Dicen que para los mortales de
alma rockera y amantes de la buena música, los grandes momentos son esos que se
disfrutan en buena compañía y que los mejores recuerdos musicales son los que
se gestan compartiendo momentos gratos y que resultan inolvidables. Pero es
bien cierto que los momentos clásicos e imperecederos, esos que marcan un
episodio trascendental que se quedan en la retina y se guardan para siempre en
el alma, solo pueden ser generados por músicos que mas que genios del rock
representan una verdadera leyenda viviente y que uno al ser parte de su
recital, solo puede sentirse un simple mortal privilegiado.
Estar frente a los Rolling Stones
tiene ribetes mágicos, hechiceros y fascinantes, uno no termina de preguntarse
como carajos un ser humano con más de 70 años puede moverse en el escenario
como lo hace Mick Jagger. Es que resulta increíblemente real y sorprendente, pasa
por la mente desde que su médico es un extraterrestre o que ha encontrado el
elixir de la eterna juventud. Es realmente impresionante verlo en vivo y
asemejar el mismo swing de sus años mozos. Cada paso nos hacen sentir que
Jagger se ha quedado congelado en la eternidad y que de cuando en vez lo sacan
de su sarcófago templado, para bajar al escenario y desparramar una energía
envidiable y asombrosa vitalidad que te rompe los esquemas, cuando mueve su
esquelética figura y hasta se anima a correr por la tarima con el mismo vértigo
de antaño.
Su mejor soporte siguen siendo el
eterno y menos estrambótico Charlie Watts y su seriedad para el golpeteo etéreo,
espontáneo de la batería, pero que brinda el soporte esencial para la banda. Pero
son Keith Richards y Ron Wood los que le dan esa hegemonía de
superioridad tan viva, tan real, cuando sus guitarras afinadas al extremo, se
convierten en afiladas cuchillas que te van desgarrando los sentidos despacito y
despellejando el espíritu en cada acorde, lentamente vas sintiendo que la
sangre caliente discurre por tu cuerpo como lava ardiente que te quema
deliciosamente la piel y el alma, tu cuerpo se menea frenéticamente sin control
a la voz eterna de Jagger que penetra tus sentidos y te vas convirtiendo
plácidamente en un súbdito fiel y sumiso de estas satánicas majestades.
Esta vez mi mejor compañía fue mi
hijo mayor, Franco, genio de nacimiento y músico por adopción, no había mejor
inversión que estar juntos ante tamaña gesta del rock mundial. Desde que vimos
el escenario en su inmensa majestuosidad, hasta que los primeros sonidos del “Start Me Up” estremecieron nuestros sentidos,
una extraña y nostálgica sensación se fue apoderando de nuestra voluntad y el
cuerpo se hizo una llamarada, que fue sucumbiendo en los acordes del nostálgico
“Paint It
Black” que fue una regresión a los años de la TV en blanco y negro,
de las guerras insensibles y estúpidas que tomaron de estandarte su banda
sonora. Cuantos recuerdos con “Angie”, ese himno romántico, lleno de
nostálgico frenesí de nuestros años juveniles cuando el amor y el rock jugaban
al gato y al ratón. Cuantas sensaciones en el corazón que se desperdigaron por
el aire cuando no solo escuchamos, sino sentimos nuestra favorita y entrañable
“Miss you” que fue como un golpecito
nostálgico a nuestro romanticismo eterno. Que decir cuando en la pantalla se
dibujaron letras extrañas, estrellas rojas, cruces invertidas y rostros
satánicos, simbología unida por cascabeles y sonidos arabescos que precedieron
a la hipnótica “Sympathy for the Devil”, con Mick Jagger envuelto en un
mórbido tapado de plumas color fuego, en un vestuario lleno de magnetismo que
poseyó nuestras mentes. El diablo sabe jugar sus cartas.
Un apoteósico final con el clásico y
mil veces disfrutado (I Can't Get No) Satisfaction
en una versión Golden Premium que nos hizo rockear como
antes, como hoy como siempre, dejándonos extasiados de tanta magia y grandeza
espiritual que vi regocijada, cuando la mirada complaciente de mi fiera rockera, me
decía GRACIAS TOTALES papá por todo esto.
Tuvieron que pasar 50 años nada
menos, para que los Rolling Stones aterricen en tierras peruanas, es mucho
tiempo como diría Jagger, para disfrutarlos a plenitud, gozando y bailando como
perros locos, a pesar de la edad, del tiempo y de todas las atormentadas ideas
y afiebrados comentarios de los que solo saben escuchar la música por la radio
y nunca pisaron un recital de los verdaderos genios del rock. Esta noche la de
anoche fue apoteósica y Mick Jagger me ha confirmado que la edad solo es una
cuestión de look, que todo está en la cabeza, para sacar la energía que se
lleva dentro y descubrir que mientras se vive y se siente la música o cualquier
cosa que se haga con pasión, los años y el tiempo solo son simples pasos y huellas que
se dejan en la vida.
Sigo extasiado y solo queda darle
las gracias, a la vida y a estos genios inacabables que llevan sus arrugas y su
recorrido musical con hidalguía, que nos han permitido rendirle culto al rock n’
roll, que han logrado que los que asistimos a este grandioso recital nos
marchemos con la sensación de haber saciado nuestras expectativas y saber que
las mismas piedras, indestructibles, siempre seguirán rodando con maestría, a
pesar del tiempo mezquino que los ha convertido en leyendas vivientes del rock
y que esta noche me hicieron sentir junto a mi hijo, mi fiera rockera ser LIKE A ROLLING STONE.
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