miércoles, 27 de octubre de 2010

Una noche verde inolvidable

Esta noche en el concierto de GREEN DAY, he descubierto que cuando se tiene la música pegada a la piel y por las venas corre esa sangre de color púrpura que alimenta al artista, el género que escuchas, el de tu predilección o la banda que te hace perder los sentidos, solo es una cuestión de gustos y colores, porque quien manda verdaderamente en tus sentimientos es tu propia pasión por la música. Pero el rock es distinto, como dice Calamaro, es un género abierto, es libertad, es curiosidad, hace 50 años se nutre de muchas influencias y cualquiera que le busque alguna definición exacta, terminaría convirtiéndose en una especie de payaso. Y es que el rock en todos sus matices tiene exponentes, cada cual para cada complacencia o apasionamiento, pero la única manera de sentir a un artista, no es a través de un disco o un video, sino en un escenario, allí al lado de un parlante que acelere tus sentidos y haga explotar tu corazón.

Cuanto hubiera dado yo, porque a los 12 o 14 años, hubiera tenido la fortuna de asistir a un concierto de mi banda favorita y en unas horas de éxtasis extremo, poder desatar todas esas fantasías juveniles encubiertas y adormitadas, desfogando la adrenalina a puro pulmón, desgañitando la garganta y sintiendo en un mar de gente la efervescencia que produce el sonido de las guitarras y esa sensación extrema, cuando hierve tu sangre al escuchar tu tema preferido. Ese es un privilegio que nunca tuve y ha tenido que ser Dios bendito, quien me ha regalado la dicha de ver y sentir a mi propia sangre, disfrutando deslumbrados de algo que esperaron con impaciencia, pero que al final ha sido tan gratificante para ellos y muy especial para mí.

Esta noche, he descubierto que amo a mis hijos -mis fieras como les digo- más que a nada en el mundo y este sueño suyo de ver a su banda preferida, más que un gasto superfluo, ha sido una inversión con creces. Sus rostros de ansiedad por estar lo más cerca de Billie Joe, la inmensa felicidad en el pecho, cuando su paciencia se agotaba y los acordes del “21st Century Breakdown los hizo revolotear de alegría. Sentir el palpitar del corazón de mi fiera menor que estaba embelesado y le parecía increíble estar tan cerca de sus ídolos, los instantes en que mi fiera mayor estaba abrazado y saltando con chicos y chicas, que ni conocía, el verlos saltar y corear las canciones hasta quedar afónicos, el aguante por las casi tres horas que ha durado el concieto, de verdad no tienen precio. Es lo más gratificante que he vivido hasta hoy, a ellos no les gusta el fútbol, pero me he sentido como estar en la final de un mundial, en primera fila y sintiendo la pasión a flor de piel.

Tantos momentos vividos, van a ser inolvidables, pero se me quedara en la retina el instante cumbre, cuando Billie Joe interpretó a pulso el “Wake Me Up When September Ends” con su guitarra acústica y vi llorar emocionado a mi fiera mayor. Me quebré un instante. Porque es el tema que él ha aprendido a tocar los acordes con su guitarra, porque es el tema que cantamos los tres en el auto y también porque era el epílogo a una noche inolvidable. No pude contenerme y solté alguna lágrima traviesa, de alegría por estar juntos, por estar felices y por sentir la música, con esa misma pasión con que los amo con devoción. Aquel abrazo de los tres al final del concierto, frente al escenario, fue intenso y auténtico como nuestra propia existencia.

El camino a casa fue pesado, el cansancio hizo mella en nuestros cuerpos, las horas y la caminata al estadio nos han dejado extenuados y la madrugada nos ha visto arropar nuestro agotamiento. Antes de dormir les di un beso y ellos me dieron las gracias por haberlos llevado al concierto. Yo solo les dije en silencio, gracias a ustedes mis fieras, por existir y hacerme tan feliz de tenerlos cerca y compartir estos momentos que los vamos a recordar para toda la vida.