miércoles, 31 de octubre de 2007

En Octubre si existen los milagros

Es lunes por la mañana y el cielo limeño ha amanecido como tantas veces con nubarrones. Manuel tiene 30 años y anda sin trabajo, ha visto un aviso clasificado y camina deprisa por el Jirón de la Unión, de pronto se detiene en una tienda de ropa de niños, aunque está cerrada, puede divisar por el cristal de la vitrina, un roponcito de color amarillo intenso, el gorrito casi tapa la carita del maniquí, que asemeja a un recién nacido. Un extraño retortijón en el estómago, le avisa que no ha tomado desayuno –como tantas otras veces- pero lo desatiende, cuando piensa en el rostro de su esposa Martha, que lleva casi ocho meses de gestación y con el favor de Dios –piensa él- le ofrecerá la bendición de hacerlo padre, por primera vez. Aunque espera con ansias ese día, tiene una angustia en el alma, que lo hace sentirse impotente ante la adversidad de su presente, pues a pesar de su esfuerzo, no ha podido encontrar un trabajo, que solvente su futuro inmediato.

Manuel ha llegado a la dirección buscada. Sube unos escalones y percibe un penetrante olor a barniz. En el segundo piso se encuentra con varios jóvenes, todos tienen una misma reacción al verlo, una mezcla de descontento e intranquilidad, como dándole a entender que ya están completos. Una chica de semblante agraciado, lo hace pasar. Se encuentra con un hombre de rostro amigable, de abdomen prominente, pelo entrecano y hablar pausado.

-Quieres ganar dinero? -Le dice socarronamente- Manuel responde afirmativamente, sorprendido.
-Acá vas a ganar el dinero que tu quieras, claro, dependerá exclusivamente de tus ambiciones-
-Dígame a que se refiere el trabajo
-No digamos que sea un trabajo, es una inversión, de tiempo, de esfuerzo, un pequeño aporte y muchas ganas, amigo eso es todo- afirma el hombre que no deja de fumar
-Sigo sin entender- le dice Manuel extrañado
-Te lo explico, tu dejas 50 soles, es digamos, la inversión, gastos administrativos, nosotros te preparamos, te damos el equipo y tu empiezas cuando quieras

Manuel ya ha oído la misma historia antes, otra mas de esas empresas, que inducen a jóvenes para que dejen su dinero y les dan unos perfumes caros que nunca logran vender. Percibe una vez mas, que ha llegado al lugar equivocado. Decepcionado, transita lamentando haber perdido otro día. Se percata que la procesión del Señor de los Milagros está terminando su homenaje, frente al Palacio de Gobierno, decide acompañarla. Camina lentamente junto a ella, con religiosidad y apego consentido. Mirando la imagen del Cristo crucificado, reza en silencio y pide por su hijo y su familia. Alguna lágrima que se le escurre, pasa inadvertida por entre la muchedumbre. Allí entre el olor a incienso y fervor religioso de los fieles, refugia su presente duro, difícil y triste. Los cánticos y plegarias de la gente, de alguna forma lo hacen más vulnerable ante su sensibilidad endeble. Después de un largo trecho decide retirarse, se persigna como despedida. De alguna manera se siente un poco liberado de su angustia.

A la mañana siguiente, Manuel acompaña a Martha al control médico de rigor. Tomaron su movilidad acostumbrada que los llevaría a uno de aquellos hospitales de la solidaridad, que se han implementado en la ciudad. Ella había conseguido un dinero prestado que solventaría el itinerario de ese día. Caminaban lentamente, tomados de la mano, cuando les llamó la atención, una vendedora ambulante que tenía en sus manos, unos roponcitos –muy parecidos al que vio Manuel el día anterior- que ambos empezaron a examinar con emoción. A su lado la gente caminaba aprisa y el ruido de las combis y autos avivaban el tugurio de aquella esquina, a unas cuadras cercanas al hospital.

Manuel miraba la prenda y regodeaba su vibración, ante la sonrisa complaciente de Martha. Solo fue un segundo, cuando ella al intentar buscar otros modelos de la ropa, dio la vuelta a la vendedora y sin darse cuenta dejó la vereda. Manuel miró impotente, como un ómnibus cerraba el paso a un auto que venía a mucha velocidad. No tuvo tiempo de gritar, tampoco de ponerse a buen recaudo con Martha. La fatalidad vestida de infortunio, se vino encima como una avalancha mortal, el auto no pudo esquivar la predestinación y fue colisionado, el impacto hizo que fuera a empotrarse contra la berma, llevándose de encuentro, la humanidad de los infortunados esposos.

Manuel solo sintió el golpe seco, que lo sacó de la realidad. Cuando pudo reaccionar, estaba tirado en la vereda y a unos metros lejos de él, yacía tendido el cuerpo de Martha, a su lado, un hilillo de sangre empezaba a manar de su cabeza.

-Nooo... Martita, no, no puede ser!! –gritó desaforado y abrazando a su esposa, que desfallecía
- Mi hijo, mi hijo, Dios mío, no puede ser, por favor ayúdenme- pedía a la gente que empezaban a arremolinarse, algunos impávidos, otros asustados y buscando ayuda.
Manuel está sentado, en la sala de espera de la clínica a donde fueron trasladados. Aferrado a su pecho, tiene una estampita del Señor de los Milagros, ha rezado mucho junto a su familia. La noche anterior ha sido pesada, no pudo dormir y le han suturado una herida en la frente, tiene magullado el rostro, pero ello no es lo peor, a Martha la tuvieron que operar de emergencia y han podido rescatar milagrosamente con vida a su hijo. Aunque el bebé se encuentra en cuidados intensivos, su esposa, su compañera idolatrada, yace en coma y con pronóstico reservado. Los médicos le han dicho que solo queda esperar. Manuel piensa que esa espera será eterna y solloza en silencio. Hay una vida nueva –la de su hijo- que se aferra y lucha por quedarse y otra, una alma buena, la de su madre, que de a pocos se va extinguiendo sin remedio y solo esperanzados a un milagro divino. El médico ha llegado, todos se ponen alertas, la enfermera trae una cara de desencanto, todos se acercan con desesperación. Manuel pregunta que ha pasado, el médico, lo toma del hombro y lo lleva a un costado.

-Amigo, se hizo todo lo posible – dice el doctor con tono adusto- Martha ha luchado hasta el final, pero su corazón no pudo más, lamento decirle que su esposa ha dejado de existir.

Manuel rompe en llanto, su madre amorosamente lo consuela, acariciando sus cabellos. El medico les dice que el bebé está luchando por su vida y esperan que se pueda recuperar, es muy difícil, pero no imposible, les asegura. Todos se miran incrédulos y se abrazan con fervor. Manuel se va con el médico para ver a su hijo. En el ascensor hay un hombre que están trasladando por emergencia, tiene el rostro desencajado por el dolor, al acercarse, descubre que es el mismo tipo que lo atendió días atrás, cuando fue en busca de trabajo.

-Es apendicitis crónica, muy grave, ha llegado con las justas –comenta el enfermero- casi no la cuenta, lo van a operar de urgencia.
Miguel sintió un escalofrío recorriendo su piel, se acercó al hombre y le preguntó si se acordaba de él. El hombre que mascullaba su dolor, le dijo que no, Manuel le dio un beso a la estampa y se la entregó en las manos.
-Ten mucha fe en él, te va ayudar, hoy ya hizo mucho por mí, tú la necesitas mas –le dijo, y siguió su camino junto al médico.

Manuel está sentado junto a la sala de cuidados intensivos de niños. Han pasado 5 días, de aquel fatídico accidente, el dueño del auto causante de la muerte de Martha, ha asumido los gastos y pudieron darle cristiana sepultura, ahora está rezándole a Dios, porque su hijo logre sobrevivir. El bebé anda mejor, hay posibilidades que supere su estado, el médico le ha dicho que todo es un milagro y ello ha tranquilizado el atribulado corazón de Manuel. De pronto se levanta sorprendido, el dueño del auto ha ingresado al hospital, lleva en sus manos unos juguetes de bebé, pero se da el encuentro con el hombre del trabajo frustrado, al cual le entregó su estampita y que lo recibe en una silla de ruedas. Ambos se acercan donde estaba Manuel, se abrazan con intensidad, Manuel aún incrédulo y sorprendido, no atina a decir nada.

-Amigo –le dice el hombre- he venido a ver como estabas y brindarte mi apoyo, a decirte también que desde hoy vas a trabajar en mi empresa, Jorge es mi hermano y me ha contado tu gesto, en realidad aún me siento mal, por todo lo que ha pasado, lo único que puedo hacer por ahora, es ayudarte.

Manuel ha recibido la noticia y Jorge –el hombre de la barriga prominente- le ha devuelto la estampita, con una sonrisa complaciente. Entre los tres se ha creado un triangulo circunstancial que Manuel lo asocia a su fe inquebrantable por el Cristo Morado, que justamente se encuentra a unas cuadras cerca de ellos, efectuando su recorrido. Aquella tarde, fue a la procesión y brindó oraciones de agradecimiento, aferrando en el pecho la estampita milagrosa y un detente con la foto de su esposa. Mirando al Cristo crucificado, llora en silencio y agradece por el milagro de haber salvado a su hijo, pero no encuentra explicación, para entender porqué tuvo que pagar un precio demasiado alto. Mirando el cielo, cree ver el rostro de Martha, con esa sonrisa dulce, que extraña ahora mas que nunca y que logra apaciguar su tristeza, con devoción infinita.

Manuel está parado frente a la tienda de niños, del jirón de la Unión, han pasado casi dos meses, de aquel día, en que estuvo en el mismo lugar. Esta vez ha comprado el roponcito que le llevará a Moisés, su hijo adorado, que lo espera en casa. Ya no está Martha, pero ha recibido ayuda de su madre, quien vela por el bebé, mientras él va a trabajar en la empresa del hombre, que sin desearlo siquiera, le arrancó de un cuajo la existencia a su esposa y que el destino, lo puso a prueba, para resarcir aquella realidad penosa que aquejaba Manuel, quien aunque ha conseguido un buen trabajo, aún sigue remendando su resignación, amparando su recuerdo en la sonrisa que cada día le regala su hijo al despertar.

Manuel está en la Iglesia de las Nazarenas, donde ha ido a rezar por el alma de su esposa, lleva adherida a su melancolía, como un estigma, el recuerdo ingrato, cuando el infortunio disfrazado de muerte, se ensaño con su desdicha. En la Iglesia, ha pensado en Martha, el hombre del auto y su hermano de mirada socarrona. Está convencido, que fue el Cristo morado, quien puso su mano, para que le haya pasado todo esto, y que ha sido su fe inquebrantable, la que lo hizo un privilegiado por el altísimo, para poder ver hoy con vida a su hijo. Asume con humildad que Dios lo escogió para brindarle una señal divina, y dejarle como mensaje celestial, que en octubre, si existen los milagros.

jueves, 4 de octubre de 2007

La dulce espera


Con aprecio para aquellos mortales que se encuentran a la espera que Dios les brinde la bendición de ser padres.


TE ESPERO
CONTANDO CADA DIA,CADA SEGUNDO, CADA INSTANTE
PENSANDO QUE SERA POCO TODO LO QUE PUEDA BRINDARTE
COMPARTIENDO CON EL TIEMPO, TODO MOMENTO PARA AMARTE
TEJIENDO MIL SUEÑOS DE ESPERANZA, QUE PUEDA ENTREGARTE

TE ESPERO
COMO ESPERA TU MADRE, PARA COBIJARTE BAJO SU REGAZO
COMO ESPERA TU PADRE, FELIZ DE BRINDARTE TODO EL CORAZON
COMO ESPERAMOS JUNTOS, EL TENERTE EN NUESTROS BRAZOS
COMO SOÑAMOS FELICES DE VERTE DANDO TUS PRIMEROS PASOS

TE ESPERO
COMO BENDICION DIVINA QUE ME REGALA EL ALTISIMO
COMO MILAGRO DE AMOR QUE RECONFORTA A MI ALMA
COMO LA ALEGRIA QUE ENCIENDE A MIS EMOCIONES
COMO LA ESPERANZA QUE SE AFERRA A MIS ILUSIONES

TE ESPERO
PORQUE MIS PENAS SERAN RECOMPENSADAS POR TU SONRISA
PORQUE MI REFUGIO ESTARA EN TU INOCENTE MIRADA
PORQUE MIS DESVELOS SERVIRAN PARA CALMAR TU LLANTO
PORQUE ANTES DE QUE LLEGUES YA APRENDI A QUERERTE TANTO

TE ESPERO
PORQUE SERAS EL LUCERO QUE ILUMINE MI SENDERO
PORQUE SERAS EL SOL QUE DE ALEGRIA A MI AMANECER
PORQUE ERES LA ESTRELLA MAS BRILLANTE DEL CIELO ENTERO
PORQUE ERES LO MAS HERMOZO QUE ME HA PODIDO SUCEDER

TE ESPERO
PORQUE SERAS LA ALEGRIA DE MI VIDA ENTERA
PORQUE LLENARAS MI VIDA, CON TU VIDA MISMA
PORQUE A MI VIDA YA LA HAS CAMBIADO POR COMPLETO
PORQUE YO TE ESTUVE ESPERANDO TODA LA VIDA