sábado, 29 de diciembre de 2007

Un nuevo y mejor año

Las doce campanadas serán el augurio que este año se haya extinguido y con él se llevará todas nuestras vivencias, algunas alegres, pero también de las otras.
Quizás la efervescencia y el desenfreno sea el común denominador para recibir el nuevo año, pero talvez, no se repare en que cuando la resaca del fin de fiesta, nos dé un cachetazo en el nuevo día, tendremos que echar andar nuevamente toda la ilusión para buscar en el horizonte de la esperanza, que el nuevo año que se avecina, depare mejores cosas que las vividas, pero sin recapacitar, que solo es la continuación de nuestros pasos en el largo camino de la vida.

Por ello en el epílogo de este ciclo, solo nos queda voltear la mirada al pasado y dibujar una mueca de melancolía, para recorrer con el pensamiento todos nuestros rastros dejados en cada día y cada segundo en que apretujamos al corazón, para darle vida a cada vivencia compartida con la familia, los amigos y los compañeros de trabajo.

En el final de este año he podido confirmar:

*Que ser bondadoso es más importante que tener la razón
*Que la vida es como un rollo de papel, mientras más se acerca su fin, mas rápido se acaba
*Que las pequeñas cosas de todos los días hacen la vida tan espectacular
*Que Dios no lo hizo todo en un día ¿Que me hace pensar que yo puedo?
*Que la mejor forma de crecer es rodearme de gente más capaz que yo
*Que las oportunidades no se pierden, alguien tomará las que dejamos pasar
*Que mientras menos tiempo tengo disponible, mas cosas termino
*Que no puedo decidir como me siento, pero si puedo decidir que voy hacer al respecto y
*La amistad, es una virtud de los mortales de corazón noble y el sentimiento sincero.













martes, 18 de diciembre de 2007

La última Navidad de Gabriel

Gabriel tiene la sonrisa retorcida y los ojos chinitos de color caramelo. Su mirada tiende a ser esquiva, y a veces lejana. El lunar que lleva cerca de la boca, le da un aire tierno, a su rostro pálido y adusto cuando anda de mal genio. Usa la cabeza rapada, mas por una cuestión de rebeldía, que por razones de estética. Gabriel no es muy alto, siempre fue flacucho y enclenque, pero conserva esa facha de niño travieso, irreverente para con su vestimenta y su comportamiento, carente a veces de límites. Cada vez que se mira al espejo, suele juguetear con su lengua, deslizándola por su lunar, acostumbra soplar su aliento y empañar el vidrio para escribir los nombres de sus amigos. Le encanta tenderse en el piso, desinhibido y sin perder la mirada en el firmamento, se pasa las horas contando las nubes al pasar, siempre dice, que cuando sea grande, será aviador, porque le gustaría tocarlas con sus propias manos y porque quiere saber como se ve todo desde arriba, además que podría conocer al mismísimo Dios y hacerle saber de sus muchas preguntas pendientes.

Gabriel vive en un albergue, no conoce otro hogar, tampoco otra familia. Sus amigos son los mismos y ha crecido con ellos. Con frecuencia solía mirar por la ventana, que tiene vista a la calle y retozando su ánimo siempre alborozado, lanzaba un grito desaforado a manera de saludo o burla, a personas que ni siquiera conocía. De cuando en vez les lanzaba algún objeto y su carcajada, contagiaba de un regocijo cómplice a sus compañeros, los cuales recientemente han aumentado considerablemente, sin que él haya reparado al respecto. Las travesuras que hacía, son cada vez menos frecuentes y aunque no le encuentra lógica a esa actitud, no le procura dar demasiada importancia y tampoco sintió algún tipo de remordimiento por ello.

Hoy, se dio cuenta que la Navidad estaba cerca, “falta poco para el 24” -se dijo en voz alta- conteniendo una tos media rara y mirando con ilusión el calendario, que tiene enmarcada la foto del Alianza Lima -el equipo de sus amores- al cual siempre le regala un beso, cuando sale de su cuarto. Un póster gigante de Reimond Manco –su ídolo juvenil- está pegada en la cabecera de su cama y guarda con cariño un recorte periodístico, cuando “Ñol” Solano, visitó el año pasado, el lugar donde hoy vive junto a otros niños como él. Acomodando sus recuerdos, meditaba en lo significativo era para con sus emociones estar a puertas de una nueva Nochebuena. Sus ojitos le brillaron de pícara ilusión, quizás porque involuntariamente preparaba su infantil regazo para albergar regalos, porque es lo que siempre ha conocido desde muy pequeño, el sentir el cariño de gente extraña y disfrutar aunque de manera esporádica, el calor de la Navidad y de paso sentirse un poquito feliz.

Gabriel va cumplir 10 años, aunque pareciera que tiene más, nunca entendió bien, porqué la vida le jugó tan mala pasada. En silencio percibe aquel sinsabor que le ha dejado conocer de cerca a la soledad, de vivir hoy en un lugar que no es su hogar, sin padres, sin hermanos y con una familia que no es la suya. Alguna lágrima traviesa le surcó el rostro cuando miró aquella gastada foto donde aparecía –aún pequeñuelo él- cogido de las manos de un hombre y una mujer, que aunque ya no recuerda bien como eran sus rostros, alguien le dijo alguna vez que eran sus padres, que Diosito se los llevó porque estaban muy enfermos y sufrían demasiado aquí en la tierra, eso le hace llevar a cuestas un vació que nunca pudo llenar, porque jamás concibió como pudieron dejarlo indefenso a tan temprana edad, sin ninguna explicación, para sus atribulados y extraños sentimientos.

Últimamente, cada vez que se agita demasiado se siente desfallecer, ha dejado de jugar el fútbol que tanto le gusta y hace varias noches que no ha podido conciliar el sueño, a veces intenta juguetear con la lengua por el lunar de su boca, pero un extraño escozor le produce una rara sensación de dolor. El otro día, mirándose al espejo, descubrió que cerca a la frente tiene una extraña marca roja que no entiende como, ni porqué apareció y anda preguntándose porque siente tanto frió y anda resfriado todo el tiempo. Mas tiempo se la pasa durmiendo, que jugueteando con sus compañeros y las respuestas que obtiene no lo han reconfortado. Guarda en el alma una extraña inquietud, que a menudo intenta desahogar aparentando una rebeldía escondida. Acostumbra tenderse al suelo, boca arriba, para mirar pasar las nubes, en ellas suele dibujar con el pensamiento y sin darse cuenta, ya van varias ocasiones, que se ha quedado dormido y cuando despierta, está más cansado que de costumbre.

Nadie le supo explicar, como sus padres contrajeron el SIDA y porque la muerte se los llevó temprano, cuando él recién llegaba a este mundo y no tuvieron oportunidad de siquiera enseñarle a dar sus primeros pasos o de compartir sus primeros años de vida. Nunca le pudieron explicar, porqué él también es seropositivo y porqué vive en una casa especial, donde hay madres e hijos juntos, donde las demostraciones de afecto y cariño a veces le resultan demasiado predecibles y reiterativas. Un lugar donde aprendió que la vida es muy corta, que la vejez no existe y que la muerte, es una perversa visitadora vestida de negro, aquella que se llevó hace un año a su entrañable amigo Pablito, de quien guarda con orgullo una medalla que le dejó como recuerdo y que carga a todos lados colgada al cuello.

Para Gabriel, quizás esta sea su última Navidad y como cada fin de año, el estruendo de la nochebuena será una nueva oportunidad de reflejar sus ilusiones perdidas en aquellas luces que se pierden en el firmamento, esta vez quizás no le alcancen las fuerzas para tenderse en el piso a mirar las estrellas y pasar las nubes. Cuando pase el desenfreno aprisionará a su cansado pecho, la medalla que le dejó Pablito y sus ojitos color caramelo le harán un guiño a la desventura cuando se cierren para siempre. Talvez ésa misma noche, los sueños de hacerse aviador se hagan realidad y pueda surcar los aires tomando la forma de un ángel y esa utopía que resultaba conocer a Dios, se haga realidad en un sublime instante.

Gabriel desde muy chico, dejó volar su imaginación y sus sueños, aquellos solo le alcanzaron para refugiar sus lamentos en la ingrata, como injusta resignación a sucumbir ante lo inverosímil que resulta heredar las aventuras atolondradas de sus progenitores. Jamás pidió venir a éste mundo, ni quiso irse tan rápido, pero acaso si algún culpable de su destino existiera, sea la vida misma, que se vistió de infortunio y no le dio la oportunidad de disfrutar de una noche buena, en el calor de un hogar y alcanzar su más caro anhelo, que era seguir viviendo.




miércoles, 5 de diciembre de 2007

Diario de una tortura llamada fiesta brava

Hoy me he despertado cansado y muy adolorido. Anoche unos hombres vinieron hasta donde estaba encerrado y me cosieron a palos. No entiendo cual ha sido la razón, solo los vi llegar, apurados y enfervorizados. Se colocaron tras la reja y amarraron mis cuernos y mis patas, no tuve ninguna escapatoria, me dieron de alma. Han saciado un odio enfermizo, que no concibo la causa o razón para lastimarme sin compasión. He visto mucha ira en sus ojos, no pude gritar de dolor porque tenía el hocico atado y todo lo que me salía de entre las entrañas, era una indignación atribulada por tanta violencia injusta.

En esta celda que me tiene cautivo, no pude conciliar el sueño y lo poco que pude dormir lo hice intranquilo. He recordado con melancolía esas lindas y extensas praderas verdes, donde podía perder la mirada en el horizonte limpio y sereno, para retozar feliz y libre a mi antojo. Sentir la brisa de la tarde que me tocaba el hocico como una caricia y pasear orgulloso de mi casta, de mi estampa y mi bravura para la lidia. Ayer cuando me trajeron, mis pequeños becerros, estaban recién adormitados, los he visto alejarse y mi instinto me dijo que ellos aprenderán a cuidarse solos. Los hombres que nos atendían en el prado, intercambiaron monedas con gente extraña y me embarcaron en un desgastado camión, en un viaje que nos ha traído a este lugar que no conozco, tan sombrío y tan insólito.

Hay un bullicio extraño allá afuera, han abierto la puerta y los mismos hombres que me golpearon, han venido otra vez. Muestro mi enojo con bramidos e intento alejarlos, pero esta celda no me deja moverme, estoy atrapado entre el dolor y la impotencia. Cuando he intentado recobrar mi energía, he sentido un pinchazo en el lomo que me ha lastimado, pero soy un toro de casta valiente y trato de arremeter con furia. Miro alrededor desorientado y solo alcanzo a oler mi sangre que rueda por mi lomo, mientras los hombres empiezan otra vez a molerme a palos, se ríen cuando perciben mis resoplidos y no sé porqué insisten en hacerme tanto daño.

Están pegando un cartel en mi celda, percibo que me han puesto un nombre, puedo escuchar que me llamarán “Negrito”. Siento dolor por todo el cuerpo y los hombres me están limpiando la herida. El chorro de agua me viene bien. El ruido allá afuera es cada vez mas fuerte, mis hermanos que vinieron conmigo han pasado por lo mismo y estamos con mucha furia, pero tenemos mermada la energía. Los bramidos se hacen eco y cada vez suenan mucho más fuerte, es señal que estamos enfadados. Los hombres se han acercado a mi celda y parece que la quieren abrir, tengo mucha furia en el alma y solo quiero salir a arremeter con violencia, a todo lo que mis ojos me dejen ver y mi instinto me pueda guiar.

La puerta se abrió y al sentir el golpe en mi trasero, he salido brioso a una plaza, hay unos hombres de trajes multicolores que abanican con destreza unas capas de color sangre que hace enfurecer mis arrebatos. El hombre a quien gritan torero, se ha dirigido hacia mí y me recibe mostrándome el color de la violencia. He cerrado los ojos y embestido con ímpetu, mi hocico se enterró en la arena. Aquel hombre es diestro porque no he podido acertar. Lo veo saludar a la gente que llena la plaza, lleva en sus manos una espada que los rayos del sol radiante enceguecen lo poco que pueden ver mis ojos. Nuevamente voy al embiste, esta vez cuando volteo, hay un hombre detrás que viene montando a caballo, con una larga espada amenazante en sus manos. Cierro los ojos y le voy encima, he sentido un pinchazo espantoso, que me ha partido el lomo en dos. Empiezo a sentir que mis impulsos se van minando, el hombre arremete con furia y mi fortaleza se ha visto minada sin remedio. Otro hombre ha aparecido con dos banderillas para distraerme, le voy encima y hábilmente me las ha clavado en mi cuerpo, así lo ha hecho otras dos veces y al moverme, me empiezan a desgarrar la piel. Empiezo a sangrar profusamente, estoy muy furioso, pero siento que me voy quedando sin fuerzas.

El torero, ha cambiado su capa, ahora es una totalmente de color sangre. Mi furia ha disminuido y mi arremetida es más lenta, el torero me lleva al centro y allí trato de embestirlo, la gente grita enervada y puedo sentir su furia hacia mí. Al torero lo aplauden en cada ataque, yo cada vez me siento peor, la sangre que estoy perdiendo a borbotones, me está haciendo desfallecer. Pareciera que cuanto mas me trastea este hombre, más se encienden los alaridos de esta gente que pareciera gozar con esta tortura que no termino de entender. He sentido una bocanada de sangre que me ha llenado la garganta y me hizo trastabillar hasta doblar mis patas en la arena. El torero se ha alejado y la gente se ha puesto de pie para aplaudirlo, yo he querido salir de la plaza, pero otros hombres, han llegado para mostrarme sus capas de color encendido que a pesar de querer embestirlas, solo atino a mover mi cornamenta, que ni siquiera logra intimidarlos.

El torero se acerca y ya no puedo ver muy bien. Mi embiste es solo por defensa y empiezo a ver sombras oscuras que me acechan. El torero se ha parado frente a mis ojos, mi instinto me dice que hay peligro cerca, pero mis fuerzas ya no responden. Me he quedado quieto y veo que el torero se está perfilando con su espada. Cuando recupero el aliento cansado y he juntado mis patas, el torero se me vino encima, he tratado de defenderme, he sentido un dolor agudo y profundo que me ha desgarrado las entrañas. Las sombras que me acechan, me marean con sus capas, el torero se pone a pie juntillas, me mira con orgullo, viendo como me desangro por dentro, mientras arriba la gente, grita enardecida, pareciera que celebra mi tortura con retorcido frenesí. Se que me estoy muriendo pero nadie llega en mi ayuda, parece que todos desean que agonice rápido, que muera de súbito, pero no quiero hacerlo y saco fuerzas para no dejarme vencer, pero es en vano, mis patas se doblan y mi cuerpo cae sin remedio sobre la arena.

En mi agonía puedo ver como otros hombres han llegado con implementos medio extraños, me han atado las patas, me han cortado las orejas y también mi rabo, me han ligado a un carruaje y me jalan como una bestia exterminada por toda la plaza, quiero bramar para hacerles sentir que aún estoy vivo, pero es en vano, ya no tengo impulsos, me siento abandonado. En la plaza, se ha quedado el torero que lo llevan en hombros y pasea por entre la muchedumbre, la gente eleva pañuelos blancos, saludando éste tormento, tan inverosímil como injusto. Mientras yo, con lo poco de respiración que me queda, solo puedo percibir que los hombres, me han llevado presurosos hacia un lugar que huele a sangre y a muerte extrema. En mi expiración encuentro el rostro de un hombre que me mira con desidia y pierdo la mirada en la profundidad de sus ojos. Ya no recuerdo mas, solo he visto una sombra negra aparecerse frente a mis ojos, no se quien sea, pero ya no siento dolor alguno, ya no veo nada, ya no siento nada.