lunes, 7 de marzo de 2016

LIKE A ROLLING STONE

Dicen que para los mortales de alma rockera y amantes de la buena música, los grandes momentos son esos que se disfrutan en buena compañía y que los mejores recuerdos musicales son los que se gestan compartiendo momentos gratos y que resultan inolvidables. Pero es bien cierto que los momentos clásicos e imperecederos, esos que marcan un episodio trascendental que se quedan en la retina y se guardan para siempre en el alma, solo pueden ser generados por músicos que mas que genios del rock representan una verdadera leyenda viviente y que uno al ser parte de su recital, solo puede sentirse un simple mortal privilegiado.
 
Estar frente a los Rolling Stones tiene ribetes mágicos, hechiceros y fascinantes, uno no termina de preguntarse como carajos un ser humano con más de 70 años puede moverse en el escenario como lo hace Mick Jagger. Es que resulta increíblemente real y sorprendente, pasa por la mente desde que su médico es un extraterrestre o que ha encontrado el elixir de la eterna juventud. Es realmente impresionante verlo en vivo y asemejar el mismo swing de sus años mozos. Cada paso nos hacen sentir que Jagger se ha quedado congelado en la eternidad y que de cuando en vez lo sacan de su sarcófago templado, para bajar al escenario y desparramar una energía envidiable y asombrosa vitalidad que te rompe los esquemas, cuando mueve su esquelética figura y hasta se anima a correr por la tarima con el mismo vértigo de antaño.
 
Su mejor soporte siguen siendo el eterno y menos estrambótico Charlie Watts y su seriedad para el golpeteo etéreo, espontáneo de la batería, pero que brinda el soporte esencial para la banda. Pero son Keith Richards y Ron Wood los que le dan esa hegemonía de superioridad tan viva, tan real, cuando sus guitarras afinadas al extremo, se convierten en afiladas cuchillas que te van desgarrando los sentidos despacito y despellejando el espíritu en cada acorde, lentamente vas sintiendo que la sangre caliente discurre por tu cuerpo como lava ardiente que te quema deliciosamente la piel y el alma, tu cuerpo se menea frenéticamente sin control a la voz eterna de Jagger que penetra tus sentidos y te vas convirtiendo plácidamente en un súbdito fiel y sumiso de estas satánicas majestades.
 
Esta vez mi mejor compañía fue mi hijo mayor, Franco, genio de nacimiento y músico por adopción, no había mejor inversión que estar juntos ante tamaña gesta del rock mundial. Desde que vimos el escenario en su inmensa majestuosidad, hasta que los primeros sonidos del “Start Me Up” estremecieron nuestros sentidos, una extraña y nostálgica sensación se fue apoderando de nuestra voluntad y el cuerpo se hizo una llamarada, que fue sucumbiendo en los acordes del nostálgico “Paint It Black” que fue una regresión a los años de la TV en blanco y negro, de las guerras insensibles y estúpidas que tomaron de estandarte su banda sonora. Cuantos recuerdos con “Angie”, ese himno romántico, lleno de nostálgico frenesí de nuestros años juveniles cuando el amor y el rock jugaban al gato y al ratón. Cuantas sensaciones en el corazón que se desperdigaron por el aire cuando no solo escuchamos, sino sentimos nuestra favorita y entrañable “Miss you” que fue como un golpecito nostálgico a nuestro romanticismo eterno. Que decir cuando en la pantalla se dibujaron letras extrañas, estrellas rojas, cruces invertidas y rostros satánicos, simbología unida por cascabeles y sonidos arabescos que precedieron a la hipnótica Sympathy for the Devil”, con Mick Jagger envuelto en un mórbido tapado de plumas color fuego, en un vestuario lleno de magnetismo que poseyó nuestras mentes. El diablo sabe jugar sus cartas.  Un apoteósico final con el clásico y mil veces disfrutado (I Can't Get No) Satisfaction en una versión Golden Premium que nos hizo rockear como antes, como hoy como siempre, dejándonos extasiados de tanta magia y grandeza espiritual que vi regocijada, cuando la mirada complaciente de mi fiera rockera, me decía GRACIAS TOTALES papá por todo esto.
 
 
Tuvieron que pasar 50 años nada menos, para que los Rolling Stones aterricen en tierras peruanas, es mucho tiempo como diría Jagger, para disfrutarlos a plenitud, gozando y bailando como perros locos, a pesar de la edad, del tiempo y de todas las atormentadas ideas y afiebrados comentarios de los que solo saben escuchar la música por la radio y nunca pisaron un recital de los verdaderos genios del rock. Esta noche la de anoche fue apoteósica y Mick Jagger me ha confirmado que la edad solo es una cuestión de look, que todo está en la cabeza, para sacar la energía que se lleva dentro y descubrir que mientras se vive y se siente la música o cualquier cosa que se haga con pasión, los años y el tiempo solo son simples pasos y huellas que se dejan en la vida.
 
Sigo extasiado y solo queda darle las gracias, a la vida y a estos genios inacabables que llevan sus arrugas y su recorrido musical con hidalguía, que nos han permitido rendirle culto al rock n’ roll, que han logrado que los que asistimos a este grandioso recital nos marchemos con la sensación de haber saciado nuestras expectativas y saber que las mismas piedras, indestructibles, siempre seguirán rodando con maestría, a pesar del tiempo mezquino que los ha convertido en leyendas vivientes del rock y que esta noche me hicieron sentir junto a mi hijo, mi fiera rockera ser LIKE A ROLLING STONE.
 

 

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