domingo, 11 de mayo de 2014

Una cita especial

Era nuestra cita especial y te imaginaba intranquila, quizás porque conozco tu poco manejo de la ansiedad. Siempre fuiste así, cada vez que salía de noche, te ponías en la ventana y no te importaba la hora. Medías el tiempo con la luna implorando al cielo en silencio, para que no me pasara nada malo. Veía tu sonrisa tenue dibujando tranquilidad en tu rostro, cuando me divisabas abrir la puerta y era la frase de siempre que me daba la bienvenida “Gracias a Dios que llegaste” y yo, solo acariciaba tus cabellos y besaba tu frente agradecido.
 
Mientras llegaba a recogerte, iba recordando aquellos tiempos cuando era un adolescente y mi rebeldía te iba pintando tus cabellos de preocupación. Eran esos tiempos cuando tu paciencia era un bálsamo para mi proceder iracundo y tu amor infinito, calmaba a ese caballo desbocado que habitaba mi ser. Mis ojos recorrían esas calles que me resultaban familiares y tan cercanas. Muchas de esas calles, las caminamos de la mano, tu acariciando mi cabeza y yo mirándote con devoción. Muchos de esos lugares que hoy ya me resultan lejanos, porque los tiempos nos crearon distintos escenarios de vida y fuimos acostumbrándonos a que la distancia sea una mera forma de estar lejos.
 
Era nuestra cita especial y fuimos de paseo a un lugar cerca del mar, un lugar que te hace sentir bien, porque te trae recuerdos de juventud, de tus épocas de playa de Pimentel que guardas con apego a la melancolía y porque te encandila ver como tu mirada se va perdiendo en el horizonte de tu nostalgia, cuando el sol se va disipando en el atardecer. Será que el mar siempre fue el desfogue a tus anhelos y en su inmensidad, dejaste que los malos momentos se pierdan como tu propia mirada. Será porque el mar fue compañero de tus añoranzas, cuando el deseo de ser madre era aún lejano y tus tiempos de libertad eran propios, como tus sueños y como  tu propio ser.
 
Pero hoy los tiempos son distintos, desde aquel día que tu cuerpo fue golpeado por el infortunio, tu caminar es difícil, los años y la convalecencia han hecho que tu actuar sea más lento y necesitas ayuda para movilizarte. Tus ojos lucen cansados y tú vista es cada vez más débil. Hoy has necesitado una silla de ruedas para trasladarte, por estas tiendas de corte moderno, de restaurants de lujo y gente de distintos países que te siguen llamando la atención, tanto como estas moles de cemento que te parece increíble se hayan podido construir en los acantilados, de esta costa verde que hoy luce pálida y sus nubes dejan ver un solcito tenue que nos acompaña como un asolapado observador de este encuentro de emociones y sentimientos.
 
Y en esta cita especial, hemos charlado de tantas cosas, de todo un poco y de lo poco demasiado. Me he sentido nuevamente niño, cada vez que acariciabas mi cabeza y besabas mi frente, susurrándome al oído tu cariño infinito. Me has hecho estremecer en cada abrazo y en cada instante que dejaste que bese tus manos, marcadas por el tiempo. Mis dedos se perdían en tus cabellos blancos y mientras mirábamos el mar abrazados, recordábamos tantas cosas vividas y tantas vivencias compartidas, tus ojitos se llenaban de nostalgia cuando me mirabas con ternura evocando mis travesuras infantiles y tu sonrisa era complaciente, cuando disfrutabas tu helado de coco que tanto nos gusta. Yo solo te contemplaba con devoción, nos quedamos en silencio y solo permanecimos unidos por el pensamiento y el corazón.
 
Nuevamente he sentido nuestra despedida como si fuera la última, miraba tu mano a lo lejos cuando me hacía adiós y solo he rezado en silencio. Tengo claro que cualquier día, cualquier hora, en cualquier lugar, nos vemos tú y yo para hablar de amor y hacer una evocación a la nostalgia y mirarnos con los ojos del corazón. Cada noche le pido a Dios me permita más oportunidades, para poder seguir mimando junto a ti el recuerdo de cada momento vivido y que podamos seguir compartiendo viejita linda, este amor eterno, en otra cita especial.