martes, 18 de diciembre de 2007

La última Navidad de Gabriel

Gabriel tiene la sonrisa retorcida y los ojos chinitos de color caramelo. Su mirada tiende a ser esquiva, y a veces lejana. El lunar que lleva cerca de la boca, le da un aire tierno, a su rostro pálido y adusto cuando anda de mal genio. Usa la cabeza rapada, mas por una cuestión de rebeldía, que por razones de estética. Gabriel no es muy alto, siempre fue flacucho y enclenque, pero conserva esa facha de niño travieso, irreverente para con su vestimenta y su comportamiento, carente a veces de límites. Cada vez que se mira al espejo, suele juguetear con su lengua, deslizándola por su lunar, acostumbra soplar su aliento y empañar el vidrio para escribir los nombres de sus amigos. Le encanta tenderse en el piso, desinhibido y sin perder la mirada en el firmamento, se pasa las horas contando las nubes al pasar, siempre dice, que cuando sea grande, será aviador, porque le gustaría tocarlas con sus propias manos y porque quiere saber como se ve todo desde arriba, además que podría conocer al mismísimo Dios y hacerle saber de sus muchas preguntas pendientes.

Gabriel vive en un albergue, no conoce otro hogar, tampoco otra familia. Sus amigos son los mismos y ha crecido con ellos. Con frecuencia solía mirar por la ventana, que tiene vista a la calle y retozando su ánimo siempre alborozado, lanzaba un grito desaforado a manera de saludo o burla, a personas que ni siquiera conocía. De cuando en vez les lanzaba algún objeto y su carcajada, contagiaba de un regocijo cómplice a sus compañeros, los cuales recientemente han aumentado considerablemente, sin que él haya reparado al respecto. Las travesuras que hacía, son cada vez menos frecuentes y aunque no le encuentra lógica a esa actitud, no le procura dar demasiada importancia y tampoco sintió algún tipo de remordimiento por ello.

Hoy, se dio cuenta que la Navidad estaba cerca, “falta poco para el 24” -se dijo en voz alta- conteniendo una tos media rara y mirando con ilusión el calendario, que tiene enmarcada la foto del Alianza Lima -el equipo de sus amores- al cual siempre le regala un beso, cuando sale de su cuarto. Un póster gigante de Reimond Manco –su ídolo juvenil- está pegada en la cabecera de su cama y guarda con cariño un recorte periodístico, cuando “Ñol” Solano, visitó el año pasado, el lugar donde hoy vive junto a otros niños como él. Acomodando sus recuerdos, meditaba en lo significativo era para con sus emociones estar a puertas de una nueva Nochebuena. Sus ojitos le brillaron de pícara ilusión, quizás porque involuntariamente preparaba su infantil regazo para albergar regalos, porque es lo que siempre ha conocido desde muy pequeño, el sentir el cariño de gente extraña y disfrutar aunque de manera esporádica, el calor de la Navidad y de paso sentirse un poquito feliz.

Gabriel va cumplir 10 años, aunque pareciera que tiene más, nunca entendió bien, porqué la vida le jugó tan mala pasada. En silencio percibe aquel sinsabor que le ha dejado conocer de cerca a la soledad, de vivir hoy en un lugar que no es su hogar, sin padres, sin hermanos y con una familia que no es la suya. Alguna lágrima traviesa le surcó el rostro cuando miró aquella gastada foto donde aparecía –aún pequeñuelo él- cogido de las manos de un hombre y una mujer, que aunque ya no recuerda bien como eran sus rostros, alguien le dijo alguna vez que eran sus padres, que Diosito se los llevó porque estaban muy enfermos y sufrían demasiado aquí en la tierra, eso le hace llevar a cuestas un vació que nunca pudo llenar, porque jamás concibió como pudieron dejarlo indefenso a tan temprana edad, sin ninguna explicación, para sus atribulados y extraños sentimientos.

Últimamente, cada vez que se agita demasiado se siente desfallecer, ha dejado de jugar el fútbol que tanto le gusta y hace varias noches que no ha podido conciliar el sueño, a veces intenta juguetear con la lengua por el lunar de su boca, pero un extraño escozor le produce una rara sensación de dolor. El otro día, mirándose al espejo, descubrió que cerca a la frente tiene una extraña marca roja que no entiende como, ni porqué apareció y anda preguntándose porque siente tanto frió y anda resfriado todo el tiempo. Mas tiempo se la pasa durmiendo, que jugueteando con sus compañeros y las respuestas que obtiene no lo han reconfortado. Guarda en el alma una extraña inquietud, que a menudo intenta desahogar aparentando una rebeldía escondida. Acostumbra tenderse al suelo, boca arriba, para mirar pasar las nubes, en ellas suele dibujar con el pensamiento y sin darse cuenta, ya van varias ocasiones, que se ha quedado dormido y cuando despierta, está más cansado que de costumbre.

Nadie le supo explicar, como sus padres contrajeron el SIDA y porque la muerte se los llevó temprano, cuando él recién llegaba a este mundo y no tuvieron oportunidad de siquiera enseñarle a dar sus primeros pasos o de compartir sus primeros años de vida. Nunca le pudieron explicar, porqué él también es seropositivo y porqué vive en una casa especial, donde hay madres e hijos juntos, donde las demostraciones de afecto y cariño a veces le resultan demasiado predecibles y reiterativas. Un lugar donde aprendió que la vida es muy corta, que la vejez no existe y que la muerte, es una perversa visitadora vestida de negro, aquella que se llevó hace un año a su entrañable amigo Pablito, de quien guarda con orgullo una medalla que le dejó como recuerdo y que carga a todos lados colgada al cuello.

Para Gabriel, quizás esta sea su última Navidad y como cada fin de año, el estruendo de la nochebuena será una nueva oportunidad de reflejar sus ilusiones perdidas en aquellas luces que se pierden en el firmamento, esta vez quizás no le alcancen las fuerzas para tenderse en el piso a mirar las estrellas y pasar las nubes. Cuando pase el desenfreno aprisionará a su cansado pecho, la medalla que le dejó Pablito y sus ojitos color caramelo le harán un guiño a la desventura cuando se cierren para siempre. Talvez ésa misma noche, los sueños de hacerse aviador se hagan realidad y pueda surcar los aires tomando la forma de un ángel y esa utopía que resultaba conocer a Dios, se haga realidad en un sublime instante.

Gabriel desde muy chico, dejó volar su imaginación y sus sueños, aquellos solo le alcanzaron para refugiar sus lamentos en la ingrata, como injusta resignación a sucumbir ante lo inverosímil que resulta heredar las aventuras atolondradas de sus progenitores. Jamás pidió venir a éste mundo, ni quiso irse tan rápido, pero acaso si algún culpable de su destino existiera, sea la vida misma, que se vistió de infortunio y no le dio la oportunidad de disfrutar de una noche buena, en el calor de un hogar y alcanzar su más caro anhelo, que era seguir viviendo.




3 comentarios:

Anónimo dijo...

Un interesante relato, asi es la vida a veces injusta.

Anónimo dijo...

Dentro de todas las historias que he tenido que leer por navidad, debo reconocer que esta se asemeja a la realidad que vivimos todos los humanos.
Mientras estamos terminando de celebrar la navidad cuantos niños ni siquiera habran podddo comer un pedazo de panetón y emcima nos faltan mas compras para el año nuevo.

Nadie se ha puesto a pensar en estos chicos que tiene VIH, nadie se pone en el lugar del otro, solo nos apura cumplir con la tradición de fin de año.
Buen post por lo profundo y queda decir que hay que rezar un poco mas y acercarnos a dios de os cielos.

Anónimo dijo...

Mi querido Librano, usted siempre dando en la yema de la sensibilidad, con esos comentarios e historias muy bien redactadas. Un abrazo y siga adelante maestro.
Muy bueno el Blog, me ha gustado este artículo por la profundidad de la historia y es verdad, tiene mucho de realidad.

Saludos

Pablo