sábado, 18 de junio de 2016

Viejo, mi querido viejo

En estos tiempos de modernidad, ser padres resulta un tema muy complicado, por lo menos si lo comparamos con aquella época en que nos tocó el papel de hijos. Hoy al ver que los nuestros se manejan en un mundo virtual y nos obligan a  tener que adaptarnos a ese entorno de comunicación, nos vienen a menudo a la memoria, aquellos tiempos idos, adormitados en el recuerdo y la nostalgia de como sobrevivimos tranquilamente a no depender de un smarphone, a disfrutar de nuestra única prioridad que era ser felices, compartiendo con nuestros viejos o los abuelos. Tiempos sin tecnología, cuando nuestros juegos infantiles eran en la puerta de la casa, nuestros días de fútbol eran en los campos de tierra o en esas duras pistas de cemento donde rompíamos los zapatos. Recordamos los primeros amores, las primeras tristezas, los desamores y como extrañamos a los viejos que ya no están con nosotros pero que recordamos por siempre.
 
Será por eso que ahora que se avecina el día del padre, al reunimos con los buenos amigos del trabajo, con quienes suelo compartir la rutina laboral y mi pasión por el fútbol, recordábamos esos tiempos idos, trayendo tantas vivencias propias con nuestros viejos y nuestros abuelos, memorias que empezamos a soltar despacito, al compas de una buena música y un buen trago que hacía amena la charla.
 
Yo jugaba al poker con mi abuelo – comenta Enrique-
 
Era un tipo muy distinguido, de finos modales, pasaba lindos momentos a su lado, lo veía con mucha admiración porque me tenía mucha paciencia, yo era un pequeñín muy inquieto y el abuelo me daba siempre consejos y me contaba muchas cosas que a mi edad me llamaban mucho la atención. Yo lo buscaba en su cuarto y nunca tenía un gesto de desagrado cuando interrumpía su siesta. Hoy me siento orgulloso de llevar su nombre, lo recuerdo con mucha nostalgia, sobre todo cuando se acerca el día del Padre.
 
Los mejores recuerdos que tengo con mi papá son esos programas que veíamos juntos en la TV –Dice abriendo los ojos y moviendo la cabeza- Todos de actualidad política y económica cuando yo andaba recién por los 12 años. Con él discutía de todo un poco, me hablaba siempre con propiedad y yo lo entendía perfectamente, prácticamente él me convirtió en el economista que soy hoy y le agradezco de por vida.
 
–Suelta un suspiro hondo y sorbe de su copa para cerrar los ojos un instante-
 
-Ahhhh… Siempre elegante mi viejo lindo.
 
Rafael, se acerca a Enrique y posa la mano sobre su hombro.
 
-Mi abuelo siempre me hace recordar las tardes de fútbol –dice melancólicamente- Recuerdo que íbamos a los tripletes de antaño en el viejo Estadio Nacional, bien provistos con la merienda respectiva, eran casi 7 horas seguidas que pasábamos viendo futbol del bueno. Recuerdo que la última vez antes que el abuelo cayera en cama con sus dolencias (que sigue batallando) fue para la Copa América en Lima. Me acuerdo que ganaban los argentinos 1-0 y se pusieron a pichanguear en una esquina y Adriano los vacunó. –Dice mirando fijamente a Diego, afanoso hincha del fútbol argentino-
 
Con mi viejo, recuerdo los fines de semana en Chaclacayo, subíamos a Chosica para disfrutar de los juegos mecánicos, allí con mis hermanos nos trepábamos a la montaña rusa y mi viejita se asustaba mucho mientras mi viejo disfrutaba que sus críos sean tan avezados como él. El fútbol no fue ajeno para mi viejo, solía jugar de joven y la conocía, aunque guardaba un deseo de que sea futbolista, a mi me ganaron los números y hasta ahora él se siente orgulloso de mi decisión. Un grande mi viejito.
 
-César tú si tienes sangre pelotera, tu hermano fue futbolista profesional ¿no?- Le pregunta Rafael como pasándole la posta para que cuente su relato y afloren sus recuerdos.
 
Mi viejo era pelotero al mango (exagerado) –Dice César con la sonrisa que ilumina su rostro moreno- De chibolo recuerdo que siempre me jalaba a todo campeonato que había en los interbancarios, pero más me acuerdo de ese campeonato de Catalina Huanca en el Agustino que eran muy bravos, allí los chibolos abríamos jugando temprano y después jugaban los mayores. Había unos partidos que sacaban chispas y a veces la sangre nos salpicaba – Dice con sorna y todos sueltan la risotada-
 
-Todos hacen un silencio y escuchan con atención-
 
Con mi abuelo pasaba mis vacaciones en Ica, que en esa época eran de tres meses metido en la chacra, la pasábamos rico con mis hermanos madrugando para recoger el algodón o cosechar el maíz, se trabajaba hasta las 10 am porque después el sol te mataba. En la tarde nos íbamos al estadio del pueblo a jugar futbol al lado del rio, luego a perdernos en las cosechas de uvas y mangos. Eran unas vacaciones que recuerdo con mucho cariño. Por ese viejo me viene la afición a los gallos de pelea, era muy bravo pero no pudo con el cáncer que se lo llevó muy rápido –Dice nostálgico escondiendo una lagrima traviesa-
 
Hay una pausa silenciosa en la sala y Fernando toma la palabra con esa chispa tan particular que lo caracteriza
 
-Mi papá se llamaba Salvador- dice en voz alta- Creo no, estoy seguro –dice con énfasis-  que tuve el mejor papi lindo del mundo, le decían Don Salvador pero era un bravo. Ante cualquier injusticia se convertía en Rambo y quebraba harta mitra (cabeza) a los faltosos.
 
-Todos ríen con mucha complacencia y celebran los gestos que hace Fernando cuando hace su relato-
 
Fui el último de la fila de 12 hermanos, a mi viejo lo disfruté mucho, fui su bastón y compañero, leíamos la Prensa y el Última Hora juntos. Jugábamos ajedrez y me contaba cada anécdota de su Alianza de toda la vida, me paseaba en su camión un Ford Ingles amarillo y nos íbamos a la playa en una Land Rover toda la familia, incluyendo a Balan y Titina mis fieles perros. Mi viejo fue peloterazo, la más baja te la ponía por el cuello y tenía la imagen de un león indomable, pero era más bueno que un conejo cachorro. Me dejó muchas enseñanzas y recuerdos, su legado hoy se los trasmito a mis  amigos y sobre todos mis hijas, a las que adoro con devoción.
 
-Fernando se levanta a servirse un trago y en su camino le toca la barba a Ted, señalando su polo donde resaltaba el logo de su Banda de Rock. Todos fijan su mirada en él y el metalero asume la posta soltando la pregunta:
 
-De mi padre?-
 
-Me acuerdo que me enseño a ir al estadio… A ver aquel Universitario, del cual me hice hincha hasta el día de hoy. El me enseño a ir a la cancha a practicar futbol y ahí descubrí que solo servía para el arco. O cuando me enseño a manejar… En ese Fiat 600 que me regalo. O aquellas salidas de fin de semana con mi familia, sin decir nada, su única orden era “alístense” y teníamos que agarrar chompas casacas y ropa de baño, porque nunca sabíamos donde terminaríamos.
 
Mi viejo era de esos padres que te castigaban poniéndote a prueba tu razonamiento. Era muy deportista y a veces se metía a las pichangas que tenía con mis amigos Le gustaba la buena música, hace poco limpiando mi casa me encontré unos vinilos de música de los 70’s que nunca supimos que los tenía guardados. Confieso que he tenido momentos en los cuales lo he recordado tanto que he soñado con él y me he despertado angustiado creyendo que es verdad.
 
¿Qué recuerdo más de mi viejo? –Asoma Hernán, interrogándose a sí mismo-
 
Apenas terminé la secundaria mi viejo me obligó a trabajar en su fábrica de máquinas hidráulicas. En lugar de recibir propina semanal como mis demás amigos del barrio, mi hermano y yo recibíamos un salario de obrero que era mucho más dinero. Trabajábamos de 7:30 am a 6:00 pm y regresaba a casa molido. –Dice alzando la voz y con la cara llena de orgullo-
 
En ese tiempo pensaba que mi viejo era un explotador, pero con el tiempo entendí que fue por mi bien y se lo terminé agradeciendo, porque aprendí muchas cosas como operar maquinas, taladros y tornamesas, cepilladoras, soldadura eléctrica y autógena a operar montacargas.
 
Pero creo que lo más importante es que aprendí a valorar el dinero ganado con el sudor de tu frente y su mejor legado fue una buena educación en una de las mejores universidades del Perú: La Universidad de Lima. Estoy infinitamente agradecido a mi viejito. El sigue vivito y coleando y a sus 84 años es un sobreviviente del cáncer.
 
Luis, que hasta ese momento estaba ensimismado escuchando cada relato, interviene arreglándose los lentes.
 
A mi viejo aún lo puedo gozar y vaya de qué manera, también un gran pelotero, era un bravo de Breña y Barrios altos, tenía una guadaña de aquellas, pero muy elegante para meterte la pierna fuerte como pocos. Lo seguía en los interbancarios que jugaban en Lince o en Chorrillos. Hasta ahora, gracias a Dios nos juntamos para recordar esos tiempos que se fueron pero que Dios nos permite aún disfrutar cada vez que nos reunimos, contando sus anécdotas y los cachorros son sus hinchas.
 
Con mi abuelo tengo muchos recuerdos –Acota sonriendo-Con él era la lectura, la timba y sus cigarrillos LM. Lo máximo el viejo. Cuando nos juntamos, los nietos son los que más le sacan provecho a sus vivencias.
 
Daniel suspira hondo antes de efectuar su relato. Tiene en la cara una mueca de admirada jactancia.
 
A mi viejo no “le tocó” ser mi viejo sino que él eligió ser mi viejo.
 
–Interviene con esa solidez que tiene en sus palabras para soltar sus conceptos-
 
No nos unió la sangre sino nos unió el amor. Comenzó a enamorar a mi viejita cuando yo tenía 3 años y se casó con ella cuando yo aprendía a darle al balón a los 6. Mi corazón y mis ojos nunca conocieron a otro padre sino a él. Mi más remoto recuerdo con él, me tiene a mí durmiendo en sus hombros mientras él caminaba 20 cuadras acompañando a mi viejita para dejarla en la puerta de su casa.
 
La vida me negó un padre biológico pero Dios me regaló un padre en todo sentido: cómplice, amigo y aunque su amor inmenso por el balón no es correspondido porque la redonda no lo ama a él – todos sonríen con beneplácito-.nos une la pasión por este deporte, la devoción por la crema y el amor inmenso por mi vieja.
Miguel mi padre, me dio mucho; me dio hermanos, me dio una casa, me dio educación, me dio valores, pero sobretodo me dio amor incondicional. Mi papá me enseñó a ser papá.
 
Este domingo día del Padre tengo mil motivos para agasajarlo y darle gracias a Dios porque un día se cruzó en nuestro camino para completarnos, para alegrarnos, para amarnos…para hacernos felices.
 
-Todos me miran esperando que tome la palabra y me sonríen sin decir nada-
 
Yo tengo el mejor recuerdo de mi viejo, por esas tardes de fútbol en el estadio, me llevaba casi todas las semanas y me hice un apasionado enfermizo. Allí conocí mi primer y único amor: Mi Echa Muni, de toda la vida. Él me llevó a ver al Sporting Cristal y terminé subyugado por el juego del “Cholo” Sotil. El me acompañaba en mi sueño de ser futbolista, aunque el dinero escaseaba se las rebuscaba para que tenga siempre un buen par de chimpunes. De muy chico he podido ver a los grandes equipos y jugadores que llegaban a Lima, en las temporadas internacionales pues recalaban los grandes clubes de fútbol del mundo. Pude estar en ese épico partido del combinado Muni-Alianza que ganó 5-2 al Bayern Munich. Pude ir a las tres veces que Diego Maradona llegó a Lima y se inició mi eterna devoción por el D10s del fútbol.
 
Con mi viejo hablábamos de todo un poco, pero siempre terminábamos hablando de fútbol. Me contaba las anécdotas de Terry, de “Lolo” de la vez que vio a “Pelé” y que era un eterno admirador de Valeriano López. Me afectó mucho el día en que decidió partir, en un adiós sin despedida y no tanto por su muerte, sino por el dolor que la ausencia le provocó a mi madre, su eterna compañera. El viejo era tan caprichoso que incluso para su muerte, eligió un día antes del día del Padre, aún recuerdo que mientras todo el mundo celebraba, yo y mis hermanos estábamos en el camposanto dándole cristiana sepultura. De eso ya se han pasado casi 10 años, quien lo diría. Aún extrañamos esa extraña forma que tenía el viejo para hacer la vida simple, para sobrellevar esa maldita diabetes, que un día se lo llevó para siempre al viaje sin retorno.
 
El mundo globalizado que nos gobierna, ha logrado que la tecnología nos quite ese espacio que teníamos las personas para comunicarnos, para extrañarnos y reencontrarnos en ese abrazo que lograba transmitir todas las emociones juntas. Hoya, los tiempos han cambiado tanto, todo eso se ha variado por un simple emoticon, un saludo copiado del internet y mensajes de dos líneas acompañado de imágenes paganas, que son más un compromiso vencido, que palabras sinceras. La tecnología hoy ocupa nuestro lugar ante nuestros hijos, nuestros amigos y hasta con nuestra propia familia, vivimos atados a un Smartphone, el facebook es un libro abierto, sabemos la vida de los demás y publicamos la vida nuestra, sin siquiera vernos con aquellas personas que extrañamos, con aquellos seres queridos que no vemos y sin poder regresar a esos lugares que nos vieron crecer de niños
 
Será por eso que el fútbol y la vida misma estén atados a un sentimiento y aunque se hayan pasado los años, aquellas vivencias que tuvimos con nuestros padres y abuelos, sigan permaneciendo en el tiempo, a pesar de la modernidad y su obligada cesión de voluntades que nos arrastra sin medida. Valga esta oportunidad valiosa que tuvimos los buenos amigos de siempre, para juntar nuestros cuerpos y coincidir nuestros sentimientos, dejándonos llevar por la nostalgia y recordar un cachito en este día tan especial, aquellas vivencias que unieron el fútbol y la vida misma, como una película, con los protagonistas principales, nuestros padres y abuelos, nuestros queridos viejos.
 
 
 
 
 
 

lunes, 7 de marzo de 2016

LIKE A ROLLING STONE

Dicen que para los mortales de alma rockera y amantes de la buena música, los grandes momentos son esos que se disfrutan en buena compañía y que los mejores recuerdos musicales son los que se gestan compartiendo momentos gratos y que resultan inolvidables. Pero es bien cierto que los momentos clásicos e imperecederos, esos que marcan un episodio trascendental que se quedan en la retina y se guardan para siempre en el alma, solo pueden ser generados por músicos que mas que genios del rock representan una verdadera leyenda viviente y que uno al ser parte de su recital, solo puede sentirse un simple mortal privilegiado.
 
Estar frente a los Rolling Stones tiene ribetes mágicos, hechiceros y fascinantes, uno no termina de preguntarse como carajos un ser humano con más de 70 años puede moverse en el escenario como lo hace Mick Jagger. Es que resulta increíblemente real y sorprendente, pasa por la mente desde que su médico es un extraterrestre o que ha encontrado el elixir de la eterna juventud. Es realmente impresionante verlo en vivo y asemejar el mismo swing de sus años mozos. Cada paso nos hacen sentir que Jagger se ha quedado congelado en la eternidad y que de cuando en vez lo sacan de su sarcófago templado, para bajar al escenario y desparramar una energía envidiable y asombrosa vitalidad que te rompe los esquemas, cuando mueve su esquelética figura y hasta se anima a correr por la tarima con el mismo vértigo de antaño.
 
Su mejor soporte siguen siendo el eterno y menos estrambótico Charlie Watts y su seriedad para el golpeteo etéreo, espontáneo de la batería, pero que brinda el soporte esencial para la banda. Pero son Keith Richards y Ron Wood los que le dan esa hegemonía de superioridad tan viva, tan real, cuando sus guitarras afinadas al extremo, se convierten en afiladas cuchillas que te van desgarrando los sentidos despacito y despellejando el espíritu en cada acorde, lentamente vas sintiendo que la sangre caliente discurre por tu cuerpo como lava ardiente que te quema deliciosamente la piel y el alma, tu cuerpo se menea frenéticamente sin control a la voz eterna de Jagger que penetra tus sentidos y te vas convirtiendo plácidamente en un súbdito fiel y sumiso de estas satánicas majestades.
 
Esta vez mi mejor compañía fue mi hijo mayor, Franco, genio de nacimiento y músico por adopción, no había mejor inversión que estar juntos ante tamaña gesta del rock mundial. Desde que vimos el escenario en su inmensa majestuosidad, hasta que los primeros sonidos del “Start Me Up” estremecieron nuestros sentidos, una extraña y nostálgica sensación se fue apoderando de nuestra voluntad y el cuerpo se hizo una llamarada, que fue sucumbiendo en los acordes del nostálgico “Paint It Black” que fue una regresión a los años de la TV en blanco y negro, de las guerras insensibles y estúpidas que tomaron de estandarte su banda sonora. Cuantos recuerdos con “Angie”, ese himno romántico, lleno de nostálgico frenesí de nuestros años juveniles cuando el amor y el rock jugaban al gato y al ratón. Cuantas sensaciones en el corazón que se desperdigaron por el aire cuando no solo escuchamos, sino sentimos nuestra favorita y entrañable “Miss you” que fue como un golpecito nostálgico a nuestro romanticismo eterno. Que decir cuando en la pantalla se dibujaron letras extrañas, estrellas rojas, cruces invertidas y rostros satánicos, simbología unida por cascabeles y sonidos arabescos que precedieron a la hipnótica Sympathy for the Devil”, con Mick Jagger envuelto en un mórbido tapado de plumas color fuego, en un vestuario lleno de magnetismo que poseyó nuestras mentes. El diablo sabe jugar sus cartas.  Un apoteósico final con el clásico y mil veces disfrutado (I Can't Get No) Satisfaction en una versión Golden Premium que nos hizo rockear como antes, como hoy como siempre, dejándonos extasiados de tanta magia y grandeza espiritual que vi regocijada, cuando la mirada complaciente de mi fiera rockera, me decía GRACIAS TOTALES papá por todo esto.
 
 
Tuvieron que pasar 50 años nada menos, para que los Rolling Stones aterricen en tierras peruanas, es mucho tiempo como diría Jagger, para disfrutarlos a plenitud, gozando y bailando como perros locos, a pesar de la edad, del tiempo y de todas las atormentadas ideas y afiebrados comentarios de los que solo saben escuchar la música por la radio y nunca pisaron un recital de los verdaderos genios del rock. Esta noche la de anoche fue apoteósica y Mick Jagger me ha confirmado que la edad solo es una cuestión de look, que todo está en la cabeza, para sacar la energía que se lleva dentro y descubrir que mientras se vive y se siente la música o cualquier cosa que se haga con pasión, los años y el tiempo solo son simples pasos y huellas que se dejan en la vida.
 
Sigo extasiado y solo queda darle las gracias, a la vida y a estos genios inacabables que llevan sus arrugas y su recorrido musical con hidalguía, que nos han permitido rendirle culto al rock n’ roll, que han logrado que los que asistimos a este grandioso recital nos marchemos con la sensación de haber saciado nuestras expectativas y saber que las mismas piedras, indestructibles, siempre seguirán rodando con maestría, a pesar del tiempo mezquino que los ha convertido en leyendas vivientes del rock y que esta noche me hicieron sentir junto a mi hijo, mi fiera rockera ser LIKE A ROLLING STONE.
 

 

domingo, 14 de febrero de 2016

En el nombre de la amistad

Recostaba la cabeza en el sofá y le inventaba una caricia al sentimiento cuando la nostalgia se sentó a descansar sobre mis pies, despacito y en silencio, a pie juntillas, se fueron acercando mis recuerdos, se posaron detrás de mí y empezaron a susurrarme al oído un arrullo que me hicieron cerrar los ojos un instante. Medio despierto, medio dormido, entablé un vínculo con la imaginación y me alcanzó a las manos el álbum irreal de las vivencias pasadas, que se tornaron cual fotografías en imágenes paganas de aquellas experiencias que se fueron quedando con los años en el baúl de nuestra memoria y un rinconcito del corazón.
 
Pude pasar las hojas y mirar el retrato de mis buenos amigos, aquellos que fui haciendo con los años y con los cuales pude compartir muchas alegrías, tristezas, logros y frustraciones, pero también muchas esperanzas e ilusiones. Algunos desde la niñez, otros en el trabajo, algunos que se fueron del país y otros que tomaron la valija del viaje sin retorno hacia la eternidad, otros que fueron llegando a nuestras vidas para compartir vivencias de nuestros hijos navegando por aguas turbulentas, en ese barco del aprendizaje diario y eterno que significa ser padres. Todos entrañables y consecuentes, que te dejaron algo valioso para admirarlos y demostrarles cada día que el mejor de los afectos se entrega con un abrazo y una sonrisa sincera.
 
Siempre tuve claro que la verdadera amistad es la que empieza donde se termina el interés o es aquella que llega cuando el silencio entre dos parece ameno, quizás porque en el fondo todos tenemos o creemos tener buenos amigos, aunque pocas veces hayamos tenido en suerte palpitar un sentimiento ajeno para compartir una pena o alegría con alguien que no lleva nuestra sangre y que llegó sin siquiera haberlo citado, o quizás porque pudimos haber compartido un sollozo lastimero en un hombro forastero, aferrando la melancolía en una sola palabra que levantó nuestra grandeza y estrujó la soledad de nuestros días de angustia. De esos momentos en que aprendemos a valorar la amistad.
 
La vida me enseño que la verdadera amistad es como una planta de desarrollo lento, a la cual debemos cultivarla y abonarla con la sinceridad, regarla cada día con el agua del afecto y la consideración, cuidarla con el sentimiento del cariño y las emociones compartidas, a la cual jamás debemos dejarla abandonada a su suerte en el desierto del olvido, pues como una plantita, puede crecer muy alto y florecer con sus mejores colores, pero si la descuidamos, puede morir sin remedio y desaparecer sin dejar rastro en el recuerdo de nuestra indiferencia.
 
Reconozco que a veces y solo a veces, he odiado a las circunstancias cuando me llevaron por rumbos lejanos y me hicieron distante de mis buenos amigos. Al tiempo, porque me hizo preso de mi propia nostalgia, a la distancia porque me hizo sentirme lejos de mis vivencias y a la realidad, que me pintaba distintos paisajes, unos simples, alegres y otros tristes. A veces y solo a veces, he odiado esta maldita tecnología, por haberme envuelto en sus garras y me hizo esclavo del facilismo tirano, que me permite saber de mis amigos en tiempo real, pero que me privó la sublime sensación que produce brindar un abrazo real, de verdad, sobre todo cuando se requiere en los momentos difíciles, esos que duelen y que nos dejan un agujero en el corazón.
 
Pero me he dado cuenta que no estoy hecho para el odio, porque soy de aquellos que definen a la amistad como el único sentimiento, mediante el cual los seres humanos pueden manifestarse afecto, cariño y sinceridad sin condiciones, soy de los que valoran el aprecio en demasía y un convencido que es más fácil encontrar un amor apasionado que una amistad perfecta y es que los buenos amigos son como la misma sangre que acude a la herida sin necesidad de llamarlos y que los verdaderos amigos son aquellos que te dicen la verdad, mirándote a los ojos.
 
Cuando pude despertar, un extraño vacío me recorrió el alma, miré el espejo de la realidad y pude distinguir como se ha pasado el tiempo y sin darnos cuenta se ha ido llevando nuestros años, recordaba a mis buenos amigos, aquellos que siguen hasta hoy, a quienes siempre los tengo presente y que coincidimos en que el tiempo quizás solo nos cambió nuestros cuerpos, pues nuestra onda y nuestra amistad sigue latente, pues aunque a veces la separación nos haya mantenido oculto de los ojos, hemos estado cerca del corazón, porque cuando la amistad y el afecto son sentimientos sinceros, rompen fronteras y logra que la distancia sea una mera forma de estar lejos, pues los amigos son para siempre.
 
Para mis amigos y amigas que pude hacer en la vida solo quiero darle las gracias, por estar siempre allí cerca. Este mortal simplemente ha tratado siempre de brindar en reciprocidad, todo aquello que alguna vez recibió incondicionalmente y que lo quiere manifestar cada día de su vida en un agradecimiento eterno.