domingo, 10 de mayo de 2015

ASU MADRE


Tus manos blancas acarician mi cabeza y descanso mi pensamiento sobre tu falda, mis rodillas reposan el suelo, que rozo con mis dedos semejando pinceles imaginarios que van delineando nostalgias y rastros perdidos en el tiempo. Tu voz me suena a un arrullo y vuelvo a sentir ese cobijo de cuando niño. Arrullas mis sentidos y pareciera que estimularas la nostalgia, que me va adormitando, haciendo que cierre los ojos para retroceder en el tiempo.
 
Sonreímos al recordar aquellos días cuando mis primeras travesuras eran tus dolores de cabeza y mi vicio incontrolable por el fútbol ocasionaba las huidas de casa con los amigos, que terminaban en interminables búsquedas implacables por calles y plazas. Aquellas reprimendas que no tenían oídos, esos yerros de adolescente perturbado y la actitud de potro desbocado que nublaban mi raciocinio que tardé tanto en comprender y que solo tu obsesiva forma de cuidarme, logró enmendar mi rumbo. Repaso aquellos días cuando fui admirando tu fortaleza para sacudir los momentos amargos y cambiar la necesidad por un cachito de esperanza.
 
Sonríes cuando te digo que te adelantaste a estos tiempos de tecnología y mundo digital que vivimos, porque nunca necesitaste celular, ni usar facebook para saber con qué enamorada estaba saliendo, a que amigos frecuentaba y si eran buenos o malos. Tampoco requeriste el uso de un GPS para ubicarme donde estaba y sacarme de las orejas si era preciso, de una cancha de futbol, pararte en la puerta de alguna fiesta con tu palo de escoba hasta que salga o interrumpir las tertulias de medianoche con los amigos del barrio con un balde a agua sobre nuestros zapatos. Asu madre.
 
Tus mensajes de WhatsApp eran un chicote de tres hebras que dejaban sus huellas por cada malacrianza y unas ronchas que duraban una semana en desaparecer. Alguna vez me diste unos azotes sollozando y repitiendo culposamente que era por mi bien y que algún día lo entendería. Cuánta razón tuviste viejita. Hoy esas brechas fueron mi mejor enseñanza de vida. Asu madre pero GRACIAS de verdad.
 
Desde muy chico te vi sollozar tantas veces, cuando mi padre ya no quiso nuestra compañía y decidió no regresar a casa, hasta que le diera la gana. Recuerdo tus ojitos llenitos de amargura que cada noche intentaban decir que no pasaba nada y nos abrazabas junto a mis hermanos para calmar nuestros temores. Desde pequeño entendí lo triste que resulta llenar un vacío emocional. Después en mi adultez, cuando lo vimos partir en ese viaje sin retorno, entendimos juntos a valorar el dolor que produce una ausencia eterna.
 
A pesar de los años crueles que te cayeron encima, he sabido admirar tu fortaleza. En menos de un año fuiste operada tres veces, la peor fue aquella cita con el infortunio cuando tu cadera se quebró en dos y todos pensamos en una invalidez permanente, te recuperaste milagrosamente y hoy caminas solo con la dificultad que la fragilidad de tu cuerpo permite. La luz de tus ojos se fueron apagando por la edad y la oscuridad amenazaba tu vista. Gracias a tus hijos te operaste a regañadientes y hoy tienes mejor visión que nosotros tres juntos. Incluso me alardeas leyendo textos del diario que yo no alcanzo a ver salvo con anteojos y te digo que me siento un anciano a tu lado. Tu solo ríes a carcajadas y me acaricias la cabeza complacientemente.
 
Hoy tu rostro tiene las señales de los años pasados y tus cabellos tienen el color marcado del tiempo, pareces tan frágil pero tienes una energía sorprendente. Tu mente sigue tan lúcida y aunque las medicinas forman parte de tu rutina, te sobrepones al dolor para sorprenderme a menudo con alguna travesura prohibida para esa edad que se te viene encima. Te digo que te cuides y que no barras la calle, que lo hagan los vecinos y me respondes que no me preocupe que solo son un par de cuadras, que así te distraes y no te aburres. Te pregunto si no te interesa mi preocupación, me dices que me preocupe primero por mi familia.
 
Te miro a los ojos y vuelvo a perderme en la intensidad de tu mirada, compartiendo ese suspiro que dejas escapar y que acompañas con una sonrisa cómplice. Nos abrazamos y en silencio pareces recordarme que para ti no existen los tiempos ni las fechas especiales y que es más valioso aquello que se demuestra a diario y se considera toda una vida. Pones tu mano en mi frente para susurrarme aquello que aprendí desde niño: “En la vida existen cosas importantes, pero hay otras que son más importantes”.
 
Asu madre, creo que nada será suficiente lo que haga por ti, porque siempre existirá algo que se quedará pendiente, aunque esta admiración sea eterna y este amor sin fronteras, porque no hay forma para recompensar tanto que has brindado de tu vida misma, a pesar de tu sufrimiento, ofrendando un pedazo de tu alma y un retazo de tu corazón a cada uno de tus hijos.