domingo, 16 de septiembre de 2007

Mi niño juega a ser grande

Salgo del trabajo y apuro el acelerador para poder llegar a casa, es viernes y la tarde pinta en el horizonte una acuarela pálida, con nubes grises perdiéndose entre el cielo y el mar. Llego a casa y mi hijo menor me saluda animado, lo abrazo complacido. Franco -mi hijo mayor- viene a saludarme, pero lo siento desalentado, indiferente. Tiene once años y últimamente presenta unos cambios de conducta que han empezado a preocuparme.
Busco abrazarlo y me responde con desdén, le pregunto que le sucede y me dice que nada, a secas, despreocupado. Como si tuviera la mente en otro lugar. Lo noto esquivo y me cuesta disimular mi impaciencia. Tomo su brazo y reacciona nervioso, le digo que necesitamos dialogar y me mira con esos ojitos chinitos, y esa mirada profunda que solo él sabe brindar, esboza una mueca cómplice y desinhibida.

Lo miro y sonreímos sin hablar.
Cierro la puerta y me siento frente a él. Pienso que está molesto, pero no se lo digo.
-A ver fiera, ¿hay algo que me tengas que decir? – le pregunto sonriente, tratando de hacer amena la charla.
-No, nada papá, no pasa nada –me responde sin convencerme-
-Creo que tienes algo, te noto distinto, ¿quieres que hablemos? –Lo exhorto tomándolo del hombro- quizás te puedas sentir mejor, a veces es bueno soltar lo que tenemos dentro.
Él levanta la voz y con gesto adusto me reitera que no pasa nada, que todo estaba bien. No me convence. Esa no es manera que me contestes –le replico-
- ¿te parece que estás actuando correctamente? –le pregunto para hacerlo sentir un poco culpable por su actitud-
-Él me dice -ya medio acalorado- que le molesta que insista tanto y muestra su incomodidad. Por un instante pienso que la situación se me puede ir de las manos.

Me cuenta que Maria Fernanda –una compañera de su clase de sexto grado- le acarició el rostro. El otro día le robó un beso y él quedó perturbado. Se siente acosado. Un compañero le hizo una broma pesada y se sintió abrumado. Juzga que él, le gusta a su amiga Laura porque siempre le sonríe, pero cree que a él le gusta Claudia, una chica de primero de secundaria. Anda preocupado porque no entiende bien el extraño sentimiento cuando alguna compañera le brinda un abrazo, no distingue aquellas primeras sensaciones, mezcla de dulce satisfacción, pero de incipientes dudas, producto de su aumento hormonal, que también tienen que ver con su cambio de carácter y actitud.

Lo escucho con atención y percibo lo grande que está. Últimamente lo he visto preocuparse más de su aspecto físico. Ya dejó de usar sus polos del Hombre Araña y quiere aparentar una actitud de hombre rudo. Dice que quiere ser luchador de Smackdown. Le digo, que si ya se olvidó que quería ser como George Lucas -por su afición desmedida a Star Wars- y me responde con una sonrisa llena de picardía. Pero no me dice nada. Últimamente le incomoda que su hermano menor esté cerca de él y le haga sombra. No deja que su madre lo despida con un beso o una palabra cariñosa cuando va al colegio.
Está más pendiente de lo que opinen sus amigos de él, que de un buen consejo nuestro. Suele responder de mala manera cuando le hacen una pregunta que le resulte incómoda. A veces se le pasa la mano en sus gestos y actitudes que demuestran que aquel chiquillo sumiso, amable y cariñoso, a veces deja escapar esa rebeldía propia de aquellos niños que inician el espinoso camino de la pubertad, confundidos y atrapados en esa vorágine de sentimientos encontrados, que resultan tan difíciles de predecir.

Mi niño juega a ser grande. Lo miro a los ojos y no puedo evitar recordar que hace no muchos años, jugueteaba con sus deditos, cuando lo bañaba en su tina llena de espuma. Que no me importaba quebrarme la espalda, cuando lo ayudaba a dar sus primeros pasos. Que llegaba del trabajo y sin interesarme que tuviera el terno puesto, me despanzurraba en el piso para jugar fútbol en su cuarto. Que me quedaba hechizado cuando su prodigiosa manito izquierda, empezaba a dar sus primeros garabatos y hoy es un dibujante consumado que hasta se crea sus propias historietas.

-Papi, tengo que decirte algo –interrumpe mi letargo-
-Dime hijo, te escucho
-Cuándo tenga 18 años, puedes dejar que me vaya a EEUU a probar suerte?
-Que cosa? –le respondo sorprendido- de donde sacaste eso hijo?
-Lo vi en la TV, en un especial sobre la vida de ese luchador “Rey Misterio” que es Mexicano, se fue a EEUU, se hizo famoso en Smackdown y ahora es millonario.
-Mira hijo –trato de encontrar las palabras- esas son cosas que aún no estas en edad de planificar, aún eres un niño y tienes que vivir tus etapas, tu futuro se tiene que ir formando poco a poco, tienes que esforzarte, primero tienes que estudiar, nada será fácil... ese caso que viste no quiere decir que te puede suceder a ti –le digo creyendo haberlo convencido-
-Pero papi, si mis amigos dicen que es verdad.
-Tus amigos están igual que tu, en la misma edad y en las mismas dudas...
-Bueno papi –me interrumpe- pero no olvides lo que te he dicho
-Seguro hijo –le digo intrigado- de eso podemos hablarlo siempre, pero no debes dejarte llevar por todo lo que escuchas y ves en la TV. Hay otras cosas que son más importantes.
-Está bien pero algún día me gustaría intentarlo, cuando tenga 18 años –sonríe.
- Bueno cuando cumplas 18 ya serás un adulto y podrás decidir...
- Lo que yo quiera? –me vuelve a interrumpir-
- Eh? Si seguro, a esa edad, ya decidirás por ti mismo
Le respondí a sabiendas que no quedó muy convencido – yo tampoco- y que buscaría otras respuestas.

Mi niño juega a ser grande, y quiere ser mayor. No repara que en su camino está trastocando actitudes impropias para su edad y se deja llevar a veces por el torrente salvaje de los pensamientos infantiles aún frescos y que chocan con su realidad de mozuelo inexperto, un poco llevado por el entorno que encuentra en sus nuevos amigos.

Comparaba mi realidad con la de algunos amigos cercanos, todos pasan o han pasado por lo mismo, todos viven las mismas experiencias y cada uno asumiendo en su propia realidad el importante papel de padre responsable. Somos concientes, que no existe la seguridad que será la última vez que tengamos que sentarnos a charlar con nuestros hijos. Quizás mas adelante sean otros temas mucho más escabrosos, quizás sean temas vivenciales en los que ni siquiera pensarán contar con nosotros. Solo espero que Dios nos brinde a todos la sabiduría, para hacer siempre lo correcto. Quizás de pronto resulte bueno participar con ellos, de ese extraño juego, de querer ser grande. Aunque en el fondo nos cueste aceptar, que para ello, todo sea demasiado pronto.

1 comentario:

Anónimo dijo...

De casualidad he visto este posteo y me pareció de lo mas sincero como original, hay mucho potencial en el escritor y por demás se parece mucho a la historia de mi hermanito que ya frisa los 13 años y es demasiado liberal o quiere serlo.
En realidad se viven tiempos muy distintos y peligrosos.
felicitaciones Librano un saludo desde Colombia