quizás siempre estuviste fuera de foco, inalcanzable, aunque todos te veneraban a pesar de sentirte irreversible, casi intocable, quizás solo conocimos tu parte insegura, bajo una luna hostil o quien sabe nunca entendimos que los genios de la música viven en un constante éxtasis de lujuria y se refugian en una descuidada litera donde esconden sus temores, sus miedos y su descontrol, explotan al aire cuando hablan con la frescura de una melodía, aunque tengan una grieta en el corazón y su vida sea un planeta con desilusión.
 
Alguien te dijo que la soledad se esconde sobre tus ojos, esos ojos dormidos que ya dejaron de mirar este mundo, porque se cansaron del silencio y porque como siempre lo decías, cuando está obscuro todo empieza a verse más claro, en tu constelación. Fueron cuatro años de sueño etéreo, sumido en una música ligera que apaciguaba ese sufrimiento por volverte a ver, pero se hicieron siglos de horror, tiempo muerto, horas de angustia y minutos de dolor. Sentimos todos estar en una selva, sin que nadie pueda venir a rescatarnos, viéndote morir de sed y sin poder sentir otra piel que pudiera evitar hacerte sentir este infierno. Hoy ya tus manos están frías, has perdido la fascinación, tus rasgos son escombros, que han detenido tu respiración.
 
Es mejor así Gus, cuando ya todos solo asumen recordar. Cuando todos han guardado sus mensajes y han doblado sus banderas. Es mejor ahora, cuando ya no importan las palabras, aun y cuando el recuerdo se vaya haciendo una piedra en el agua, seca por dentro y tu sinceridad de ser dócil como un guante, solo se vea reflejada en esos recuerdos vivos que dejan los que se van sin despedirse de este mundo. El tiempo se irá llevando, aquello que seduce y que no está donde se piensa, se perderá de a pocos aquello que se quedó en la memoria, uniendo fisuras y esas figuras sin definir que acompañaron tu vida.
 
Y te has ido de este mundo Gus, al calor de las masas y en un día que nunca escribiste, no pudiste seguir soñando mil veces las mismas cosas ni contemplarlas sabiamente, porque te dormiste tranquilo, suavemente y cruzaste el cielo de terrazas desiertas, como una flecha veloz que atraviesa el firmamento buscando el Olimpo donde se refugian los dioses del talento. Mamá Lilian sabe bien que perdiste la batalla, que ya no habrá más tiempo para solo hablar con ella, para decirle que siempre fuiste vulnerable a su amor. Ella solo abrirá la ventana cada mañana para dejar que salgan esas letras que seguirá entonando esta gente que te dijo adiós, en estas calles, hoy desiertas. Porque los genios nunca mueren mientras los que se quedan, sigan cantando su música.
 
Buenos Aires se ve más susceptible que nunca, más melancólica que antes, tiene ausencia de su fuerza natural y siente que ya no hay más fábulas, ya no hay sueños fugaces, desde aquella noche triste en que empezaste a decir adiós sumido en un sueño profundo, que nos terminó haciéndonos cómplices de tu desgracia y se fue perdiendo conforme sentimos que la luz del sol hubo derretido tus alas, cuando entendimos que eras ese hombre alado que extrañaba la tierra, cuando sentimos que por fin habías encontrado la oscuridad y el paraíso de donde no quisiste volver más, porque ya no eras parte de ti, porque eras parte de todos, en esta, la ciudad de la furia.
 
No te quiero enviar cenizas de rosas, ni pienso escribir frases secretas. Solo quiero invocar el recuerdo, por aquel amor de música ligera con quien compartimos aquella primera vez en el legendario Amauta, cuando apareciste con los pelos desordenados y el look estereotipado, entonando aquellas canciones que se guardaron eternamente en la mente y el corazón. Eran los tiempos en que gastábamos los años y nos desquiciábamos la juventud de tanta música, en una etapa inolvidable de nuestras vidas. Todo se pasó tan rápido, de aquella relación nada más queda, pero el reloj se detuvo para ti, ya no hay tiempo para despertarte, porque ya no estás dormido y ahora solo estas ungido en el calor y recuerdo de esta gente que estuvo desde el comienzo, y que algunos siguen hasta hoy…
 
Gracias Totales GENIO.

 

 

 

domingo, 11 de mayo de 2014

Una cita especial

Era nuestra cita especial y te imaginaba intranquila, quizás porque conozco tu poco manejo de la ansiedad. Siempre fuiste así, cada vez que salía de noche, te ponías en la ventana y no te importaba la hora. Medías el tiempo con la luna implorando al cielo en silencio, para que no me pasara nada malo. Veía tu sonrisa tenue dibujando tranquilidad en tu rostro, cuando me divisabas abrir la puerta y era la frase de siempre que me daba la bienvenida “Gracias a Dios que llegaste” y yo, solo acariciaba tus cabellos y besaba tu frente agradecido.
 
Mientras llegaba a recogerte, iba recordando aquellos tiempos cuando era un adolescente y mi rebeldía te iba pintando tus cabellos de preocupación. Eran esos tiempos cuando tu paciencia era un bálsamo para mi proceder iracundo y tu amor infinito, calmaba a ese caballo desbocado que habitaba mi ser. Mis ojos recorrían esas calles que me resultaban familiares y tan cercanas. Muchas de esas calles, las caminamos de la mano, tu acariciando mi cabeza y yo mirándote con devoción. Muchos de esos lugares que hoy ya me resultan lejanos, porque los tiempos nos crearon distintos escenarios de vida y fuimos acostumbrándonos a que la distancia sea una mera forma de estar lejos.
 
Era nuestra cita especial y fuimos de paseo a un lugar cerca del mar, un lugar que te hace sentir bien, porque te trae recuerdos de juventud, de tus épocas de playa de Pimentel que guardas con apego a la melancolía y porque te encandila ver como tu mirada se va perdiendo en el horizonte de tu nostalgia, cuando el sol se va disipando en el atardecer. Será que el mar siempre fue el desfogue a tus anhelos y en su inmensidad, dejaste que los malos momentos se pierdan como tu propia mirada. Será porque el mar fue compañero de tus añoranzas, cuando el deseo de ser madre era aún lejano y tus tiempos de libertad eran propios, como tus sueños y como  tu propio ser.
 
Pero hoy los tiempos son distintos, desde aquel día que tu cuerpo fue golpeado por el infortunio, tu caminar es difícil, los años y la convalecencia han hecho que tu actuar sea más lento y necesitas ayuda para movilizarte. Tus ojos lucen cansados y tú vista es cada vez más débil. Hoy has necesitado una silla de ruedas para trasladarte, por estas tiendas de corte moderno, de restaurants de lujo y gente de distintos países que te siguen llamando la atención, tanto como estas moles de cemento que te parece increíble se hayan podido construir en los acantilados, de esta costa verde que hoy luce pálida y sus nubes dejan ver un solcito tenue que nos acompaña como un asolapado observador de este encuentro de emociones y sentimientos.
 
Y en esta cita especial, hemos charlado de tantas cosas, de todo un poco y de lo poco demasiado. Me he sentido nuevamente niño, cada vez que acariciabas mi cabeza y besabas mi frente, susurrándome al oído tu cariño infinito. Me has hecho estremecer en cada abrazo y en cada instante que dejaste que bese tus manos, marcadas por el tiempo. Mis dedos se perdían en tus cabellos blancos y mientras mirábamos el mar abrazados, recordábamos tantas cosas vividas y tantas vivencias compartidas, tus ojitos se llenaban de nostalgia cuando me mirabas con ternura evocando mis travesuras infantiles y tu sonrisa era complaciente, cuando disfrutabas tu helado de coco que tanto nos gusta. Yo solo te contemplaba con devoción, nos quedamos en silencio y solo permanecimos unidos por el pensamiento y el corazón.
 
Nuevamente he sentido nuestra despedida como si fuera la última, miraba tu mano a lo lejos cuando me hacía adiós y solo he rezado en silencio. Tengo claro que cualquier día, cualquier hora, en cualquier lugar, nos vemos tú y yo para hablar de amor y hacer una evocación a la nostalgia y mirarnos con los ojos del corazón. Cada noche le pido a Dios me permita más oportunidades, para poder seguir mimando junto a ti el recuerdo de cada momento vivido y que podamos seguir compartiendo viejita linda, este amor eterno, en otra cita especial.
 
 

viernes, 18 de abril de 2014

Adios Gabo, adios Genio

Acaso y como siempre dijiste, la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla. Acaso y la vida que viviste y la que contaste, haya sido para todos, un hermoso paseo por esta línea del tiempo y de la historia, que la escribiste, con la paciencia del eterno viejo, en la soledad de tu cuarto con 28 letras del alfabeto y dos dedos como todo tu arsenal. Obra y leyenda que permanecerá para siempre en cada palpitación del sentimiento y en cada renglón de una historia viva para siempre.
Acaso y si pensabas que la memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio, logramos sobrellevar el pasado, hoy nos cuesta digerir esta partida, porque se hace frágil la nostalgia y el corazón no entiende de distancias, se hace difícil sobrellevar la congoja, porque la tristeza resulta siendo un sable que se encaja en la garganta y rasguña las entrañas.
Acaso y si cuando escribiste que la peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado y saber que nunca lo podrás tener, te referías a ti mismo, a tu inspiración que guardaba eterna compañía. A esa improvisada iluminación que llegaba a tus dedos casi sin darte cuenta. A esa increíble forma de decir lo que se siente y que de pocos se fue haciendo esquiva, cuando empezaste a decirnos adiós en silencio. Fuiste el genio que escribía desde las nueve hasta las tres de la tarde, dizque para mantener el brazo caliente, cuando en realidad era que no sabías qué hacer por la mañana.
Acaso y hoy se sienta más real que nunca, que ningún lugar en la vida es más triste que una cama vacía. Acaso y porque es la tuya, la que ya no albergará tu descanso. Ya no será el lugar donde los sueños se hacían alucinaciones en carne viva, donde hoy solo yacen los inmortales recuerdos del genio que reinvento el lenguaje, que fundó un mundo extraordinario donde la prosa más bella, los personajes inverosímiles y la conciencia de la historia se convirtieron en alimento del alma.
Adiós Gabo, genio de la literatura, nos enseñaste a vivir con el amor en los tiempos del cólera, nos contaste la historia de tus putas tristes, nos dejaras cien años de soledad y tristeza, pero entendemos que esto solo ha sido la crónica de una muerte anunciada, que ha llegado en una mala hora, pero que se entiende, porque quizás, solo los genios pueden darse el lujo de escoger, hasta el día de su muerte.