miércoles, 3 de diciembre de 2008

Diario de una ausencia

El ómnibus está a punto de partir y por la ventana, mi hijo Franco me alza la mano. Respondo su saludo, encubriendo una rara punzada que me oprime el pecho. Me siento extraño en este terminal de buses, con olor a despedida, con gente de rostro noble, que apura sus equipajes para subirse a sus despreocupados destinos. La tarde gris de este domingo se va desvaneciendo en este adiós inesperado, que representa, el punto de quiebre entre el sentimiento y la tolerancia a los avatares de la vida misma.

Huancavelica, una ciudad con olor a mineral y el cielo gris matizado de su gente afable, tiene aún marcado en su suelo, el sello de la pobreza extrema. El colegio de mis hijos, realiza un intercambio de estudios en ese lugar. Allí, en un seminario religioso, un grupo de alumnos, convive por espacio de un mes con chicos de su edad, comparten sus estudios, sus vivencias y también sus carencias. Es allí, lejos de casa, donde se intenta cortar ese cordón umbilical, que nos cuesta tanto a los padres y que sin darnos cuenta, suele perjudicar la formación de su personalidad.

A sus 12 años, Franco va a vivir su primera experiencia valiosa. En ese lugar, estará supervisado, pero tendrá que aprender a valerse por si mismo, atrás ha dejado la comodidad de su cuarto, la TV a su antojo, sus amigos del colegio, el cuidado extremo de su madre y la seguridad de sentirse protegido. Ahora, deberá capear las dificultades que ocasionan el frió, la altura y la nostalgia. Asumirá responsabilidades mayores, sin más ayuda que sus propias habilidades, un tanto opacadas quizás, por nuestra cercanía y se espera logre valorar, todo lo que tiene en casa.

El ómnibus ha encendido el motor y va a emprender la marcha, subo una escalera para verlo partir y abajo se queda su madre que me mira con ternura, no está triste, pero siento que su angustia ya ha empezado a hacerse un sitio en su corazón. Yo, respiro tranquilo, abrazo a mi hijo menor Sergio, pero al sentir que sus bracitos se aferran más de la cuenta, trago saliva, acaricio sus cabellos y beso su frente. Sus abuelos y sus primas se despiden y el bus empieza a partir. Franco nos dice adiós y aunque mis ojos aún pueden verlo, ya lo he comenzado a extrañar.

Hoy amaneció diferente, no dormimos bien y mi esposa está llamando a Franco sin encontrar respuesta. Antes de irnos para el trabajo necesitamos saber que ha llegado bien. Es lunes, primer día de la semana y es el comienzo de su ausencia.

-Aló hijo ¿llegaron bien?- Dice mi esposa con la ansiedad reflejada en el rostro
-Si mamá ya estamos en el seminario, está haciendo mucho frió- Responde apurado
-Gracias a Dios, cuidate mucho hijo, te quiero mi vida, no olvides las recomendaciones, abrígate, toma tus vitaminas- dice ella abriéndome sus ojos negros.
-Ya mamá, ya sé- Responde incomodado Franco.
-Hijo tranquilo, te queremos y confiamos en ti- Le digo yo, para darle seguridad, pero tengo un nudo en la garganta, que trato de disimular aflojándome la corbata y esbozando una sonrisa endeble.

Hoy es el segundo día y Franco ha empezado a sentir los 3,800 mts. de altura de esa ciudad que nosotros visitamos este mismo año y conocimos el Seminario. Si bien es cierto, hay la comodidad necesaria, ese extraño temor a lo desconocido, nos acompaña y solo estamos confiados a que los chicos puedan adaptarse pronto.

Hoy es el tercer día, nos enteramos que todos han empezado a echar de menos a su familia. La rutina que tienen, los obliga a entrar a misa después de cada comida, luego hay un momento de reflexión. Es en este momento, que abrazados, han llorado arrepentidos por alguna mala conducta en casa. Han hecho un “pacto de honor” de no contarle a nadie de este episodio, quizás, cuidando su orgullo adolescente, pero en el fondo han empezado a aceptar, que aunque la distancia es una simple forma de estar lejos, se siente fuerte, cuando de a pocos, se van extrañando las cosas valiosas.

Hoy amaneció lloviendo, en esta Lima del clima impredecible. Hace cuatro noches que Franco no ha dormido en casa y su cuarto ha estado cerrado. Al entrar, he sentido muy marcada la añoranza. Cada mañana recibía su abrazo sosegado, a veces expresivo, esta vez, ese especial ruido que produce el silencio, lo he sentido en el corazón. Miré por la ventana a una paloma que se posó en la cornisa y me miraba como queriéndome preguntar su ausencia.
Sergio como cada mañana vino a saludarnos y lo noté melancólico. Extraña a su hermano, con quien solía compartir sus juegos, el colegio y hasta sus discrepancias infantiles.

-Papá, ¿algo raro pasa no?-
-Porque hijo, extrañas a tu hermano seguro ¿no?-
-Si, porque a esta hora estabas gritando: “Apura Franco, apura Sergio”, para ir al colegio- Me sonríe
-Si pues hijo hasta esas cosas se extrañan, pero esto nos va hacer bien a todos- le respondo abrazándolo fuerte.

La noche ha llegado junto a mi cansancio y ya es viernes, los días transcurren lentos y nos preocupa que Franco haya salido a una procesión junto a sus amigos al centro de la ciudad. Una ciudad que él no conoce. En la distancia esperamos que regrese pronto al Seminario. No logramos comunicarnos y los pensamientos revolotean perturbados. Cerca de la medianoche logramos hacer contacto y sabemos que está bien. Podemos dormir tranquilos.

El fin de semana nos encuentra en la mesa, con el desayuno del domingo. Siempre es él quien hace la oración a Dios, esta vez su hermano ocupa su lugar. Una lágrima traviesa, juguetea con mis pupilas, quizás solo sea el desfogue a varios días de inquietudes.

Por la tarde pudimos comunicarnos por el messenger.

Le escribo: Fiera, ¿tienes cámara ahí, para vernos?
Me responde: See (sic)
Le escribo ansioso: Entonces acepta la invitación para verte.
Me responde: no funKa no tien Kreo (sic).
(Me divierte como escribe, utilizando ese idioma extraño que usan los chicos modernos).
Le escribo: Ya bueno y ¿como has pasado esta semana?
Me escribe: el agua s heldasa (sic)
Me vuelve a escribir: Vi una granizada fue Brvzo XD (sic)
Me pregunta: kmo tna toos x aya (sic)
Le escribo: Bien hijo extrañándote mucho.
Le pregunto: ¿Nos puedes ver en la cámara?
Me responde: See XD (sic)
(Me parece raro que corte el enlace, después de varios intentos)
Le vuelvo a preguntar intrigado: ¿Por que no pones tu cámara para vernos?
(Hace un silencio y no contesta, inquieto, espero su respuesta)
Le pregunto: ¿Que pasó?
Me responde: s q me da pena (sic)

Asumo que el haber visto virtualmente a su madre, a su hermano y hasta a la “gusha” como llama a Reynita -nuestra chihuahua- le tocó las fibras de su aún endeble carácter, aunque no lo aceptó, estoy seguro que se le cayeron algunas lágrimas, igual que a mí, cuando nos despedimos.

Hoy es la segunda semana y ha salido un sol tibio, que se ha prolongado hasta la tarde. Franco acaba de terminar de jugar básquet, algo inusual en él, no muy apegado a los deportes, imagino que lo hace para aplacar el frío de Huancavelica, que cala los huesos y atormenta los oídos, también quizás para alejarse un poco de la realidad y calmar su intranquilidad.

Es Jueves y hemos salido a cenar, mientras mi esposa intenta hablar con él, la contemplo, le sonrío complaciente para calmarla. Ella se desespera al no entrar la llamada. Ha dejado de comer y su semblante es diferente. Franco está con tos y tiene heridas en los pies, eso la angustia. Trato de apaciguar su ánimo excitado, hablo con él y me dice que no sabe que tomar, le digo que le pida ayuda al Padre si se siente mal. Me dice que ya es tarde y que lo hará mañana, que está bien. Ella me mira suplicante y me dice que hay que hacer algo. Le digo que se calme, que es complicado desde tan lejos. Esa noche ella no ha comido nada y no ha conciliado el sueño. A su lado he fingido dormir, mas, mi pensamiento ha viajado muy lejos y la mañana me ha devuelto –nuevamente- unas ojeras muy pronunciadas.

Casi sin darnos cuenta ya han pasado casi veinte días. Ayer, cuando algunos de sus amigos del colegio me preguntaron por él, y me pidieron que lo salude y que le diga que lo extrañan, me dio una sensación de reconfortante orgullo, pero al mismo tiempo me hizo extrañarlo, mas de la cuenta.

Hoy sábado pudimos “chatear” con Franco y esta vez si pudimos vernos por la cámara.

Le escribo: Estamos muy orgullosos de ti hijo, eres muy valiente, te queremos
Me escribe: yo tb los Kiero (sic)
(Lo notamos diferente, con mejor ánimo, sonríe y bromea con sus amigos en la cabina de Internet, ya no tiene tos, pero anda resfriado y ha podido curar las heridas de sus pies)
Le escribo: Ya falta poco hijo, mucha fuerza y ánimo mi campeón!!!
(Otra vez hace un silencio y deja de escribir, también apagó la cámara)
Le escribo: ¿Que pasó fiera?-
Me responde: naa tdo bien (sic)
(Vuelve a conectar la cámara y responde nuestro saludo. Esta vez no nos quedamos tristes, pero si ansiosos, quizás porque en la distancia, hemos logrado resignar la realidad, pero aún cuesta tranquilizar al corazón)

Es domingo, una semana antes del retorno de Franco. Hoy es la actividad de talentos del colegio, que incluye a padres e hijos. Yo voy a participar pero sin mi hijo. En los días de ensayo, los rostros de los chicos me han hecho sentir su ausencia, porque me hubiera gustado tanto hacerlo junto a él. He participado con satisfacción, pero ausente, he tratado de hacer mi mayor esfuerzo pensando en que cuando regrese, el se sintiera orgulloso de mi actuación.

Esta semana está pasando más lenta que de costumbre Otra vez ha llovido en Lima. Hoy hemos ido a visitar a sus abuelos que hablan de prepararle un gran recibimiento. Mi esposa muestra su impaciencia por que los días se pasen más rápido. Yo trato de convencerla que no exagere, aparentando una despreocupación, pero que en el fondo, lo que intenta es no alimentar tanto, esas ansias de estar tan pendientes del calendario.

Hoy debe retornar Franco y estamos en la puerta del colegio esperando su llegada. Los rostros de los padres es una mezcla de regocijo e intranquilidad. Mi esposa mira el reloj y la hora parece haberse detenido. La camioneta ha hecho su aparición y los chicos descienden apurados. Se abrazan emocionados con sus padres. Mi esposa abraza a mi hijo y he sentido una sensación de tranquilidad en el alma. Cuando saludo a Franco, lo siento un poco vacilante. Quiero entender que está cansado por el viaje.

Aquella noche en casa, cuando pudimos hablar tranquilos y él nos contaba su experiencia, lo he visto llorar recordando sus momentos de nostalgia y decir que ahora valora todo lo que tiene y que ha echado de menos muchas cosas, pero lo mas importante, es que ha sentido en la lejanía, la real valía que tiene su familia. Aquella noche hemos llorado juntos, él desfogando quizás tantas horas de estar alejado, tantos días sin vernos, tanto tiempo sin poder darnos un abrazo, nosotros de alegría, por tenerlo de vuelta, para decirle lo mucho que nos hizo falta.

Aquella madrugada, me he levantado para ir al cuarto de mis hijos y verlos dormir tranquilos. Hoy he podido dejar de fingir que duermo y refugiarme en el descanso, mañana empieza un nuevo día y esta ausencia solo será una valiosa experiencia vivida, pero que de seguro, ya ha dejado una huella imborrable en nuestras vidas.