martes, 8 de marzo de 2011

Un rock de pura sangre

Siempre sentí la música, como un bálsamo que alivia el espíritu y apacigua el alma. No tiene tiempo, edad, nombre propio, ni lugar de residencia. Vive prendida en uno mismo y porque una melodía, resultó muchas veces, un cántico de complacencia para nuestro ya cansado corazón. Pero al rock, lo sentí como un arrebato a la cadencia propia de sentir la música. Quizás, porque sea una forma de expresión diferente y apasionada o porque en sus distintos matices, es como un rio de excitación, que corre por las propias venas y subyuga nuestra serenidad, haciéndola vibrar desenfadadamente, en un ritmo de frenesí, que perdura para siempre en cada una de nuestras emociones.

Mi oído es amigo de cualquier tonada y nunca le importó si esta era añeja o contemporánea. Tampoco, si tenía un tinte romántico o frenético. Digamos que, mi oído musical es concubino de todo tipo de melodías y aunque aprendió con el tiempo a ser selectivo, nunca dejó de ser un compinche del rock clásico. Cuando uno es joven, elige y acoge su gusto musical, pero cuando se es padre, ese gusto se comparte, se dispersa y se hace compatible con la paciencia. Al principio, somos dueños de nuestro gusto, lo hacemos prevalecer, pero con el tiempo, conforme nuestros hijos crecen, uno se ve obligado a tener que acompañarlos, aunque ello signifique que sus gustos, a pesar de no ser compatibles con nuestros oídos, deben serlo con nuestro raciocinio.

Nunca pude ocultar mi gusto musical con mis hijos, ni hacerme el desentendido. Mientras yo buscaba escuchar a KISS, AC/DC, Rolling Stones o Queen, ellos vapuleaban mi deleite impugnando mi desactualizado repertorio. En el auto había una lucha desigual. Por un lado estaba yo, intentando escuchar mi rock y ellos queriendo imponer su devoción coaccionada por el “Regaetton”, que era una forma de estar más en sintonía con sus amigos del colegio, que algún gusto o afinidad musical. Siempre terminaban ganando ellos y yo, me fui haciendo cómplice de ese frenesí, más por verlos felices que por vocación propia. Ellos fueron descubriendo los temas y las bandas rockeras de mi predilección y yo, terminé tarareando más de una vez, algún pegajoso tema “Regaettonero”.

El cambio surgió cuando mis hijos conocieron la música de GREEN DAY. Fue una forma de despercudir ese alineamiento amical, propio de su edad. Descubrieron nuevos ritmos y sonidos, otros grupos de rock, otras coincidencias, que fueron cambiando su gusto musical. En casa empezaba a existir alguna sintonía de aficiones y de beneficio mutuo. Ellos interesándose por la música y yo tratando de sacarlos un poco del vicio del Messenger y Play Statión. El primer reto llegó cuando traje una guitarra a casa y les dije que les compraría una eléctrica, si aprendían a tocarla. Lo que creí sería un hobbie pasajero, se hizo una obsesión. Franco –mi hijo mayor- aprendió a tocarla muy rápido, tan solo mirando Youtube. Sergio, el menor, solo seguía el ritmo sin animarse a ser constante. El punto de quiebre fue aquella inolvidable noche en que los tres asistimos al concierto de GREEN DAY. Desde aquel día, ambos fueron puliendo su gusto, de una manera obsesiva y perfeccionista, al punto que cuando la guitarra eléctrica llegó a sus manos, Franco ya sacaba tonadas y hasta se animaba a cantarlas. Ello era una satisfacción para mí, pero una tortura para su madre -también los vecinos- al no soportar los ruidos que hacía a toda hora.

Estas vacaciones, mis hijos, llevaron un taller de rock en MUSIKAP, una empresa que apuesta por un nuevo concepto para aprender música, haciendo música, pero dentro de un estudio de grabación. Una forma de exploración musical, tocando algún instrumento y despertando ese talento escondido. Allí encontraron a Francisco y Mauro, dos talentosos chicos, que ya tocaban la guitarra y el piano respectivamente. Franco, tocaba bien la guitarra, pero Sergio, que aún no se definía, se vio obligado hacer un poco de percusión. Debían ensayar cinco temas de su predilección para exponerlos al final del taller. Fueron 8 viernes de sesiones en las cuales ellos, casi sin quererlo -ni saberlo siquiera- estaban frente a su primera banda de rock. El último ensayo, quedé sorprendido, al ver lo afinados que sonaban, el buen oído musical que tienen y los buenos músicos que proyectan ser en el futuro. Aquella tarde, quedé gratamente impresionado, pero también muy feliz, porque descubrí que mi Sergio, tenía guardado dentro de sí mismo, que lo suyo era la batería.

El día de la presentación fue este sábado 5 de marzo en el JazzZone. Estuvimos los que teníamos que estar y fue inolvidable. Los chicos demostraron su talento y en cada tema, nosotros sentimos que nuestra turbación, era tan grande como nuestro orgullo. Los chicos se entregaron totalmente y los padres, dispersaron sus emociones. El mayor mérito es que ellos solos, desarrollaron los acordes y arreglos de los temas elegidos y que practicaron con mucha dedicación. Sergio, muy serio, fue el alma de la banda y su madre no cabía en su complacencia, al igual que Francisco y Mauro, que estuvieron estupendos. Todos son bisoños aún, pero tienen madera para llegar lejos. Cuando Franco, interpretó el “Wake me Up When September Ends” (Green Day) con una dedicatoria especial, hizo que mi emoción se quebrara y algunas lágrimas recorrieran mi rostro sudoroso de nerviosismo. Al final el “Smells Like Teen Spirit” (Nirvana), en la interpretación de Francisco, cerró con broche de oro una mañana musical, llena de rock y sensaciones dispersas, pero tan intensas, como el amor por nuestros hijos.

Resulta placentero escuchar una melodía que llena nuestra inquietud y nos anima a soltar esa voz imaginaria que acompaña aquella tonada rockera, que nos trae un recuerdo o esa canción romántica que se llevó una hoja del calendario. Pero que diferente y gratificante resulta, cuando quien logra ejecutarla es un ser que lleva tu propia sangre. Es algo indescriptible, una emoción tan intensa como extraña, que te perfora los sentidos y te hace preso de una emoción, por demás incontrolable.

Yo no sé mañana, pero hoy día tengo el orgullo que me hierve y me corre por las venas. Mis hijos nos han regalado su talento y su madre y yo sentimos que los amamos más que a nada en el mundo. Gracias Dios, por tanta dicha y emoción juntas, por la música, por estos momentos que jamás olvidaremos y por este rock, que llevo en la piel y que mis fieras -como yo les digo- me han hecho sentir, de pura sangre.