sábado, 19 de junio de 2010

En el nombre del Padre

Anoche antes de acostarme, alguna fuerza extraña me hizo levantar y caminar al cuarto de mis fieras. Primero fui al de Franco. Después de sortear los pares de zapatillas regados por el suelo, recorrí con la mirada su cuerpo cuan largo él, tendido en la cama y su rostro juvenil que le dan sus primorosos 14 años. Me acordaba cuando era pequeño y me gustaba verlo dormir, escuchar cuando respiraba y las veces que se quedó en mi pecho, adormitados los dos y respirando el mismo aliento. Me quedé mirándolo y me vino un suspiro largo. Como se ha pasado el tiempo. Hoy ya hablamos de temas de enamoramiento juvenil y problemas de adolescentes y los años que se me han venido encima, han alimentado su personalidad y su forma de ir haciéndose hombre. Como ha crecido mi muchacho, ya ha dejado de ser el pequeño que podías corregirlo y lograr que te haga caso y hoy, debo tener una lucha diaria y constante para “negociar” sus arrebatos y sobrellevar esa forma loca que tienen los jóvenes de hoy, para buscar resolver sus problemas a su manera. Le di un beso en la frente que él ni siquiera se dio cuenta -Que duermas bien mi fiera- atiné a decirle bajito para no despertarlo de su sueño profundo, -chau papá me respondió- medio aletargado. Solo sonreí y salí de su cuarto en silencio.

Me acerqué a la habitación de Sergio, mi hijo menor. Dormía plácidamente y me senté a su lado para verle esa carita de niño travieso, que aún no termina de abandonar. A sus 12 años está pasando sus tiempos de rebeldía y esos actos irreverentes propios de los segundos hijos, aquellos que no tuvieron la dedicación extrema de los primeros y los que andan buscando imitar al hermano mayor y en ello uno como padre, tiene otro tipo de lucha constante. Me quedé mirándolo y recordaba esos tiempos lejanos cuando le gustaba jugar fútbol conmigo, quizás porque era más pequeño, o quien sabe porque no tenía esa loca idea que hoy lo acompaña, de ser un cantante famoso, tener su grupo de rock y vivir en California. Lo abracé despacio y le di un beso en su mejilla, que él respondió con una sonrisa adormitada. Salí despacio respirando hondo y complacido.

Me arrodillé al pié de mi cama y le di gracias a Dios. Por haberme bendecido con esa dicha tan hermosa de ser padre. Por darme el aliento de vida y esta complacencia de tener a mis fieras, creciendo cada día más apresurado que ayer, pero orgulloso de sentir que puedo acompañarlos en esta divina responsabilidad que me ha encomendado y que trato de aprender, cada día con todas sus noches.

Y hoy temprano quise hablar con Dios. Porque es un día muy especial. Recordaba, ese día en que bajó su mano del cielo para llevarse a mi viejo, quien tomó la valija de sus vivencias y se marchó a la eternidad, sin avisarme siquiera. Ya se han pasado cuatro años, desde aquel infausto domingo -Día del Padre- en que mientras muchos celebraban y compartían con sus hijos, yo estaba en el camposanto, abrazado a su féretro y brindándole su último adiós. Le pedí a Dios que cuidara de mi viejo, porque no alcancé a decirle lo mucho que lo extrañaría, porque fue una partida a un viaje, solo con boleto de ida. Porque fue un adiós, sin ninguna despedida.

El tiempo, viejo sabio de nuestras vivencias, ha ido apaciguando a la nostalgia y hoy me encuentra en un nuevo Día del Padre, con más años y vivencias distintas, quizás con menos paciencia, pero con mucha más experiencia.

Este domingo, me acordaré de mi viejo y viviré con mis hijos un momento especial, y en silencio voy a pedirle a Dios, que bendiga a mi familia, pero también voy a pedirle por mis buenos amigos, aquellos que comparten esta bendición divina y la dicha tan especial, de ser Padres.

Deseo que tengan un día muy especial, en el nombre del PADRE.






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